Menos mal que no somos la misma persona de hace veinte años, ni la de hace tres. Tampoco seremos la misma persona dentro de cinco años, incluso me atrevería a decir que mañana podemos ser diferentes a como somos hoy. Esto me da paz, ni más ni menos, ni menos ni más, cu cu tras: sí, como el juego con el que entretienes a tu bebé para que se ría mostrando diferentes caras.

Somos carne de contexto, peleles que interactúan con lo que la vida les ofrece; seres que se nutren con la sabia que encuentran en la despensa de casa con pocas primaveras y personas valientes que se aventuran a probar la miel de otro panal conforme se va creciendo. Pero hay que querer, leer, abrazar el cambio, escuchar a los mayores, equivocarse y llenarse de barro la camiseta. También hay que decirle a tu amiga que su ex no le convenía para que a los tres días vuelva con él; ley de vida.

Qué pena me da no haber tenido las herramientas que tengo ahora para gestionar los baches del pasado, coraje infinito de ese que se te agarra al pecho y deja huella. Pero ya no puedo hacer nada, solo esperar haber aprendido la lección para que no me vuelva a pasar porque todo lo demás que se me ocurre es ilegal y la consecuencia directa sería la privación de mi libertad, a no ser que no me pillen… Siempre quedará un hilo de esperanza con el que tejer las posibilidades de hacer o no eso que crees que te dará la paz.

En el libro Ya no quedan junglas adonde regresar, de Carlos A. Casas, se relata con gran maestría el arte de la justicia divina donde un señor mayor con poco que perder se lanza al ruedo y hace lo que todo hijo de vecino encorajinado sueña mientras come palomitas viendo una serie. Los inconvenientes de esperar a ser mayor para hacer de justiciero es la merma de la energía física y la fastidiosa incontinencia urinaria; si no otro gallo cantaría.

Dejando de lado las causas perdidas parece que la edad es inversamente proporcional a la importancia que se le da a las cosas, o por lo menos debería ser así.

Como los dientes, también los filtros se van perdiendo, esos que la mayoría de las personas tenemos para no decir en todo momento lo que pensamos en realidad: todos hemos conocido a esa abuela o abuelo que habla y sube el pan, la tensión y las mareas.

He hecho un estudio de campo entrevistando a 35 personas mayores de 65 años y les he preguntado: ¿cuáles son las ventajas de cumplir años? ¿Qué consejo te darías hace 40 años? Y, ¿te arrepientes de algo? Las respuestas que más se repiten sobre las ventajas de la edad son la tranquilidad, las experiencias vividas, el conocimiento y la libertad para hacer lo que antes no han podido. Sobre los consejos que se darían, gana por goleada el pensar más en uno mismo y no vivir por y para los demás. Uno contestó que se arrepiente de haber tenido hijos, de haberse casado y que si lo sabe se hace cura.

Saquen sus propias conclusiones: sigan cumpliendo años con la mejor forma física porque nunca se sabe…

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