Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

La Toma y lo rancio

Mientras unos desentierran tumbas otros reverdecen las Españas Imperiales

Si la madurez de los pueblos se midiera por el nivel de acuerdo, el granadino cada día de la Toma no llegaría ni a adolescente casi. La plaza del Carmen año tras año parece un patio de colegio con matones diciéndose de todo, silbando el himno del de enfrente como en el fútbol, cada bando convencido de que tiene que ganar no se sabe muy bien qué a estas alturas.

Este año me tocó al lado de los hooligan del pañuelo palestino al cuello y las banderas andaluzas con estrella roja, con silbatos y carteles denuncia-genocidios de hace quinientos años. Otras veces fueron los del pelo al cepillo y las botas militares. Tanto da si molestan por igual.

El grupúsculo de ayer que vociferaba contra la legión y los himnos de Granada y España parecía salido de algún túnel del tiempo, cuando ser de izquierdas era aún reivindicar el pasado morisco o de derechas adorar a la santa Isabel primera de Castilla. Unos pesados todos ya talluditos e igualados por abajo, por lo rancio. Mientras unos desentierran tumbas otros reverdecen las Españas imperiales. Y la mayoría mirando perpleja a gente que vive de las batallitas del abuelete tres pasos por detrás de ese mundo que se les escapa como estatuas de sal con el puño en alto.

Y, mientras, la realidad latiendo tan cambiada. Un dron sobrevolaba la plaza para las tomas aéreas del evento; en el tercio, en apresurado desfile, unas cinco mujeres sudaban lo suyo para no perder el paso; ausencia de banderas pre constitucionales pero sí del Reino de Granada y las andaluzas a lo Pol Pot, trasnochados vocingleros tras cuarenta años de autonomía; y los de Vox clamando a lo lejos; hasta hubo un figurante algo grueso disfrazado de un Boabdil fuera de contexto. Surrealismo granadino en estado puro.

Es ya lugar común que hay que renovar esta festividad, hacerla divertida. Pero, mientras llega la razón, detalles como una señora que se enfrentaba a los agitadores acusándoles de que viven de las ayudas o de que son esclavos del sistema que critican, como si cobrar subsidios o ser cautivo del régimen fuera ya una opción ideológica. Ahora que los insumisos visten de Loewe la internacional consumista a todos nos iguala.

Me hastía esta fiesta y lo que remueve. Pero mucho más aún esta ciudad que cree avanzar mirando hacia atrás y que se empeña, a falta de realidades, en debates estériles sobre los símbolos, que quizás sea ya lo único que le quede.

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