Tribuna

Javier González-Cotta

Editor de 'Revista Mercurio'

Croacia bipolar, luz y sombra

El común de los mortales asocia la bella Croacia (su costa dálmata contrasta con lo descarnado de los Alpes dináricos) con el escudo rojo y blanco ajedrezado de su bandera

Croacia bipolar, luz y sombra Croacia bipolar, luz y sombra

Croacia bipolar, luz y sombra / rOSELL

Franjo Tudjman, tutor de la Croacia independiente, decía que el mapa de su país se parecía a un feo cruasán. Es verdad: de la Eslavonia panónica, al nordeste, a Istria, Dalmacia y, ya al sur, Dubrovnik (la antigua Ragusa). Por ello, en aras de forjar su idea de la Gran Croacia, el Milosevic de Zagreb durante la guerra de Bosnia (1992-1995) soñó con anexionarse enclaves bosnios poblados por croatas étnicos.

Tudjman fundó el HDZ, que es el actual partido gobernante desde 2020, con su primer ministro conservador Andrej Plenkovic (cohabita, no obstante, con el presidente socialdemócrata Zoran Milanovic, quien sucedió a su vez a la nacionalista Kolinda Grabar-Kitarovic). Su negro túmulo se halla en el cementerio Mirogoj de Zagreb. Cuando uno llega y lo contempla, lo primero que piensa es que este moderno mentor de los croatas tuvo suerte de morir a tiempo. Falleció en 1999, antes de que pudiera ser juzgado y condenado, como el serbio Milosevic (muerto en 2016), por instigar la limpieza étnica.

Se cumplen ahora treinta años de la Guerra Patriótica de Croacia (el martirio de Vukovar es su icono) y del atroz conflicto de Bosnia-Herzegovina (culminado con la Operación Tormenta croata contra 200.000 serbios de la Krajina: un drama étnico evaporado por el dolor de Srebrenica). Y, sin embargo, la refulgente Croacia de hoy presume de europeísmo. Miembro de la UE desde 2013, el país balcánico -histórico híbrido entre lo eslavo y el catolicismo occidental- ha ingresado en el espacio Schengen y acaba de adoptar el euro como moneda (adiós a la kuna).

El común de los mortales asocia la bella Croacia (su costa dálmata contrasta con lo descarnado de los Alpes dináricos) con el escudo rojo y blanco ajedrezado de su bandera, que remite a los colores de la Panonia y de Dalmacia, en recuerdo -o leyenda más bien- del rey croata Drzislav I (siglo X), quien logró su libertad jugando al ajedrez con un dux veneciano.

El sello ajedrezado viste a su competitiva selección de fútbol (¡grande Luka Modric!), sin olvido del peculiar gorrito de waterpolo, que suelen lucir también los seguidores croatas en las gradas cuando compiten internacionalmente. En la nueva Croacia del euro (4 millones de habitantes) el déficit público es inferior al 3% del PIB y el desempleo es del 6%. El turismo la enriquece, aunque ha de soportar a los apestados: 30.000 inmigrantes irregulares en 2022. Del ayer siniestro a hoy, Croacia refleja una dicotomía moral. El pasado fascista del régimen ustacha de Ante Pavelic, vigente en la Segunda Guerra

Mundial, o se soslaya o se revisa. El poso de lo que fuera el pronazi Estado Independiente de Croacia suele aflorar en los debates que reconstruyen la conciencia nacional. Los actuales éxitos deportivos se acompañan a veces de soflamas ustachas, las mismas que entonaron ciertas unidades del ejército croata en la guerra de Bosnia: "Za dom Spremni" ("Por la patria, listos"). El suroeste de Herzegovina (Mostar, Capljina, el santuario de Medjugorje) suele ser cuna de criminales de guerra. Los ustachas de Pavelic cometieron barbaridades extremas (fosa de Surmanci). Y de Capljina son oriundos Slodoban Praljak, artífice de la destrucción del puente otomano de Mostar en 1993 (se suicidó ingiriendo veneno en pleno juicio en el Tribunal de la Haya), y Ado Algic, detenido hace nada en Barcelona por sus barrabasadas en los campos de Dretelj y Gabela.

El icono del terror ustacha es el complejo de Jasenovac, levantado hace ahora ochenta años como moridero de serbios, romaníes y disidentes croatas. Unas 100.000 personas (entre ellas miles de niños) murieron en su vasto coto, situado a orillas del fronterizo río Sava con Bosnia. Jasenovac es hoy una bucólica pradería. Es lo que acongoja cuando uno lo visita. Una monumental escultura en forma de tulipán, realizada por Bogdan Bogdanovic, llama al recuerdo entre el cándido fluir del Sava y los efluvios de revisionismo histórico. Entre las salvajadas de Jasenovac se contaba el srboskjek (cortaserbios), una hoja de cuchillo agrícola adosada a un guante, que permitía a los guardas hacer competiciones de matanzas. Por su parte, la historiografía croata replica enumerando los crímenes de los chetniks serbios y, sobre todo, la gran sangría de Bleiburg (1945), cuando los partisanos de Tito, como venganza, masacraron a miles de ustachas y civiles en la caótica frontera austro-eslovena.

El dictador Pavelic está enterrado en el cementerio de San Isidro de Madrid. Y Vjekoslav Luburic, el perturbado dirigente de Jasenovac, está sepultado en Carcaixent (Valencia). La feliz Croacia del euro tiene un problema (o nosotros con ella).

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios