Tribuna

Alejandro palomas

Escritor

Dejad la luz encendida

El abuso en la infancia es una corriente de aire denso que se cuela silenciosa por cualquier grieta, en cualquier barrio de cualquier pueblo o ciudad

Dejad la luz encendida Dejad la luz encendida

Dejad la luz encendida / rosell

Hace más de un mes salió a las librerías Esto no se dice, mi último libro. En él ofrezco en primera persona el testimonio de un niño que sufrió el abuso, la agresión, el maltrato continuado y la violación a manos de un hombre adulto. El niño tenía ocho años. El niño era yo, soy yo. Desde entonces han ocurrido muchas cosas, todas intensas, todas reales. Las ha habido hermosas y ha habido también en este breve transitar momentos que no querría haber vivido. De entre ellos, el más doloroso ha sido el que resume el comentario que recojo a continuación, literal, de entre los escritos por los lectores a una reseña que sobre el libro ha aparecido recientemente.

"Mejor dedicaos a recomendar libros que nos alegren un poco la vida. No tengo intención de perder el tiempo sufriendo innecesariamente". Innecesariamente.

Dejad que os cuente algo: cuando un hombre de cincuenta y cinco años -un escritor en este caso- decide sincerarse y dar testimonio veraz de un episodio infantil tan grave y tan traumático como este, lo hace para que ese infierno resulte fácilmente legible y transitable para quienes no lo han vivido, y sanador y luminoso para quienes sí pasaron por él. Quien sufrió innecesariamente fue el niño de ocho años que sigue vivo en mí, como lo hicieron, lo hacen y desgraciadamente lo harán miles de niños y niñas a quienes no conozco y a quienes alguien tiene que dar voz y también luz. Esto no se dice es una verdad de 320 páginas, una verdad ya sufrida, asimilada y transformada en un relato que pretende conmover para sanar. Quienes teméis sufrir leyéndolo -padres y madres, maestros y maestras, hermanos, hermanas, parejas, amigos y amigas… todas aquellas personas que han vivido o viven con un/a menor, un hombre o una mujer que esté siendo o haya sido objeto de abuso sexual en la infancia- teméis en vano. Esta es la historia de un niño que pudo, que llegó, que vivió.

Muchos otros no lo han conseguido, porque quienes pudieron no los escucharon. Prefirieron no saber.

El relato no es doloroso. Doloroso es que no queráis leer para no saber, porque al que le duele es al Alejandro de ocho años, al de quince, al de treinta… al que no habló antes porque tenía miedo de que el mundo lo culpara y doliera más, doliera otra vez. Este testimonio es un viaje desde la conmoción inicial a la emoción final, el camino amarillo de Oz que el adulto lector recorrerá de la mano de un niño que con los años ha aprendido que juntos el camino es más ancho, se pasea mejor.

Y, sobre todo, es mi vida, también la de muchos hombres y mujeres que no saben cómo contarla y por eso callan. Podrían ser vuestros vecinos y vecinas, vuestros hijos, ahijados, sobrinos o alumnos. Podríais ser vosotros/as. Y no vale el "a mí eso no puede ocurrirme, a mis hijos menos aún", no vale porque el abuso en la infancia es una corriente de aire denso que se cuela silenciosa por cualquier grieta, en cualquier barrio de cualquier pueblo o ciudad, y porque cuando ocurre es tarde y hay que reparar. Entonces el dolor es tan inmenso que nada lo controla. No, no saber no nos hace mejores. Nos hace ignorantes por decisión propia y, por tanto, cómplices.

He escrito este testimonio para que nada excuse la ignorancia. Para que la emoción nos enseñe que, aunque cuesta, de esto se sale.

El fascinante camino -sí, es fascinante en todos sus matices- que inicié el día que publiqué Esto no se dice me ha ayudado a entender mejor quiénes somos y qué tememos, y me ha acercado más a mí, a ese niño que vivió lo que ningún menor debería vivir jamás. Todos, hombres y mujeres, convivimos con un/a niño/a que pide que le dejen una luz encendida de noche por si aparece el monstruo. Es esa pequeña luz la que nos da la confianza cuando todo lo demás falla, el minúsculo punto luminoso en el velador que mamá o papá dejan encendido y que con los años nos habita, guiándonos en los momentos de duda, de desesperanza o de orfandad. La vida es una aventura en la que entramos como exploradores en busca de un tesoro. Con el tiempo entendemos que ese tesoro es precisamente la vida misma, pero solo llegan a eso quienes no se niegan la verdad.

Creedme, sé muy bien de lo que hablo: sin la verdad, para el niño o la niña que todos y todas somos hasta el final, no hay luz posible.

Y, si a pesar de esta carta, preferís no saber y nos dais la espalda, dejad al menos la luz encendida para que la vida siga pareciendo un tesoro.

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