El romanticismo irracionalista (Luckács) que tanto éxito ha tenido y tiene en España y que, en su versión "buenista" (Rodríguez Zapatero) ha causado tantos daños mentales y materiales, campea a sus anchas por nuestro territorio y acoge, con emotivos actos de solidaridad, a cuanto ciudadano de otros países decide poner el pie en Europa. Perdón, en España quería decir.

Por supuesto, a nadie se le ocurre pensar que harán después estos jóvenes (¿y jóvenas, doña Carmen Romero?) la mayoría con amplio desconocimiento de cualquiera de los idiomas y los modos culturales de los países a cuya caridad pretenden acogerse.

Además, ¿cómo no generalizar la atención sanitaria a tirios y troyanos después de comprobar cómo se construyen nuevos hospitales, cómo se cubren las plazas vacantes de médicos generales y médicos especialistas, cómo la felicidad de los ciudadanos es tan inmensa que, por ejemplo, en el caso de Granada, salen los usuarios del SAS a la calle para manifestarse más bien por costumbre que por necesidad?

Parece irrelevante que los servicios sanitarios a los ciudadanos españoles estén desbordados, en Andalucía y en toda España. O que frecuentar las Urgencias sea el único camino para recibir atención médica. O que enfermos de cáncer avanzado, de alto riesgo, tengan que esperar seis meses antes de empezar su tratamiento. O que después de una intervención quirúrgica de glaucoma sea imposible pasar la revisión obligada porque se ha viajado a una Comunidad Autonónoma distinta a aquella en la que se realizó la intervención.

Nada importa en el País de las Maravillas y así los paletos identitarios "modelo Torras" abren embajadas con el dinero público y los ilustres parlamentarios se permiten ningunear una propuesta razonable para que los ciudadanos españoles dispongan de una tarjeta sanitaria de carácter nacional que permita a los médicos acceder a su historial no importa la región del país en la que se encuentren.

Como se niegan también a estipular un montante mínimo del 3% de los votos emitidos en las elecciones generales para ocupar silla en el Parlamento nacional, dejando a los separatistas el ámbito que les resulta propio: el regional.

El peligro, para ellos, es lo que llaman unos y otros llaman "recentralización" y que significa una merma del poder autonómico. Es decir: una merma de la majestad y el dispendio que acompañan a los Reinos de Taifa.

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