
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Mucha justicia, poca ética
Cambio de sentido
Vaya que si me acuerdo de cuando abrieron en el pueblo el primer súper! Lo abrió mi tía Manoli, que hasta entonces vendía frutas y hortalizas en la plaza. Causó frenesí, más que la Virgen, que a una vecina se le presentó en el rellano de las escaleras de su casa -eso dijo-, concediéndole del don de curar a cambio de la voluntad. Era tal el furor en el supermercado que me ofrecí a ayudar por las tardes. Con una pistolica, disparaba la etiqueta con el precio al corazón de los botes de Farala. José, el cajero, tecleaba los precios a mano en una novedosa caja registradora, mientras cantiñeaba Dame veneno, de Los Chunguitos. Éramos realmente felices.
Fue entonces cuando aparecieron en las casas tantas bolsas. Les dábamos sus segundos y terceros y enésimos usos; en los pueblos hasta hace poco la economía era de suyo circular. Pero dejamos de ir a Casa Leo o a Casa Marti con el canasto lleno de cascos de las litronas, como solíamos, o de recoger el pan en la talega, los aliños en papelinas y los fideos en papelones, los huevos en la cesta y la fruta en cajas de mil pares de usos, que es donde no se aplasta. El detergente se vendía en un tambor. De tener un uso moderado, los plásticos comenzaron a suplantar a cualquier tipo de envase.
De aquí pasamos al "Señora, que si quiere bolsa". De plástico, la mayoría de las veces. Y a qué precio. Y ya no te devuelven el dinero cada vez que llevas los cascos al contenedor. Ahora, el nuevo Real Decreto de Envases y Residuos de Envases permite meter fiambreras en el súper para comprar productos a granel. Van muy tarde: para ir al mercado, hace mucho que desenterré el canasto de batalla, y que llevo mis táperes y mis tarros para traerme pescado, lentejas, carne o buenos caldos. Sólo me falta ir con la bota de vino. Me malicio que el impacto en el súper de la presencia de fiambreras será relativo; el granel hace tiempo que se sustituyó por las monodosis, pequeñas fracciones de productos para singles, plastificadas, por supuesto, con las que sale el kilo de lo que sea a precio de caviar. Desde el 1 de enero, en España se paga un impuesto al plástico, pero, ¿quién lo paga realmente?
En el Pacífico -ya lo saben- hay una gran isla de plástico, hecha de desechos, válgame la paradoja. Pero el Pacífico no está lejos: hay microplásticos hasta en las placentas que envuelven a los nuevos hijos. Rehago la pregunta: ¿quién paga el gran peaje del plástico sobre nuestra salud y el medio ambiente?
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