La tribuna

El día después

El día después
Rosell
Manuel Bustos Rodríguez
- Catedrático Emérito De La Universidad Ceu-San Pablo

Me asombra ver la disposición de tanta gente a pensar que nuestro sistema democrático funciona con normalidad y, a pesar de algunas excrecencias temporales importantes, llegado el momento será capaz de repararlas por sí mismo, reconduciendo todo hacia la actividad normativa que le es propia. Tal vez, no quepa hacer otra cosa que creer en ello, y confiar en el sabio juego de las mayorías y sus alternancias. Y así, continuar actuando sin más como si nada irreparable se hubiese producido. Si no, ¿qué valor tendrían los partidos sobre los que se levanta el sistema en estos momentos?

Pero la imagen que nos forjemos no borra del todo la dura realidad. Hemos tocado suelo, nos hemos habituado a tantos desmanes, que apenas somos ya capaces de percibir la gravedad de lo que nos ocurre. Total, solemos decirnos, ¿qué puedo yo hacer para resolver el problema?

Supongamos por un momento que llega la por muchos anhelada alternancia. ¿Qué margen de maniobra les quedaría al partido o partidos de Gobierno, supuesto su deseo de cambiar la situación? ¿De qué modo actuar? Porque es claro que ya no basta con dejar las cosas como están, o curar las heridas leves y menos costosas, sino acudir a cauterizar la sangría antes de que sea todavía más tarde, y hacerlo procurando que los virus y las bacterias nocivas no logren que la salud del Estado enfermo colapse, provocando su entrada en cuidados paliativos.

De tan imbuidos como están muchos del sentido institucional, a pesar de sus propias críticas más o menos veladas, no han dejado de saludar, alabar y bendecir nuestro modelo de transición política y la Constitución que nos hemos dado, cuando en realidad estamos ante un enfermo en estado cataléctico, cuyos males derivan en buena parte de ambos. Soy consciente de que lo dicho puede parecer una herejía, estando como está así aceptado en el repertorio político. No entro en las culpabilidades ni en detallar los errores del proceso. No es este el lugar y, probablemente, no lo haría con la precisión debida. Pero me interesa valorar, siquiera grosso modo, la situación en que nos encontramos.

Imaginemos de nuevo por un momento que el incierto juego de las mayorías ha posibilitado la alternancia. Que la derecha logra finalmente llegar al poder, una vez superadas inicialmente las divisiones, en tanto la izquierda y los separatistas se preparan para la confrontación. ¿Por dónde y cómo iniciar la cura para restablecer al enfermo en peligroso estado de descomposición? ¿Encontrará la opción alternativa la unidad y el vigor necesario para rehabilitar al enfermo?

Para enderezar la economía, sin duda, bastará con un mayor sentido común; pero para el resto, ¿acaso no se tendrán previamente, en medio de todo tipo de presiones, que desmantelar tantas leyes erradas, a veces inicuas, promulgadas en los últimos tiempos? ¿No se tendrán acaso que restaurar tantos órganos e instituciones importantes corrompidas, y poner freno a la disolución de España? No olvidemos al respecto que pisamos un terreno donde la moralidad está a ras de suelo y, durante años, se ha fidelizado a una parte importante de la población, hoy muy ideologizada, que defenderá el relato inculcado con uñas y dientes, tanto como las prebendas obtenidas. En muchas personas ha calado el punto de vista interesado del adversario y la política de enfrentamiento ha encontrado eco. Todo o casi todo se halla infiltrado. No negaré la valiente actitud de tantos juristas, consagrados a reponer la vulnerada Justicia e, indirectamente, a que la gravedad del enfermo no sea mucho mayor. Pero también aquella está muy intervenida y sus tiempos de resolución son largos. Velemos, si todavía es posible, para que emerjan personas, que conectando con un sector amplio de la población, la guíen por senderos más transitables. Justo la esperanza que nos hace falta.

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