Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Hay también una ‘vía extremeña’?
En aquellos años no era nada extraño que muchas familias de trabajadores viviesen en las llamadas “casas de vecinos”, no eran más que antiguas edificaciones que, habiendo sido, muy seguramente, domicilio de nobles influyentes y adinerados, con el paso del tiempo se habían transformado en morada, casi multitudinaria, de diversas grupos familiares, que se disponían en las plantas de la edificación divididas, tabicadas y que seccionaban aquellas casonas en cuchitriles de una o dos habitaciones en las que se desarrollaba la vida de aquellas criaturas, desheredadas de la fortuna, cuyos varones salían mucho antes del amanecer, para realizar sus trabajos en el campo y volvían cuando el sol comenzaba a esconderse detrás de la línea última y lejana del horizonte.
Recuerdo, siendo aún adolescente, al volver a casa desde la de un amigo, al atardecer, escuchar el llanto y los gritos de una mujer desgraciada, provenientes de una de esas corralas, a la que me acerqué y en la que vi, a través de una ventana que daba a la calle, cómo un tipo siniestro, sucio, sudoroso y endemoniado golpeaba a una mujer en todas las partes de su cuerpo, a puñetazos, guantadas y patadas, hasta que ella, exhausta y ya sumida en un aterrorizado silencio, caía al suelo como un saco lleno de lana, informe y casi destrozada. El tipo en cuestión marchó luego hacia una de los malolientes tabernones, llenos de obscuridad y de piojos, donde bebían hasta perder el sentido.
Al quedar la puerta de la casona entreabierta, me atreví a entrar, con más miedo que valor y me acerqué, entre las sombras hasta donde la mujer yacía llorando y quejándose de la paliza. Al verme, lejos de pedir algún socorro, se recompuso en algo y sentándose en el suelo, me gritó que me fuese a mi casa, gritando a voces: ¡aquí no ha pasado nada!
Sin comprender, salí de aquel lugar, sin pronunciar una palabra y con más miedo aún. Primero había sido testigo de una brutal paliza, pero lo segundo, lo segundo era aún más humillante: era la negación de si misma, la sumisión de la mujer al macho cruel. Comprendí que eso último es lo que había que evitar, salvar su propia dignidad y pese a la pena inmensa –supongo– anidada en lo más profundo de aquel corazón de mujer que un día amó y ahora vivía en el terror. ¿o no?
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