Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
DOS años y sigue desnortado. El tiempo –y el martes se cumplirán 26 meses– no ha sacado al Partido Popular de la desorientación que le supuso el traumático resultado de julio de 2023: una victoria insuficiente para gobernar. Ni el partido ni su líder, Alberto Núñez Feijóo, parecen haber aprendido nada desde entonces: ni basta con la mera oferta de derogar el sanchismo ni se aglutina a una mayoría social compitiendo en la agenda política que le interesa a Vox para mantener la dinámica de bloques, porque sólo beneficia en las expectativas electorales a los ultraderechistas –como demuestran la mayoría de encuestas– y posibilita que la agónica supervivencia del Gobierno se extienda en el tiempo. Abascal y Sánchez se retroalimentan: ambos sacan réditos de la acción política del otro. Y en medio de esa pinza, el PP naufraga a golpes de timón: bandazos que le llevan a depender de Vox, aunque la hipotética suma de escaños supere holgadamente la mayoría absoluta. Feijóo sigue sin entender que si se quedó colgado de la brocha y sin investidura fue porque –como antes Pablo Casado– tuvo y matiene un rumbo errático en la relación con Vox. En el verano de 2023 le faltó el liderazgo y los principios para impedir pactos con los de Abascal en varias autonomías –Carlos Mazón caló ese melón– mientras el principal objetivo, que es la alternancia y asegurar las reformas que necesita España, no estuviese asegurado. Fue la trampa que le tendió Sánchez tras sufrir una derrota histórica en mayo de 2023. Abascal cooperó incendiando la campaña en Cataluña.
El PP de Feijóo tropieza en la misma piedra dos años después: cae en las trampas de Sánchez y lo empeora con seguidismo al radicalismo de Vox. No tiene sentido oponerse cuando se está de acuerdo. La barbarie genocida de Netanyahu en Gaza no le serviría a Sánchez para confrontar si Feijóo zanjase el debate, de nuevo, con liderazgo y principios: no pasa nada por apoyar al Gobierno si la causa es justa, como ésa. Menos sentido aún tiene seguir el discurso xenófobo de Abascal: ni España tiene un problema con la imigración –al contrario, le produce efectos benéficos que explican el crecimiento del PIB– ni se está islamizando: menos del 20% de la población residente en España nació en el extranjero y, además, muchos de ellos son hispanoamericanos y mayoritariamente cristianos.
Y al tropezar olvida lo esencial: construir la alternativa reformista a la corrupción en la que Sánchez agoniza.
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