Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Han pasado apenas 3 semanas desde que despedimos al papa Francisco. Su multitudinario funeral ha reunido en Roma a una cantidad ingente de fieles y curiosos y a una nutrida representación de jefes de estado y de gobierno. Pocos acontecimientos de nuestra historia reciente han creado tanta expectación. No sé si existirá alguien que no haya opinado de su figura, incluso los no creyentes, aprovechando algunos para hacer una ficticia polarización entre la iglesia “progresista” y “conservadora”, haciendo quinielas acerca de si el próximo Papa sería de una u otra facción, como si se tratara de una organización política y permanentemente existiera una lucha de poder en el seno de la Iglesia. Pero tal división no existe, la Iglesia Católica es una, indivisible y siempre guiada por el Espíritu Santo. Es una institución que ha sobrevivido más de 2.000 años, y no por casualidad. Sí, ha habido épocas más tenebrosas, de las que no podemos sentirnos orgullosos porque la condición humana es proclive a equivocarse de forma reiterada. En los últimos años tuvimos pontificados más pastorales, más teológicos, pero con Francisco tocaba volver al Evangelio, como él mismo dice en su última carta al mundo “que volvamos a mirar a Jesús, con misericordia en las manos y amor en el corazón”. En Fratelli Tutti, el Papa Francisco hace un llamamiento explícito a la fraternidad universal y a la amistad social. Nos recuerda que debemos ocuparnos de los más necesitados, de los más vulnerables, de aquellos que están en las periferias de la sociedad. En nuestro quehacer diario podemos reflejar ese amor inclusivo y transformador, trabajando por un mundo donde la justicia y la compasión sean accesibles para todos. Imitando a Jesús, que se rodeaba de desheredados de la sociedad: publicanos, prostitutas y leprosos. Como el mismo dice: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2,17); “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios” (Lucas 6,20). Como vemos nuestro último Papa nos deja un claro mensaje para cambiar el mundo, para buscar la paz y practicar la compasión mirando a Jesús, en un escenario poco proclive para ello en el momento presente. Para nosotros los católicos la muerte de un Papa y la elección de su sucesor es un momento sagrado. Déjennos vivir este momento, sin tanto espectáculo, sin este circo mediático, inmersos en el recogimiento y la emoción. Y no se preocupen, León XIV, apacentará sus ovejas.
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