Monticello
Víctor J. Vázquez
Un triunfo póstumo
La colmena
Como en todas las elecciones, las victorias van por parroquias y las derrotas, también. Poco importa si hablamos del Congreso, del Palacio de San Telmo o de la Plaza del Carmen. Aunque los expertos en Demoscopia no se cansan de prevenirnos sobre el riesgo de extrapolar los resultados -cada convocatoria tiene su singularidad y sus protagonistas-, reconozcamos que al menos son datos mucho más fiables que las maleables encuestas para ver cómo va el patio. Una fotografía puntual y parcial pero nítida y relevante para detectar tendencias, fortalezas y debilidades.
A nivel nacional, el 10-N ha situado al PSOE ante un escenario más complicado e ingobernable que en abril pero sólo en apariencia. Lo que ha cambiado en seis meses es algo tan líquido y subjetivo como la actitud. Dos no negocian si dos no quieren y así ha sido hasta este lunes. Hasta que se han visto obligados a digerir el precio de la soberbia, del tacticismo y del postureo. Demasiados errores de cálculo y de estrategia. Y demasiadas líneas rojas. El efusivo achuchón entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias que ha saltado a todos los medios podría parecer el abrazo del oso pero también un arrumaco de pura supervivencia. Aprietan los independentistas y aprieta Vox. Unas terceras elecciones no sólo serían capaces de regalar al partido de Abascal el sueño del sorpasso al PP que ha terminado cobrándose la cabeza de Albert Rivera y ha colocado a Cs en el abismo de la insignificancia; también podría inclinar la balanza del hemiciclo dejando sin opciones a ese Ejecutivo de izquierdas, marcadamente "progresista", que ("ahora sí") ve el líder socialista.
El precio que costará la abstención de ERC lo conoceremos (o no) en los próximas días, pero lo que ya sabemos es que el verde se ha colado en la España vaciada. Ya no hay miedo a Vox: en Andalucía, lo que no consiguió el PP de Javier Arenas que ganaba y no gobernaba, lo que tampoco ha logrado el PP de Juanma Moreno, aun haciéndose fuerte en la Junta después de perder, es desdibujar el rojo cautivo y subsidiado de la Andalucía rural. ¡No era una batalla perdida! No al menos para una España cada vez menos acomplejada que todavía no ha decidido si avanzar significa enterrar el bipartidismo y acercarnos al modelo Borgen o todo lo contrario.
Tal vez Granada sea una de las plazas que más intensamente reflejen el complejo choque de trenes en que se ha convertido el tablero político: todos los males y desafíos del diabólico 10-N en grado superlativo. Cs tendrá que decidir en los próximos meses si renace de sus cenizas o sigue los pasos de otros aspirantes a liberales que ya engrosan las hemerotecas -de la UCD de Suárez a la UPyD de Rosa Díez- sin tener garantizado que una de sus principales conquistas en las Municipales, el despacho granadino de La Mariana, vaya a seguir siendo naranja. El batacazo de Rivera en las urnas se ha replicado en todo el país pero resulta difícil no amplificarlo sobre el débil gobierno de la capital.
Sebastián Pérez se ha impuesto con contundencia -y ha logrado salvar a José Robles como senador ante un creciente sector crítico que ha visualizado una profunda fragmentación interna- pero su victoria se vuelve relativa en cuanto bajamos del escalón de los partidos al de las personas: Vox lo vetó como alcalde hace cinco meses y nada parece que vaya a cambiar ahora. El mismo atajo sin recorrido que tendría una gran coalición a escala local por mucho que el presidente del PP haya coincidido esta semana con el candidato socialista en evidenciar los quebradizos hilos que sostienen a Luis Salvador. ¿Con el incierto horizonte judicial que planea sobre Paco Cuenca?
Lógicamente, para entender la dimensión final de los movimientos de piezas que se han encadenado en el último año -desde el 2-D que dejó a Susana Díaz sin su trono de hierro hasta este domingo 10 de noviembre de caminantes verdes tomando posiciones en todo el territorio nacional- necesitaremos tiempo, conocer los nuevos contextos y poder analizarlo con perspectiva. De momento, sin embargo, resulta frustrante evidenciar cómo nos hemos instalado entre lo malo y lo peor. Aparentemente cómodos. Sin saber muy bien quién representa qué.
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