Más allá del autor está la palabra. La palabra con la que regodearse, la palabra que construye imágenes, que construye mundos, que crea esos personajes con los que nos imaginamos acompañar en la vida… Pero más allá de la literatura está el autor, el hombre, la mujer que madruga. "Me levanto a la seis para poder escribir", dice Nieves Chillón, "luego el instituto, las clases, los niños…". Javier Calderón explica un poema, justifica la dificultad del lenguaje inclusivo, explica su voluntad de usar lenguaje inclusivo, su imposibilidad de usar el lenguaje inclusivo, la dificultad ante las editoriales. Lo escucho atentamente, disfruto el poema y pienso "inclusivas las personas, exclusivas ciertas personas, la sociedad inclusiva, la sociedad exclusiva". El tiempo de Nieves debería ser el tiempo de la poesía. Lenguaje inclusivo o no, esa es la discusión. En el tiempo de la Edad de Plata de la literatura, en aquel tiempo en el que el poeta era el dios y el narrador su esbirro, la discusión era poesía pura o no, y Juan Ramón Jiménez la gran deidad, protector y guía de todas aquellas poetas que le adoraban, le veneraban y se sentían bendecidas con un prólogo. Ese maestro que corrió detrás de una muchacha y atravesó un océano para vencer la voluntad de una madre que se oponía a aquella relación, un viaje con el que no solo ganaría una esposa como Zenobia Camprubí, sino su mejor libro de poemas Diario de un poeta recién casado, un poeta referente que hoy, analizando sus versos quizás serían postulantes a la hoguera: "Sentada en mis rodillas, se dejaba tocar / el alma, en flor de ausente amor. Por donde quiera / mi mano le sentía la blancura indolente / por la sombra suave de su carne de seda".

Pero tal vez todo es más sencillo, tal vez la gran reivindicación está en la escritura sin más, en la forma que inspira y la palabra que la construye. Ana Rossetti ha levantado ciudades sin ladrillos ni hormigón, tan sólo con la palabra. Ciudades que son el hombre, en definitiva, individualidades que necesitan de la colectividad para reconocerse. Miguel Ángel González escribió una gran novela, allá por el 2006 o por el 2009, y cuando todos y todas le dijimos que aquella era una gran novela, sin saber que vendría un 2020, un año que siendo ha terminado sin ser, sin saber que se trataba de una novela premonitoria, a Miguel Ángel González le aterrorizó la palabra, su propia palabra, y no quiso publicarla entonces. Ahora Cave Canem está en la calle para que los demás podamos regodearnos con su palabra, aterrorizarnos con su historia. Es el debate de la palabra, es el buen debate, ese que está lejos de aquel otro que mi amigo Eduardo Cruz menciona en sus columnas, de los tertulianos que ayer eran virólogos y hoy vulcanólogos. Es la feria del libro, es la fiesta de la palabra, es el disfrute de la vida.

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