EDITORIAL
¿Deriva autoritaria en Estados Unidos?
Editorial
Los equilibrios geopolíticos están sometidos a un proceso de profundos cambios. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto una revolución en la que el sistema de alianzas surgido del final de la Segunda Guerra Mundial ha dejado de tener validez. A ello se une que el Pacífico es el escenario en el que se dirime el duelo entre las dos grandes potencias de este siglo, Estados Unidos y China, y que existen actores como Rusia e Israel que han aprovechado este periodo de confusión para poner en marcha aventuras expansionistas en Ucrania o Gaza. Washington ha dejado de ser el garante de la seguridad occidental, pero por mucho que gire en sus prioridades internacionales le va a seguir tocando jugar un papel fundamental en escenarios tan complicados como Oriente Próximo, el Mediterráneo oriental o el Sahel. En este contexto las bases de Morón y Rota, sobre todo esta última, van a seguir desempeñando una función fundamental para la protección de los propios intereses norteamericanos. Es lógico, por lo tanto, que el Pentágono, en contra de especulaciones que han circulado durante los últimos meses, no solo no piense en reducir el valor estratégico de sus instalaciones en Rota, sino todo lo contrario. A esta necesidad responde la decisión de Estados Unidos de desplegar en la base gaditana su más moderno destructor de última generación para reforzar el escudo antimisiles de la OTAN. En octubre del año pasado llegó a Rota el quinto destructor lanza misiles de la serie Arleigh Burke Flight IIA. El sexto está previsto que llegue en 2026 y será una de las unidades más avanzadas tecnológicamente de la Marina de Estados Unidos. La base de Rota, como viene ocurriendo desde los tiempos de la Guerra Fría, está destinada a ser una pieza decisiva en la seguridad de occidente y eso no va a dejar de ocurrir en los tiempos nuevos que se dibujan.
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