Los aplausos del final

Aprendemos rápido, pero olvidamos con mayor rapidez, como los alumnos en vez de comprender memorizan

Hace tres años no éramos expertos en pandemias, virus, ni en campañas de vacunaciones masivas. Pero la capacidad de aprendizaje de los humanos es tan elevada, que ahora lo somos hasta el punto de tener opiniones propias sobre cómo organizar el sistema sanitario en su conjunto y discernimos entre la conveniencia o no de usar el tratamiento de Moderna o el de Astrazeneca.

Hace unas semanas desconocíamos donde se encuentra Jarkov, quien era Zelenski y sospechábamos que Odesa estaba lo suficientemente lejos como para no preocuparnos sobre lo que ocurría en sus calles, ya que después de todo no había ningún equipo de fútbol cuya trayectoria nos trajera su nombre a nuestra memoria. Hoy en día ya somos expertos en geopolítica internacional y todos tenemos fundada opinión sobre las razones del trágico conflicto y sobre lo que habría que haber hecho para evitarlo; lo que ahora habría que hacer para evitar el colapso de la economía mundial y sobre el papel que deberían tener en el futuro Europa, China y Estados Unidos con Rusia.

La invasión de Ucrania por parte del tirano Putin nos ha distraído de la crisis del Partido Popular y la política nacional en su conjunto; pero por supuesto que sabemos que es lo más conveniente para parecernos más a Suiza que a una república bananera. De Cataluña también nos hemos olvidado centrados en asuntos que requerían de nuestra presencia con más urgencia, aunque sospecho que los catalanes no. Aprendemos rápido, pero lo olvidamos con mayor rapidez aún, como esos alumnos que en vez de comprender y hacer suyas las enseñanzas recibidas, se limitan a memorizarlas y las olvidan.

Somos una generación mimada que se ha acomodado a vivir cada día con más bienestar que el anterior. En medio del caos que nos rodea y con un porvenir que asusta porque las principales fuentes de energía están en manos de regímenes autoritarios; seguimos actuando como sabiondos que todo lo explican a posteriori en base a argumentos servidos por brillantes campañas de marketing. Y continuamos sin comprender que en toda guerra la primera víctima es la verdad. De ahí que hayamos construido un mundo lleno de fronteras tapiadas ladrillo a ladrillo con las mentiras de cada uno para sentirnos a salvo de los otros. Y la más grande de todas consiste en creernos que lo que ocurre nunca es culpa nuestra, que sólo somos público lejano que mira y guarda silencio hasta los aplausos del final.

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