Cuando creíamos que el Campeonato Mundial del Fútbol nos iba a alejar de la trifulca política diaria, de la desazón que nos producen las noticias de los informativos o del lenguaje belicista de una guerra cruel y catastrófica, todo se desmoronó desde el primer día de su inauguración.

La verdad es que cuando el director de comunicación de la FIFA se declaró homosexual, casi me da un pasmo porque conociendo el mundo árabe, su cultura teocrática y sus rígidas costumbres medievales, una declaración de ese tenor, lo previsible era haber provocado un terremoto difícil de apaciguar. Sin embargo, no solo no originó ninguna tirantez en el país organizador, sino que a los dos días el propio presidente Gianni Infantino se despachó con sentirse árabe, gay, discapacitado, qatarí, etc. Una excentricidad y un despropósito, propio de esta nueva generación de líderes políticos, sociales o deportivos que padecemos.

Todo lo que rodea a este Mundial de 2022 es una suma de desatinos: desde una variopinta y artificial afición de los beduinos con las camisetas de las selecciones nacionales y la ingeniosa idea de cubrir los vasos de cerveza con fundas de coca cola para poder entrar en los estadios, hasta las propias condiciones climatológicas, que han obligado a condicionar los calendarios de competiciones ligueras en Europa para poder celebrar el campeonato con temperaturas asequibles.

Nada de lo que hoy son las grandes conquistas y valores de la civilización occidental como los derechos humanos, la democracia, la libertad, el feminismo o la defensa del medio ambiente se ha resistido al poder de los petrodólares invertidos en el desierto -220.000 millones- por el emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani. Con ellos ha encandilado las mentes y algún que otro bolsillo de los regidores del fútbol mundial.

Cuando del dios dinero se trata, aceptamos que un campeonato mundial de fútbol recaiga en un pequeño país, eso sí uno de los más ricos del mundo, que ha sembrado la duda sobre las condiciones de trabajo y el elevado número de trabajadores migrantes fallecidos durante las obras. Aceptamos también que se celebre, donde la mujer está en las antípodas de alcanzar los niveles de igualdad de derechos que tienen hoy en Occidente y donde las libertades, todas, están sujetas y administradas por el todopoderoso emir Al Thani.

Lo que resulta sarcástico es que en la reciente Cumbre del Cambio Climático celebrada en Egipto se haya acordado crear un fondo destinado a las naciones más expuestas para afrontar los daños que genera el cambio climático y al mismo tiempo se esté celebrando el campeonato en uno de los mayores países productores de petróleo y gas natural. De momento el único gesto digno de este mundial ha sido el silencio de la selección de Irán al no cantar su himno nacional. Eso se llama valentía y coraje moral…

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