La música

Durante más de 40 años Félix de Azúa ha mantenido una íntima relación literaria con la música

Hace milenios, en cuevas llenas de estalagmitas, el ser humano comprobó que algunos ruidos combinados de cierta forma provocaban inesperadas emociones. Así nació la música, pero también, consustancial con ella, surgió la pregunta de su misterio y significado: por qué aquellos sonidos mezclados causaban tal efecto en los oyentes. Y curiosamente, tan larga como la historia de la música es la trayectoria de respuestas dadas a tal interrogante. Un interrogante que se mantiene sin cerrar, a pesar del tiempo transcurrido y haber tentado a muchos pensadores que, fascinados por las impresiones causadas por la música, no se resignaban solo a sentir y disfrutar pasivamente. Han querido desvelar las claves provocadoras de conmoción tan íntima. Pero exponer teorías e interpretaciones en ese campo no es tarea fácil. Por eso las preferencias de críticos y musicólogos se han volcado en contar otro tipo de historias internas, desmenuzando épocas, géneros, compositores; lo cual ha permitido al público adentrarse en el complejo mundo de la creación musical para deleitarse y comprenderlo mejor. Pero, pasa el tiempo y aquella gran pregunta originaria se mantiene aún abierta y expectante, porque pocos escritores se atreven a enfrentarse con ella. Por fortuna, entre esos pocos se incluye Félix de Azúa que, durante más de 40 años, ha mantenido una íntima relación literaria -deliberadamente discreta- con la música. Mas, ya puede ser inscrito públicamente dentro de la senda de exigentes pensadores para los cuales hablar de música significa mucho más que enfrentarse de manera aislada con los sonidos de una obra o de un autor. Esta casi secreta dedicación ha quedado descubierta, de manera súbita, con la edición de un volumen, El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate), en el que, gracias a la voluntad recopiladora de Andreu Jaume, se reúnen más de 50 trabajos, algunos publicados antes sin firma. Unos trabajos que cobran nueva fuerza gracias a la continuidad de unas páginas en las que Félix de Azúa responde, desde distintas perspectivas, al interrogante iniciado en aquellas lejanas cavernas: la música representa mucho más que un arte y para comprender su significado y la función que desempeña debe vincularse su recorrido a las demás artes. Pero para establecer ese paralelismo y resaltar la complicidad interna que las une, hay que conocer muy bien el amplio entramado que vincula a todas ellas. Por fortuna, conocer de primera y sabia mano ese complejo mundo del arte es, precisamente, una de las cualidades de Félix de Azúa. De ahí, el logro que encierra su libro.

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