Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Un empacho de Juanma
Cada vez hablamos menos de la muerte, como si nombrarla fuese una amenaza. En Granada, como en el resto del país, hemos aprendido a vivir de espaldas a lo inevitable. La muerte ya no forma parte de la vida cotidiana: se oculta en hospitales, se tramita deprisa y se llora en silencio. Según mi experiencia; ésta, que es una de las pocas certezas de la existencia del ser humano, cada vez resulta más difícil de asumir en nuestra sociedad, incluso cuando sobreviene a personas de muy avanzada edad. Hemos sustituido los viejos rituales colectivos por una discreción casi obligatoria, como si la pérdida fuese algo privado que conviene que no perturbe nuestra frenética vida. La cultura actual, centrada en la juventud permanente y en la eficiencia, ha convertido la muerte en un tabú incómodo.
La vejez se invisibiliza, la fragilidad se esconde y el duelo se mide en días laborales, no en necesidades humanas. Y así, cuando llega la pérdida –porque siempre llega–, nos falta lenguaje, tiempo y comunidad. Nos genera una incomodidad, que a menudo se considera “inoportuna”. El dolor se vuelve más duro cuando no tiene dónde apoyarse. Pero negar la muerte no nos protege de ella. Al contrario: nos deja desarmados. Si no hablamos de la muerte, si no acompañamos a quienes se van, ni permitimos que el duelo encuentre su espacio, también empobrecemos la vida. Nuestras prisas, nuestra incomodidad ante la fragilidad, terminan robándonos algo esencial: la posibilidad de vivir con más presencia, con más verdad.
Aceptar la muerte no significa resignarse, o desear esta, sino reconocer lo que somos: seres finitos. Mirarla de frente no nos debilita; nos hace más conscientes de lo que vale el tiempo que tenemos. Significa recuperar el valor de acompañar, permitir que el dolor se exprese sin vergüenza y recordar que la finitud no resta sentido a la vida: se lo da. Tal vez, en este nuestro mundo que corre detrás de lo urgente, sea el momento de mirar lo importante. Porque sólo cuando dejamos de esconder la muerte, empezamos a entender mejor cómo queremos vivir.
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