Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
El aire de septiembre tiene sabor a reencuentro. Los abuelos caminan sujetando manos diminutas aferradas a mochilas con dibujos. La vuelta al cole es un ritual que marca el comienzo de una nueva etapa. Un lienzo en blanco para los pequeños. La emoción del uniforme almidonado, el olor a libro nuevo y la promesa de reencontrarse con amigos después de meses de sol y libertad.
El coche familiar, cargado de sueños y tráfico inesperado, es un microcosmos de emociones. En los asientos traseros, la nostalgia de las vacaciones se mezcla con el miedo a lo desconocido. Los adolescentes disimulan su ansiedad por encajar de nuevo, por reconquistar su lugar en la jerarquía del instituto. Profes nuevos, quién seguirá en mi clase… Sus mochilas cargan cuadernos llenos de páginas en blanco que serán testigos de reencuentros, de nuevas amistades, de amores platónicos.
En el asiento delantero, los padres se enfrentan a la compleja danza de la conciliación. La vuelta al cole no es solo material escolar y uniformes, sino reajuste de horarios, extraescolares, logística de comidas, deberes, llamadas a cualquier hora a los abuelos… La vida, que durante el verano transcurrió a ritmo pausado, vuelve a ser una maratón de responsabilidades. La vuelta al cole es una prueba de resistencia, una carrera contrarreloj para demostrar que son superhéroes, que siempre llegan a todo. Pero hasta en medio del caos, siempre tienes la sensación de que la rutina es un ancla con que mantenerse a flote.
En la puerta, las despedidas son un festival de abrazos. Unos lloran. Otros van tan felices que hasta olvidan mirar atrás para decir adiós. Abuelos que observan con orgullo y melancolía cómo sus nietos, esos que hace dos meses apenas llegaban a la cintura, se alejan con la seguridad de quien ha crecido en el verano. Uniformes rabicortos, pelo cortado. La mochila pesa un poco más. Visto así, la vuelta al cole es un recordatorio tangible de que el tiempo no se detiene, que los niños crecen y que, con cada paso hacia la madurez, un pedazo de ellos y nuestro se queda atrás.
Primer día de clase. Después de abrazos y promesas de “te recojo luego”, las puertas se cierran, la calle queda en silencio. Un silencio momentáneo, porque con cada libro abierto, la vida recobra sentido e ilusión tras las paredes de un cole ayer abandonado.
Sueños y esperanzas. Nueva etapa. Disfrútenla.
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