Las dos orillas
José Joaquín León
Noticia de Extremadura
AHORA que se han cumplido veintinueve años de autogobierno andaluz, podemos hacer un desapasionado y real análisis. ¿En qué punto está Andalucía tras casi treinta años de ininterrumpido gobierno del mismo partido político? Esa constatación, ¿es buena para la democracia que, como sabemos, exige, por esencia, alternancia y relevo?
Mis temores vienen de lejos. Remito al paciente lector a que acuda a comprobarlo en un viejo artículo publicado en 1981, con ocasión del referéndum del proyecto de Estatuto. En esa ocasión ya expresaba mis deseos y recelos: "No al distanciamiento del cargo electo con la base que le votó"… "Elúdase duplicar servicios y órganos"… "Escúchese la voz de técnicos y profesionales aunque no pertenezcan al aparato ni a la militancia de partidos políticos y sindicatos". Y, por último: "El Estatuto (1981) es, pues, la llave que abre la puerta de un sistema… en que la suerte de todos depende no de los dictados de un supuesto mesiánico gobernante, sino … de nosotros mismos".
Hoy, ¿qué juicio podemos hacer de los acontecimientos desencadenados y del desarrollo del autogobierno andaluz en este amplio período histórico? En mi modesta opinión, creo que se ha consolidado en Andalucía un sistema de gobierno que responde plenamente al concepto doctrinal de "régimen político" o movimiento. Cuando un partido político se perpetúa en el poder -inicialmente mediante votación, claro-, la democracia palidece y el sistema político general se resiente, se degrada. Recordemos el célebre caso del PRI mejicano que dirigió el país azteca entre ¡1929 y 2000! No es un buen modelo a seguir, desde luego.
Para sostener lo que afirmo basta hacer un repaso a la realidad política andaluza que nos sirva de radiografía del sistema. En efecto: se cuenta con un partido predominante con disciplina y fuerte jerarquía. Con un líder que hasta ayer mismo se ofrecía para continuar. Con una doctrina, la socialista o socialdemocrática populista, en ocasiones tercermundista (en el sentido de los no alineados), con connotaciones redentoristas (" yo o el diluvio"). Podemos continuar en la configuración de este régimen andaluz: el partido imperante cuenta con poderosos y propios medios de comunicación al servicio de sus objetivos. Un sindicato, si no propio, sí simpatizante y conectado al partido. Elección tras elección aspira a la permanencia en el poder. Nos recuerda las vicisitudes políticas de la actual Venezuela, con la que se han entablado unas discutibles relaciones de parentesco. El régimen cuenta con su propia liturgia y simbología, sus propias formalidades y parafernalia (reparto de premios, distinciones, honores y prebendas de manera selectiva y para compensar, por lo general, fidelidades). Los disidentes del régimen no prosperan, para decirlo finamente. Se exalta al régimen en una determinada festividad. Como antaño se hacía en La Granja, hoy se hace en San Telmo.
El funcionamiento institucional apunta a conformar, sin duda, el régimen cesarista. El llamado obstruccionismo parlamentario o filibusterismo político está asentado como práctica en la vida de la Asamblea andaluza: se aprueban las leyes que sólo el Gobierno del partido envía al Parlamento; apenas se recogen enmiendas o propuestas de la oposición, a la que, por sistema, se elude y demoniza. El rodillo de la mayoría absoluta hace implacablemente su trabajo y el martillo del poder autonómico cae con fuerza y con mango más corto que el del débil Estado. Las comisiones parlamentarias de investigación se rechazan. Se siembra la creencia de que la oposición yerra y el Gobierno y el partido que lo sustenta siempre aciertan. Se excluye a los que no pertenecen al (único) partido de cualquier cargo, responsabilidad o tarea pública, olvidando que los cargos públicos se nutren de pública financiación.
Por otra parte, una cierta sombra de Hegel se proyecta sobre la política andaluza cuando ésta busca conexiones y raíces con culturas antiguas. Es lo que el filósofo llamaba el "espíritu del pueblo" (Volksgeist). Delicada doctrina que en el siglo pasado alimentó a regímenes totalitarios. Si a lo dicho añadimos un pueblo dócil y desmotivado, con todo respeto, una red clientelar de votos, una sociedad deliberadamente subvencionada (consúltese cualquier BOJA) y la crítica proscrita por aquello de "lo políticamente correcto" (nueva censura), habremos cerrado el circulo de un sistema político personalista, autocrático, que muy bien puede recibir el calificativo de cesarista, caudillaje o movimiento.
Por ello, la transición política en Andalucía está pendiente. Un insigne cultivador del Derecho político español, Adolfo Posada, recoge una cita de Santo Tomás, sentencia inapelable que encierra un precioso pensamiento que bien está recordárselo al gobernante de nuestros días: "Regnum non est propter Regem sed Rex propter Regnum".
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