La mentira y el Gobierno

Se ha llegado a tal grado de mentira que se huye con precipitación de lo que es cierto, como si la verdad fuese fuego

Es el embustero aquel que practica, consciente, la mentira y el engaño, con tan amplio grado de frecuencia e importancia, que por ello se convierte, su fingimiento e impostura, en parte insoslayable y substancial de su propio ser y vergonzosa apariencia.

Aunque así ha sido en todo tiempo, no siendo por ello recta excusa ni ecuánime justificación, es hoy, en nuestros días, cuando venimos de padecer los españoles mucho más de eso que en otras épocas pasadas y vemos, con impotencia, estupor y tristeza, que la moral -que otros llaman ética- en lugar de presentársenos cada vez más limpia, muy al contrario, se nos viene mostrando por momentos cubierta de embrollos, trolas y patrañas, de infundios, farsas y falacias, en incomprensible pero interesado tropel, algarabía y frecuencia, que practican, con convencida e irritante naturalidad y cinismo, muchos -¿todos?- los que vienen gobernando esta nación y Estado.

Y tan es así, que estos embusteros están en la absoluta convicción y creencia de que logran engañar, incluso, a los propios que les votan, apoyan y defienden, llegándoles a considerar, desde los atriles del chisme y disimulo, como a auténtica tropa de imbéciles que manejan a su antojo y voluntad, haciéndoles creer que el vasallaje irracional y servilismo es igual a la limpia franqueza y -peligrosa- lealtad.

Se ha llegado en el Gobierno a tal grado de dislate en mentira y oquedad, que se huye con precipitación de lo que es cierto, como si la verdad fuego fuese y de hoguera incontrolada se tratase. Y así, desde ese falso púlpito del mentiroso desconcierto y efímera tramoya, se convierten; los que debieran ser, en clara teoría, modelos ejemplares y auténtica vitola de virtuosa sociedad; en obscuros paseantes de vulgares mentideros o de antiguos lavaderos donde se sacrificaba la verdad.

Y por aquí andamos, por estos lares desnortados mientras, a fuerza de decreto, como se hacía en épocas pasadas -de las que dicen renegar- torciendo y retorciendo las leyes en las fraguas de quien manda, vemos cómo se nos recortan las libertades, como alas de pichón o de paloma y se lleva el ejercicio del Gobierno al filo de la democracia, hasta el arrisco del abismo y precipicio.

Se les vota y se les paga para que nos sirvan, no para que nos repriman y avasallen, que no es España cortijo particular. Y nos dicen hoy una cosa y mañana -si no esta misma tarde- su contraria, sin que nunca se sepa en cuál está la verdad. Un Gobierno así es, para los ciudadanos libres, baldón y oprobio. Y ponen en solfa el sistema democrático. Nadie tiene, creo, legitimidad para ello. ¿O no?

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