Torpe aliño indumentario

Hay algo que sí es interesante del abrigo de la embajadora Celaá: preguntarnos ¿por qué?

Todavía circulan comentarios sobre el inapropiado atuendo de la embajadora del Reino de España ante el Vaticano en el funeral de Benedicto XVI. Es la embajada más antigua del mundo e Isabel Celaá iba de pena con un abrigo beige como de salir a por el pan de buena mañana en Mudaka.

Soy el menos indicado para criticar el vestuario de nadie. Mi madre siempre ponía como ejemplo incontestable de la diferencia de carácter entre los hermanos la elegancia de Nicolás, siempre como un pincel, y mi torpe aliño indumentario, desde muy pequeños. "Les compro la misma ropa", se excusaba ella. No he mejorado, aunque lo parezca. Todos los días mi mujer desaprueba mi manera de vestir y algunos me saca ella la ropa. En ésos parece que he mejorado un poco.

Pero hasta yo veo que lo de Celaá tiene delito por varias razones complementarias. Para empezar, hay un protocolo que te dice cómo tienes que ir vestido. Eso, para los que somos desastrados, es un regalo. Sin embargo, la ex ministra se puso el protocolo por montera. ¿Por qué?

Lo inmediato que nos susurra la malicia es que tuvo que ser a mala leche. Para hacer un feo. A mí me cuesta creerlo, no tanto por la intención, sino por el medio. Para hacer el feo tenía que hacer ella el indio. Y eso ya es muy duro. Uno puede ir mal vestido -si lo sabré yo- pero sólo está tranquilo si no lo sabe. Ir mal a sabiendas o descubrirlo a mitad del evento es insoportable. Un viejo amigo me confesó que, en Cuaresma, como mortificación del amor propio, se ponía un jersey o unos zapatos horribles. Desde entonces, lo miro como a un mártir viviente. Y elegantísimo: el resto del año litúrgico va impecable.

Descartada la mala intención, queda la ignorancia. Que no deja mejor ni a la señora embajadora ni a su entorno ni a los diplomáticos a sus órdenes. Ella podría haber preguntado cómo vestirse. Es lo más humilde y lo que da, como suele pasar con la humildad, unos resultados más soberbios. Pero si no le salió ni vestirse bien ni tampoco preguntar, ¿cómo es que nadie de su entorno más cercano o de los funcionarios de la embajada le susurró que así no se va ni al entierro de un primo tercero? ¿Tanto terror produce Celaá a su alrededor que hasta los más exquisitos diplomáticos de su equipo callan?

Si le advirtieron, volveríamos a la hipótesis de la mala idea. O sea, que o malas ideas o malas pulgas, pero el hecho es que fue mal y es quien oficialmente nos representa.

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