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Salvo en algunos pocos lugares, generalmente pueblos no muy grandes, las elecciones municipales han sido realmente una “primera vuelta” de las generales. Una perversión de la que son responsables tanto el PP (a todos los niveles) como el PSOE (aunque, en este caso, quizá quepa concentrar la culpa en Pedro Sánchez, que, ahora, siguiendo esa lógica, adelanta la “segunda vuelta” a julio porque cree tener así más opciones que a finales de otoño). Los temas de relevancia local fueron desplazados a un segundo plano y la presencia constante de los hiperlíderes hizo que los propios candidatos locales se convirtieran en simples teloneros de aquellos. No creo equivocarme si escribo que muchos de los votos recogidos por los candidatos del PP fueron, en realidad, votos contra Sánchez. Como también parte de los votos a las candidaturas del PSOE respondieron al miedo ante posibles gobiernos del PP con la ultraderecha de Vox. Las ideas u ocurrencias de quienes encabezaban las distintas candidaturas han sido lo de menos, aunque también es cierto que no diferían demasiado entre ellas: casi siempre se limitaban a un rosario de medidas, poco creíbles, sobre los problemas más obvios, sin entrar realmente en sus causas ni, por tanto, plantear soluciones serias.
La derrota del PSOE en este mano a mano de la primera vuelta ha sido evidente, aunque no tanto en votos como en pérdida de resortes institucionales (que parece ser lo único que importa a los partidos). Una derrota también propiciada por el avance de Podemos en su proceso de autodestrucción, agudizado por la incapacidad de superar la orfandad que le produjo la retirada de su hiperlíder, Pablo Iglesias. Y un éxito, el del PP, que, a pesar de su euforia, no ha consistido en mucho más que en recuperar los votos que en elecciones anteriores se le habían ido a Ciudadanos (ya un cadáver político).
La pirueta de Pedro Sánchez, anunciando por sorpresa el adelanto de las generales, no ha hecho sino confirmar el carácter de primera vuelta que tanto él (y su partido) como el PP de Feijóo-Ayuso-Moreno Bonilla imprimieron a las municipales. Sin duda, se trata de una decisión unipersonal, ni siquiera comunicada previamente a la ejecutiva de su partido aunque refrendada por esta, pero que encaja perfectamente en un proyecto superpartidario de mayor calado, diríamos de estado: la reconstrucción del bipartidismo, del “turnismo”, de tanta tradición en la historia española desde el siglo XIX hasta hoy en los periodos sin dictadura.
Y es que la partitocracia fuertemente bipartidista (aunque imperfecta por las “anomalías” del País Vasco y Cataluña), junto a la monarquía y a la visión uninacional del estado, es uno de los pilares del régimen político surgido tras la Transición, que traduce y defiende el Sistema socioeconómico y territorial desigualitario en el que vivimos. Durante unos años de la década anterior, estos tres pilares entraron en crisis. Superada la de la monarquía con la abdicación del “campechano”, desaparecida ETA y suavizados, al menos en parte, los efectos de la reafirmación nacional de Cataluña, solo el bipartidismo estaba pendiente de recuperación, tras haber sido puesto en jaque por nuevas fuerzas políticas, en especial Podemos y Ciudadanos. Para esta recuperación, además de tratar de destruir estas nuevas organizaciones partidarias, percibidas como una amenaza al estatu quo político, nada mejor que polarizar de nuevo la atención de los ciudadanos en los dos “grandes” partidos que se supone representan intereses de clase enfrentados e ideologías respectivamente conservadora y progresista, mediante la escenificación de un duro combate entre sus hiperlíderes. Con ello, y si al resto de partidos “menores” se les adjudica (y ellos aceptan) el papel de muletas cuando a aquellos les hace falta para gobernar, el pluripartidismo formal refuerza, en realidad, al bipartidismo.
En este contexto, pedir respeto por los marcos municipales y nacionalitarios es una ingenuidad. En el caso concreto de Andalucía, a lo anterior se añade nuestro papel de colonia. Para los componentes de la partitocracia estatal, somos una población numerosa (que no un pueblo) de donde extraer votos, al igual que de nuestra tierra se extraen riquezas mineras, agrícolas y humanas para beneficio ajeno. Rechazar este papel mediante la participación en las instituciones de la partitocracia es una tarea muy difícil que solo puede ser eficaz si se tiene detrás, o se promueve, una sociedad civil con un alto nivel de conciencia sobre nuestra identidad cultural, histórica y política y sobre la necesidad de instrumentos de verdadero autogobierno. Por eso, la prioridad no puede ser otra que la de activar esa conciencia. Como escribió Blas Infante, primero está el ser (el autorreconocerse) y luego el poder.
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