La tribuna

Lo sustantivo y lo adjetivo

Lo sustantivo y lo adjetivo
César Romero
- Escritor

Dicen que vivimos tiempos líquidos, por seguir la denominación del sociólogo Bauman. El añorado Javier Marías escribió sobre cierta falta de sustancia que notaba en nuestra época, sobre la inconsistencia de muchas personas en comparación con el espesor de otras pretéritas. Dejando a un lado esa visión que conforme se envejece va adueñándose de nosotros, la de que el tiempo pasado era menos banal, que es verdad por cuanto olvidamos sus horas muertas y a tanto tipo inane tratado, y no lo es por eso mismo, pues ahora lo sustancial, como siempre, es preciado mineral rodeado de escoria o ganga que el tiempo, gran escultor, eliminará hasta convertir nuestro devaluado presente en admirable pasado, quizá lo asistía parte de razón.

Más allá de esto, sí parece cada día más evidente el predominio de lo adjetivo sobre lo sustantivo. Si alguien dice que Benjamin Netanyahu es un asesino judío, no pocos se fijarán en el adjetivo, judío, antes que en el sustantivo, asesino, y calificarán de antisemita a quien así lo defina, pretendiendo invalidar dicha definición. Que los nazis mataran a millones de personas judías hace ochenta años, ¿ampara de por vida a cualquier criminal que profese esta religión y lo vuelve inviolable in aeternum? Lo sustancial es ser un asesino. Su condición judía es adjetiva. Esto, quienes lo suscriban con el político israelí tal vez lo rebatan si hablamos de un asesino vasco. ¿Durante cuánto tiempo, y aún hoy, tantos han justificado y hasta encubierto a los terroristas de ETA por su condición de vascos? Lo adjetivo, ser vascos, para muchos ha primado sobre su entidad de asesinos. Los más veteranos recordarán cómo algunos inmutables paisanos de los criminales torcían el gesto cuando asesinaban a “uno de los nuestros”, es decir, a un vasco, como si eso, y no ser una persona, fuera lo sustancial de la víctima. E incluso víctimas directas, exiliadas, aún tienden a cierta indulgencia, no se sabe si por bonhomía o por algún irracional atavismo vasco que hermane a víctimas con verdugos.

Esta conversión de lo “añadido” en lo que sustenta o “está debajo”, por seguir las etimologías de adjetivo y sustantivo, está en el fundamento del nacionalismo. De todos los nacionalismos. Estos tiempos que priman lo adjetivo alientan su reactivación, como estamos viendo. Que haya una especie de internacional nacionalista no debe engañarnos: el nacionalista, sea chino, escocés o cartagenero, pondrá siempre ese puro accidente, su condición natal, por encima de todo lo demás. Quizá donde más extrañe esta sustantivación de lo adjetivo sea en el feminismo. El feminismo del siglo XX, la mayor revolución del siglo, puso el foco en que los hombres habían preterido durante milenios a la mitad de su especie y marginado la condición femenina. Este descubrimiento, esta conquista, la de que la mujer no era algo adjetivo al hombre, sino alguien sustantivo por sí misma, ha dado paso a otro feminismo en el que pesa más ser feminista que mujer, y a la que no lo sea conforme al adjetivo vigente incluso se la aparta de dicha condición.

No es nuevo sustantivar lo adjetivo. Cuántos escritores, pintores, artistas, etcétera, deben sus carreras a ser amigos de y no a sus obras. Cuántos premios se otorgaron por la excelsitud de una obra y cuántos por amistad con los jurados. Por no hablar de quienes ocupan cargos de responsabilidad pública, donde la sustancia del mérito quizá haya sido definitivamente puesta en olvido en favor de lo adjetivo, ser “uno de los nuestros”. Lo novedoso ahora es su elevación a principio que rige el mundo. Todo hoy parece guiado por la primacía del adjetivo sobre el sustantivo, hasta suplantarlo y acabar convirtiéndose en lo sustantivo. Nadie parece mirar qué haya debajo del añadido, si hay algo, sólo el adorno porque es lo que importa y para casi todos es lo sustancioso, aunque en verdad mero adorno siga siendo.

También te puede interesar

Lo último

stats