Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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¿Quién teme al Cid Campeador?

Pronto, sesudos politólogos nos explicarán por qué hay que temer al partido del Cid Campeador

Hay escritores e intelectuales que copian a Edward Albee, autor de la obra teatral ¿Quién teme a Virginia Woolf? El libro que leo se titula ¿Quién teme a lo queer? Y el pasado día 11, en Granada, anunciaron un acto así: ¿Quién teme a Juan Carlos Rodríguez? Los autores deben de suponer que lo 'queer' y el marxismo althusseriano del profesor J.C. Rodríguez escandalizan o asustan. Creo que exageran. Escandalizar hoy es tarea imposible. Como iban vestidos algunos de los actores de la Gala de los Goya, sí ha provocado reacciones exageradas de rechazo o defensa, pero es un revuelo que se produce siempre que se habla de ropa y complementos. En los claustros de los centros escolares, cuando se discutía cómo debían ir vestidos los alumnos y las alumnas, había follón. Luego -lo tengo comprobado-, llegaba la madre de la criatura que había provocado la discusión por su manera extravagante de vestir y zanjaba la cuestión: "Mi niña viene al instituto como a mí me sale del coño". El tema de la ropa, pues, mejor no tocarlo. Hay mucha gente asustada por el espectacular avance en Castilla y León del partido del Cid. Y me entran ganas de preguntarles: ¿Quién teme al Cid Campeador? A mí, no me asusta, pero sí me preocupa que lo vote tanta gente. Una preocupación que me corroe en mi interior. Puedo entender que el 70 % de sus votantes sean hombres escocidos por la pérdida de privilegios, pero lo que no entiendo es cómo reciben un 30% de votos de mujeres. Pronto tendremos sesudos estudios de politólogos de postín que nos explicarán el fenómeno. Entre tanto, se me ocurre pensar que sí: que hemos venido tragándonos, desde que el sapiens rompió a hablar, todo tipo de consoladoras mentiras y de leyendas increíbles, pero parte de la población es cada vez más reacia a escuchar, de un cura o de un político, promesas de salvación eterna o terrenal que nunca se cumplen. Y se contenta con votar a partidos que no prohíben la caza de la perdiz roja o que no demonizan el que nos sintamos princesas ni censuran el cuento de Cenicienta. Que no te hagan sentirte culpable cuando te derrites de gusto con los modelitos de Leticia o cuando te entrampas para que tu niña haga la primera comunión con el mismo traje con el que la hizo la infanta Sofía. El proletariado, que no ha podido con los ricos, se contentaría con vivir como ellos.

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