Tribuna

Alfonzo Lazo

Profesor y académico

Contar la Navidad

Un templo tiene sus puertas abiertas a todos, ya sean sabios o iletrados; mas no cabe hablar -o mejor, no se debe hablar- de la misma manera a cada uno de los que allí acuden

Contar la Navidad Contar la Navidad

Contar la Navidad / rosell

Siendo todavía sacerdote, cuando aún no había recibido de Roma la secularización para casarse con la hija de Américo Castro, Javier Zubiri escribió a un amigo sobre cómo debía entender el cristianismo un intelectual creyente.

Para Zubiri todas las religiones organizadas, incluida la católica, estaban en un error ya que resulta absurdo pensar que el hombre con su limitada razón pueda entender a Dios. Y, sin embargo, -terminaba Zubiri- las grandes Iglesias son necesarias pues sin dogmas, mandamientos, oraciones, ritos y principios morales los pueblos están condenados a olvidar a Dios. ¿Era un hereje Zubiri? No lo creo.

El día 22 del pasado mes de noviembre el papa Francisco aconsejaba a los teólogos "ir más lejos" aunque "sin adoctrinar a los fieles". No soy teólogo, pero me acojo a las palabras del Pontífice y voy un poco más lejos que Zubiri, pues si las religiones son necesarias alguna de ellas, por fuerza, a pesar de sus errores, estará más cerca que las otras de la verdad por muchas dificultades que tenga para alcanzarla y trasmitirla.

Un templo tiene sus puertas abiertas a todos, ya sean sabios o iletrados; mas no cabe hablar -o mejor, no se debe hablar- de la misma manera a cada uno de los que allí acuden. Las religiones de teología compleja tienen de necesidad ciertos comportamientos gnósticos. Es decir, la doctrina predicada es la misma, pero la forma de explicarla difiere -o debe diferir- según los fieles que escuchan: no es igual hablar ante un grupo de universitarios que dirigirse a personas sin estudios. No es una discriminación, ni tampoco se trata de que una forma de hablar sea mejor que la otra, al menos en el cristianismo, pues "no han sido revelados los misterios a los sabios de este mundo sino a los humildes y marginados", por más que la revelación de Krishna al príncipe Arjuna no pueda ser entendida de igual manera por un brahmán que por un sin-casta de la selva de Bengala. Para el brahmán la Deidad es única con muchos avatares, para el pordiosero indio los avatares son quince mil dioses. Imposible disertar ante una audiencia indiferenciada sobre cosas como "el Cristo preexistente" de san Pablo, porque si se utilizan unas expresiones rigurosas, un vocabulario académico y unas ideas matizadas la gente sencilla apenas entenderá nada y puede escandalizarse. Pero si por el contrario se recurre a un lenguaje cotidiano, simple y común los doctos, aburridos, acabaran abandonando el templo y la misma Iglesia. Es lo que ocurre en Europa desde el siglo XVIII.

No estoy hablando de dos teologías, pero sí de dos maneras legítimas de acercarse a la verdad. Dos maneras, por ejemplo, de contar la Navidad. Un hecho histórico fechado. El nacimiento del niño galileo que cambió el mundo. Es lícito contarlo recurriendo a Belén, a los pastores, a serafines que cantan, a una virgen que da a luz y a la imagen del niño besada al final de la Misa del Gallo. Revelación, poesía y leyendas. Y también es legítimo reflexionar durante los ritos navideños acerca de la Divinidad de aquel niño que el relato de Juan presenta como el Logos hecho carne. ¿Razonaba ya omnisciente el niño divino desde la cuna? ¿Se hacía caca y pipí y lloraba por las noches? Entonces, ese niño, ya de adulto, tomó consciencia de su divinidad muy poco a poco y entre dudas y tentaciones de las que hablan los Evangelios, consciencia tal vez adquirida a partir del bautismo en el Jordán. Se cuenta que apenas nacido Buda se puso de pie y pronunció un sermón; sin embargo, aunque de existir Dios todo es posible, no parece que Dios se dedique a milagros caprichosos y extravagantes. Desconozco si hay algún dogma que obligue a creer que en el parto de la Virgen no hubo sangre ni dolor, "como rayo de sol por el cristal sin romperlo ni mancharlo".

No creo desacertado pensar la Navidad de esa forma reflexiva. Reflexivo fue el debate entre Ratzinger y el filósofo de la Escuela de Frankfurt Jürgen Habermas sobre la Revelación y el origen de la moral. Y reflexivo es el último libro de Peter Sloterdijk Hacer hablar al cielo. Pero aquí me callo. De aquí no paso.

No sigo porque de continuar entraría en contradicción con lo que estoy sostenido: la necesidad urgente para el cristianismo de dos lenguajes distintos a fin de explicar las mismas cosas sagradas. Esta Tribuna del periódico suele ser frecuentada por lectores ilustrados, pero también está abierta a cualquier lector sencillo. No quiero escandalizar a nadie.

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