Tribuna

Antonio Porras Nadales

Catedrático de Derecho Constitucional

Aspavientos

Aspavientos Aspavientos

Aspavientos / rosell

Es el camino por donde viene discurriendo nuestro proceso democrático. Un sinfín de aspavientos donde hasta las obviedades del normal funcionamiento ordinario de nuestra democracia se abordan como si estuviéramos en un plañir interminable de gritos y lamentos, de mesarse los cabellos y rasgarse las vestiduras: el momento más dramático de nuestra democracia, el complot, el golpe de estado permanente… Toda una retórica vacía que, entre otras cosas, sirve para alejarnos de los verdaderos problemas.

Porque desde la perspectiva lógica del normal funcionamiento de todo Estado de Derecho, la supuesta emergencia no aparece por ningún lado: en todo Estado de Derecho la actuación de las instancias públicas es controlada por las esferas judiciales o por el tribunal constitucional. Como "legislador negativo", tal como lo definió su gran fundador, Hans Kelsen, el Tribunal Constitucional se encarga de frenar al propio Parlamento, pudiendo anular el resultado de sus actuaciones.

Sucede que a veces las decisiones del Parlamento pueden traer vicios de procedimiento, ya que sus señorías no siempre resultan ser santos varones. Que el Gobierno presente proposiciones de ley es algo que carece de congruencia, porque lo normal es que formalice su iniciativa mediante proyectos de ley; las proposiciones son más bien instrumentos de la oposición. Que determinadas enmiendas se conviertan en auténticas leyes ómnibus donde se pretenden modificar todo un abanico de leyes específicas, constituye una especie de fraude al procedimiento legislativo. Y si la mayoría gubernamental se dedica a trampear los procedimientos, no cabe duda de que en cualquier momento le puede venir un tirón de orejas: porque por encima de la voluntad "soberana" expresada por la mayoría del parlamento está la voluntad constituyente (la voluntad de todos) expresada en la Constitución, cuya aplicación compete al tribunal constitucional.

Y en este ámbito debe quedar claro que no hay riesgos de golpe de Estado porque el Tribunal Constitucional no actúa por su propia iniciativa sino a instancia de parte, o sea, respetando los procedimientos y modos de actuación propios del poder judicial. Y si las partes piden medidas cautelares de carácter previo, no habrá más remedio que considerar tales alegaciones y contestar en consecuencia.

No hay ámbitos exentos de tal control: ni existen los "actos políticos" del gobierno ni los "interna corporis acta" del parlamento. No hay que mover como marionetas a "prestigiosos" juristas para que se embarren en aspavientos y escandaleras sin fin, como palmeros que sólo saben bailar al son que nos tocan.

Otra cosa es que, tras estos aspavientos, tras tantos gritos y lamentos, el escenario final sea el de una progresiva degradación de nuestra democracia. Porque la sustitución de mayorías cualificadas para la designación de organismos independientes supramayoritarios por mayorías ordinarias, implica una sujeción aún mayor de las instituciones a la política. Una cuesta abajo que ya habíamos comenzado hace tiempo y que no hace más que agudizarse. Hablar a estas alturas de que necesitaríamos auténticos "estadistas" que sepan contemplar las cosas con suficiente altura de miras es como pretender buscar a una monjita en una timba de tahúres. Son los políticos los que han colonizado las instituciones, transformando unos organismos independientes, previstos así en nuestra Constitución, en harkas rifeñas llenas de talibanes incondicionales designados mediante el perverso sistema de cuotas. ¿Hay alguien a estas alturas que aún sepa reconocer lo que es una institución independiente, donde todos los ciudadanos nos sintamos dignamente representados? No son las escandaleras instantáneas ni los aspavientos innecesarios los que deberían preocuparnos, sino la cuesta abajo sin fin del largo proceso de degradación democrática en la que estamos inmersos y a la que no sabemos cómo ponerle freno.

Simplificar esta compleja panorámica en una historieta maniqueísta de buenos y malos, de demócratas y no demócratas, de fieles al partido A o al partido B, es una forma de seguir dándole más vueltas a la noria. Es la retórica interminable que alimenta nuestro morbo cotidiano en forma de coro de palmeros que aplauden o critican para calentar el ambiente.

Claro que la triste conclusión es que, al final, los españoles tenemos lo que nos merecemos: como nos hemos empeñado en seguir votando a quienes ya nos habían metido hace tiempo en este berenjenal, pues no pasa nada; es nuestra decisión colectiva. Qué importan unas broncas de más o de menos. Así que, alegría para todos que los tiempos del regeneracionismo se alejan nuevamente, hasta un horizonte cada día más inalcanzable. Y al final, siguiendo por la cuesta abajo, no habrá más remedio que rezar por que venga una lejana virgencita llamada Bruselas a salvarnos

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