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Luis Chacón
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El feto que las hembras de la especie humana llevan en el útero no es una persona. Dígalo el creacionista Mayor Oreja o sus voceros. Para ser persona hay que tener un DNI, llagas del desamor, una película de culto, algo esnifado, un abrigo de pelo de Zara; la camiseta de Lamine Yamal firmada, un abuelo fallecido a causa del Covid en una residencia de ancianos de la Comunidad de Madrid, sentenciado por los protocolos de Isabel Ayuso... Incluso, un trabajo. Debes estar al día con Hacienda y consumir sushi. El feto es algo tremendamente orgánico, telúrico y explosivo. Crece de acuerdo con el plan cósmico de la vida, que es el mismo que concierne a los planetas y a sus giros, a los rojizos mares de agua helada diseminados por las galaxias, a los olivos y a las encinas. El feto es un artilugio eficacísimo de supervivencia. Es uno de los millones de procesos exuberantes que multiplican la vida. Como todos ellos, individualmente superfluos, pero imprescindibles en su instinto irreductible de perpetuarse. Si el feto fuese una persona, se sabría. Habría dado muestras de debilidad y habría caído en alguna de las trampas de la vida en común. Se habría enamorado, habría trajinado con Aldama, habría cometido una falta de ortografía, viviría enclaustrado en su móvil. Competiría. Le habrían subido el alquiler un 11% en noviembre; procesionaría en Semana Santa con totémicos iconos de un sitio para otro, se habría dejado disfrazar en primavera de novia liliputiense o de fraile cartujo para el rito teofágico de la primera comunión. Le habría encontrado pareja Juan y medio en Canal Sur. Estaría enganchado a la serie Nevenka. Habría aprendido a aferrarse al poder, como Mazón o como Sánchez, y habría aprovechado una catástrofe natural o una pandemia letal, para enriquecerse, él y los compis, con sobornos y comisiones. Pero el feto da la espalda a esas contingencias, acurrucado en el vientre de una diosa de verdad, crece y crece, como las yerbas aparentemente inútiles de los campos incultos, para que la vida, pese a las personas, tenga otra oportunidad. Los fetos no son ni humanos ni inhumanos. Y eso es lo malo: que cuando algo nos supera, no paramos hasta meterlo en alguna clasificación. Al feto eso se la suda, porque la fuerza que lo impulsa, como dijo Dante, es la misma que agita al sol y a las estrellas.
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