Piedad

Todo el odio histérico que se vertió hace años contra los "corruptos del PP" se ha vuelto ahora contra Griñán

Todo se olvida muy deprisa -algún día, los neurólogos estudiarán la asombrosa reducción de capacidad memorística que está experimentando el homo Googlensis-, pero sería bueno que recordáramos la epidemia de histeria acusatoria que se abatió sobre nosotros hace unos quince años. En lo peor de la crisis económica de 2008, empezaron a salir toda clase de inquisidores que reclamaban un castigo ejemplar contra los corruptos. Los corruptos solían pertenecer a la derecha -lo que aumentaba la cólera apocalíptica de los gritones-, así que se exigía un sacrificio público para lograr una purificación moral que restituyera el buen orden perdido de la sociedad. Netflix anda muy perdida últimamente, pero estaría bien que alguien nos recordara lo que pasó en aquellos años de gritos y de escraches, cuando se perseguía en la calle a unos políticos que parecían a punto de ser despedazados por una masa de licántropos. Desde entonces se infiltró entre nosotros el discurso del odio, un odio virulento de proporciones bíblicas (basta pensar en los marineros del barco de Jonás echando a suertes a quién van a arrojar al agua, en medio de la tormenta, para aplacar a los dioses de los rayos y truenos). De ese odio surgieron Podemos y luego su reflejo especular de Vox. Y así estamos.

Me he acordado de esos años tan próximos (aunque nos resulten tan lejanos como la gran ciudad de Nínive del rey Asurbanipal) al oír por casualidad una conversación sobre la entrada en prisión de José Antonio Griñán. Uno de los interlocutores se compadecía de ese hombre enfermo y decía que no pasaría nada si cumpliera su condena en su casa. Pero el otro participante en la discusión no quiso oír ni hablar de compasión ni de piedad. Y empezó a soltar los típicos exabruptos que probablemente oyó -y aprendió- en los programas de televisión donde los frailes inquisidores soltaban su ración diaria de bilis.

Si no fuera por ese odio que ya no ha abandonado nuestra vida política, es muy probable que la condena de Griñán y sus compañeros se hubiera podido reconducir de una forma mucho más piadosa. Pero todo el odio que muchos de sus correligionarios vertieron en 2014 contra los "abominables corruptos del PP" se ha vuelto en su contra y ahora se ha estrellado contra ellos. Es la ley inalterable del odio, esa sustancia emocional tan peligrosa como el arsénico.

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