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La primera acepción que se da en el Diccionario de la RAE para el término follar, es soplar con el fuelle, y precisamente de esta acepción procede un vocablo tan granadino como ‘malafollá’. En las fraguas el aprendiz con el fuelle se encargaba de soplar las ascuas, pero era complicado mantener al joven focalizado en el trabajo de follar (soplar) y éstas iban perdiendo viveza poco a poco. El resultado era que las ascuas no se mantenían incandescentes y el forjado no era perfecto. Así que el maestro herrero le gritaba al aprendiz: “Niño, estás follando mal, que mala follá tienes”. Y así es como surge este término tan granadino, que se refiere a tener mal aire.
Las granadinas y granadinos hemos hecho un arte de la ‘malafollá’, pero la cosa deja de tener ‘gracia’ cuando extendemos esa seña de identidad a nuestra principal fuente de ingresos, como es el turismo y me temo que eso es exactamente lo que está ocurriendo para disgusto de nuestros visitantes.
Malamente casan las reiteradas llamadas a la oferta de un turismo de excelencia, que cada dos por tres está en boca de nuestros dirigentes, con la percepción que de nuestra oferta turística tienen quienes nos nos visitan. Granada ostenta el dudoso honor de ser la segunda ciudad más maleducada de España, según la encuesta realizada por Preply, una de las mayores plataformas especializadas en aprendizaje de idiomas. Pero es que además, los últimos datos de la Encuesta de Coyuntura Turística que realiza trimestralmente el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA), apenas nos situamos en el notable bajo, señalando como los elementos peor valorados por nuestros visitantes aspectos tan fundamentales para cualquier oferta turística como las playas, los servicios de alquiler de coches, el alojamiento, la red de transporte público en autobuses y la asistencia sanitaria en general.
En un momento en el que acaban de abrir en Granada, o lo van a hacer en muy pocos meses media docena de nuevos hoteles de cinco estrellas, es imprescindible acomodar el resto de nuestra oferta a las expectativas de quienes están dispuestos a gastarse 400 euros por noche en cualquiera de esos hoteles y mucho me temo que hoy por hoy no estamos a la altura. Creánme que no hay mayor decepción para un visitante que la de ver frustradas las expectativas generadas ante un viaje, diseñado, preparado y cuidado con mimo... Granada tiene el marco incomparable y el imaginario, el resto tiene que correr por nuestra cuenta.
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