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Jesús beades

Escritor

Historia universal del eufemismo

A cinco mil kilómetros encarcelan y asesinan a seres humanos por no mostrar la sumisión del velo, símbolo de otras muchas sumisiones

Historia universal del eufemismo Historia universal del eufemismo

Historia universal del eufemismo / rosell

El Diccionario de la Real Academia Española dice que un eufemismo es la "manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante". Proviene del griego eu-, bien, y pheme, hablado. Es experiencia común: todos hemos cambiado alguna vez el adjetivo "gordo" por "grande"; "feíllo" por "simpático" (esto solo con recién nacidos); y hemos dicho de alguna ciudad objetivamente horrible que tiene "encanto a su modo", sobre todo si estábamos en presencia de un nativo (omitiré ejemplos andaluces, por aprecio a mi integridad física). La expulsión del paraíso de la infancia es precisamente esto: pasamos de decir "esa niña gorda me ha pegado" a "esa niña, sí, esa de la izquierda, me ha pegado". A veces, la omisión es el más clamoroso eufemismo. Perdemos así contacto directo con los hechos, incluso con la verdad, pero ganamos en civilización y, al fin y al cabo, hemos de convivir en paz. Qué espanto esas personas que pregonan, normalmente con un mohín de orgullo, "yo soy muy sincero, otra cosa no. Lo que pienso, lo digo a la cara", acusando implícitamente a su interlocutor de engrosar la enorme nómina de los hipócritas. Son las mismas que resultan antipáticas allá donde van por su lenguaje soez o por su indiscreción al hablar de la vida de los demás u opinar sobre peinados ajenos. Líbrenos Dios del sincero, y bendito sea el eufemismo, argamasa de la convivencia, pegamento de la comunidad. En inglés se dice "white lies", mentiras blancas, a lo que nosotros los católicos llamamos "mentiras piadosas". Sabemos que nuestro cuñado no es "vehemente" sino un pelma de cuidado, pero el amor a nuestro cónyuge nos lleva a los límites del lenguaje, y más allá. El amor bien vale un pequeño embuste. Después, una vez establecida la civilización, se extiende el eufemismo hasta llegar a la categoría de figura retórica o humorística. Así, hay cientos de maneras de indicar que uno va a hacer aguas mayores (esta ya era una de ellas): "voy a visitar a Roca", "voy a poner un burofax", "tengo un asunto urgente que atender", "voy a ingresar dinero en el cajero", etc. Seguro que usted está pensando ahora mismo decenas de expresiones equivalentes, propias de su familia. Las usamos para no verbalizar algo tan grueso (con perdón) pero también por gusto a la pura creatividad del lenguaje, al chisporroteo de la metáfora por sí misma. Los angloparlantes son más sosos y dicen "number one" o "number two". La escatología es muy barroca y, por tanto, mediterránea y católica. Y en el sexo ocurre igual.

Esos son los límites del eufemismo: o bien por caridad, o bien por buen gusto. Sucede que hay otros peores, que proceden por complicidad o por el Síndrome de Pilatos, y que ya no construyen la civilización sino que hacen lo contrario. El presidente del Gobierno ha recibido hace unos días en Moncloa a la afamada ajedrecista iraní Sarasadat Khademalsharieh, más conocida como Sara Khadem, huida de su país por temor a represalias políticas que podrían incluso acarrearle la muerte, por haber competido sin llevar el hiyab, el velo obligatorio en Irán y en muchos otros países islámicos. Actualmente hay en Irán un movimiento de protestas que está trayendo como consecuencia el asesinato de periodistas, de mujeres insumisas a esas costumbres, y de hombres que las apoyan. Mientras nosotros hablamos de Piqué y Shakira, de Vargas Llosa y la Preysler -asuntos de interés, por otro lado: los cuernos y el desamor son universales-, a cinco mil kilómetros encarcelan y asesinan a seres humanos por no mostrar la sumisión del velo, símbolo de otras muchas sumisiones. Tras su encuentro con Khadem, Pedro Sánchez ha tuiteado lo siguiente: "Todo mi apoyo a las mujeres deportistas. Su ejemplo contribuye a un mundo mejor". Y nos preguntamos: ¿mujeres deportistas? Por supuesto que Carolina Marín, la campeona onubense de bádminton -igual que todas las personas que hacen cosas sanas y buenas en una sociedad en paz- contribuye a un mundo mejor. Según Borges, el hombre que cultiva su jardín y el que acaricia a un animal dormido, entre otros, están salvando el mundo. Pero a ninguno de ellos lo recibe todo un presidente del Gobierno en el Palacio de la Moncloa. A Khadem la recibe por su condición de refugiada política, por su reivindicación feminista -la de verdad, no la de decir "niñes" por una subvención- y su queja debería ser nuestra queja, su lucha nuestra lucha. Hay eufemismos que ofenden, omisiones que son una bofetada, tuits que producen gran melancolía.

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