Editorial
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Juanma Moreno ve pasar los meses instalado, según todas las encuestas, en una sólida y cómoda mayoría absoluta. Cumplido el ecuador de la legislatura el desgaste es muy pequeño. A pesar del flanco que tiene abierto en la sanidad pública y aunque la situación general de la región presenta un evidente estancamiento, el presidente andaluz puede ver el horizonte de 2026 sin demasiados temores. Confluyen varios factores para que se dé esta sensación de calma. El primero es, sin duda, la imagen que proyecta en estos momentos Andalucía. Frente a la confusión y la crispación nacional, desde el Palacio de San Telmo se transmite una imagen de estabilidad y de trabajo serio, con actuaciones como la bajada impositiva que son un llamamiento a la atracción de capitales e inversión empresarial. Moreno vende pragmatismo y seguridad y eso es siempre atractivo. Pero se da también un segundo factor que no deja de ser una anomalía política. Es la inexistencia de una oposición digna de ese nombre. En lo que llevamos de legislatura el PSOE ha pasado de la inacción casi total a verse envuelto, por enésima vez, en luchas internas y pugnas por el liderazgo. Es una situación que era previsible. Juan Espadas ha sido incapaz de encabezar una oposición eficaz y el periodo congresual que ha abierto el PSOE abona el campo para que se desaten las peleas internas. Lo cierto es que Andalucía lleva demasiado tiempo sin una fiscalización adecuada de la acción del Gobierno y sin una fuerza que se pueda presentar ante la ciudadanía andaluza como una alternativa viable. En una democracia la oposición está destinada a jugar un papel fundamental de articulación política. Su ausencia resta efectividad al propio sistema.
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