Muy pocos, casi nadie, esperaba con visos de realidad los resultados que, tras el recuento de los votos, se obtuvieron en las elecciones generales del domingo. Los más sesudos encuestadores, los más destacados y prestigiosos expertos en los matemáticos cálculos de probabilidades, quedaron con sus vaticinios lejos de la realidad tozuda que, aún dando por ganadoras a la fuerza política de la derecha moderada que representa el Partido Popular, dejaba al mismo tiempo abierta la posibilidad de que las alianzas, ideológicamente contra natura hasta ese momento electoral, ciertamente pudiesen producirse, incluso contradiciendo lo que el que revalidó en la presidencia del Gobierno había negado hacer, una y cien veces, durante toda la precampaña y la propia campaña electoral.

Así fue como, complaciendo Tezanos con sus encuestas al amo que sometió su servil ciencia, las cifras postelectorales daban el ancho para hacer un nuevo, flamante traje a reestrenar de presidente del Gobierno con las medidas de Pedro Sánchez. Y aun habiendo perdido esas, como casi todas las elecciones a las que este individuo se ha venido presentando y a las que ha concurrido su partido en las diferentes comunidades autónomas con posterioridad, las diabólicas matemáticas, bien maceradas con cuarto y mitad de embuste, de inmoral engaño, encaminaron a Pedro Sánchez a pactar con los mayores y por ello más despreciables enemigos de la idea y de la realidad de España, como fueron separatistas catalanes; que en su propia tierra venían practicando el destrozo de la ley y de la paz, en una loca escalada que no paró ni a las puertas del terrorismo callejero; y con aquellos otros, descendientes ideológicamente de asesinos que durante más de cincuenta años, sin haber contribuido jamás al restablecimiento de la democracia, caminaron por las anchurosas autopistas del terrorismo criminal.

En esos momentos, durante aquellos días en que se condonó el acceso a la presidencia del Gobierno a quien había obtenido la mayoría –aún minoritaria– en los comicios a las cámaras del Parlamento Nacional, el Partido Socialista Obrero Español ejercía, en la práctica, el abandono y postergación de su propia ideología, afirmando tan estúpida como falsamente que se aliaba con fuerzas de la izquierda, para alcanzar y detentar el poder máximo de la nación. Esa falsa aseveración, no sólo hundió en el barro de la ignominiosa mentira al propio socialismo, tal y como había sido conocido hasta entonces, sino que, tristemente para la ciudadanía, firmaba la autoría de un vergonzoso proceso para desmontar el estado de derecho, colonizar las estancias garantes de la ley y desvirtuar los fundamentos esenciales de la democracia. Pero todo eso, pese a la cobardía de este socialismo, parece que desde Galicia comienza a vérsele el fin ¿O no?

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