Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Las siglas MIR, son la abreviatura de Médico Interno Residente. En nuestro país, una vez finalizados los estudios de Medicina, es “obligatorio” realizar alguna de las especialidades que nuestro sistema nacional de salud oferta para poder ejercer la Medicina, al menos la medicina clínica. Esto es en teoría, porque cada vez se contratan más profesionales con “título de graduado en Medicina”, sin este último requisito de formación especializada, sobre todo, titulados que estudiaron el grado en el extranjero. El sistema MIR es bien conocido fuera de nuestras fronteras. Esta vía de especialización consolidada en nuestro país es reconocida y muy bien valorada fuera de nuestras fronteras. En la mayor parte de Europa se sabe que los especialistas médicos formados en España son profesionales competentes y muy solventes en sus respectivas especialidades. Tanto es así, que, en los últimos años, varios países de la UE no paran de hacer suculentas ofertas de trabajo a nuestros jóvenes especialistas. Pero la trayectoria de los MIR no es un camino de rosas. Los años de residencia (entre 4 y 5) pueden producir en los jóvenes graduados un enorme desgaste físico y emocional, a menudo insoportable. Guardias interminables, bajos salarios, preparación de sesiones clínicas y un estudio diario para el dominio de todas las materias, hacen que muchos de estos médicos jóvenes vivan con una sensación de permanente cansancio y ansiedad, atrapados en una dinámica que erosiona su vocación inicial. Además, a menudo, los MIR asumen responsabilidades que no les corresponden, debido a la ausencia de una adecuada tutorización. Y es que la Sanidad Pública se sostiene sobre el silencioso y constante esfuerzo de unos hombres y mujeres, que atesoran una gran vocación, con un sueldo 100 euros inferior al nuevo salario mínimo interprofesional, y en cuyas manos está nuestra salud, sobre todo cuando acudimos a urgencias. Si la sociedad desea valorar realmente su sistema sanitario público, debe empezar por cuidar a quienes lo sostienen día a día, en silencio, con bata blanca y marcadas ojeras de cansancio.
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