Gualchos y Castell de Ferro:la montaña y la playa se dan la mano
La granada del siglo XXI
El municipio abarca un pueblo de sierra, con arquitectura tradicional de casas encaladas, y al mismo tiempo, una amplia zona de costa, de construcciones más modernas y enfocada a los veraneantes
Con el verano los colores se multiplican a lo ancho y largo de las playas de Castell de Ferro: sombrillas, bañadores y flotadores invaden cada año la arena de este pueblo, que es un conocido destino de veraneantes. Algo menos famosa, sin embargo, es la otra cara del municipio de Gualchos-Castell de Ferro, la que se esconde entre las montañas y que le da la primera parte del nombre. A apenas diez minutos de la costa, Gualchos guarda la tranquilidad de un pueblecito que ha sabido mantener su arquitectura tradicional de casas blancas con zócalos grises, que observan el mar con la mirada alta.
En Gualchos parece como si el tiempo pasara más despacio. Las casas forman un entramado de callejas y callejones por los que el ruido, si alguna vez existió, debió de perderse para siempre. Los vecinos, muchos ya mayores, disfrutan de la paz y la tranquilidad del pueblo, pero tampoco para los visitantes pasa desapercibido este encanto, aunque es un turismo distinto el que se dirige a Gualchos del que va buscando el bullicio de la primera línea de playa.
"Vienen muchos extranjeros de vacaciones. Les gusta la tranquilidad. Claro, vienen de sitios con tanto coche y tanto estrés...", razona Ángeles Pérez. Ha salido de casa a encontrarse con su vecina Lucía Fernández, que vive, literalmente, a dos pasos. Se miran con la complicidad de quienes llevan toda la vida ayudándose en todo y sabiendo que pueden contar la una con la otra. "Es un pueblo muy bonito, muy tranquilo y muy limpio", resumen.
Bajando por la carretera con el mar como horizonte, enseguida aparecen las primeras casas de Castell de Ferro y el ambiente cambia radicalmente para parecerse más a un pueblo costero en plena temporada alta. Jerónimo Gómez, que lleva años viniendo por vacaciones, baja hacia la playa con su niña. Y también con las gafas de bucear, las aletas y el tubo, que no falte de nada. Protesta por las piedras y porque no se arregle más la playa, pero no le pone pegas, sin embargo, a los bares: "Aquí se ponen buenas tapas, eso es verdad".
"En cualquier bar al que vayas, comes estupendamente y te tratan muy bien", coincide Maribel Hernández, que trabaja en una churrería junto a la playa, y que comenta también, entre otras cualidades del municipio, las posibilidades que ofrece, por ejemplo, para los amantes de la pesca. "Tiene buenos sitios y además, a la gente aquí le gusta mucho. Raro es el fin de semana que no se ponen de acuerdo unos cuantos para ir a pescar".
En cuanto al empleo, la riqueza de este municipio proviene principalmente de la tierra, y más concretamente, de los invernaderos: pepinos y tomates, son algunos de los cultivos principales. "Aquí hay mucho trabajo, tanto para los españoles como para los inmigrantes, que suelen venir por temporadas", afirma Maribel, que no obstante apunta que este ha sido un mal año de precios.
"Quitando los comercios y alguna otra cosa, aquí la gran mayoría de la gente trabaja en la agricultura y va cuesta abajo y sin frenos", sentencia Enrique Castillo, que trabaja en el sector. "Si la cosa sigue así, se acabarán abandonando las explotaciones, porque si no tienes para comer y pagar los costes, no se puede seguir", lamenta Enrique, que asegura que aunque esta primavera ha sido la peor en cuanto a precios, el problema viene de lejos.
Tampoco en el turismo ve la solución este vecino. "Yo empecé trabajando en la hostelería, pero cada vez está peor. Antes venían franceses y alemanes, pero ahora vienen sobre todo españoles, los que se dejan de verdad el dinero no", explica. "La gente que veranea aquí consume poco. Antes sí había dos hoteles, pero eso se fue perdiendo", cuenta Mercedes García, que trabaja con Maribel. "La gente prefiere tener su piso y gastar poco". Se trata de un tipo de veraneantes que llenan de vida el municipio, pero no dejan muchos beneficios, más allá del consumo cotidiano.
No sería la solución para todos los males, pero podría aliviar algunos y ser de gran utilidad para abrir nuevos caminos, la autovía que hace años que esperan. Es la gran demanda de este municipio, que lleva años sufriendo la mala comunicación existente hacia Torrenueva. "Si la autovía funcionase, igual habría más gente que se bajara el viernes en lugar de esperar al sábado, o algunos en lugar de venir dos veces al mes, vendrían tres", lanza Maribel, que asegura que los atascos hacia las localidades vecinas pueden ser insoportables.
En este sentido, la reciente apertura de la autovía a la Costa ha sido un paso en firme para acercar a éste y a los demás municipios costeros a la capital. Pero resulta insuficiente mientras queda pendiente la esperada Autovía del Mediterráneo, igualmente necesaria para vertebrar una buena red de comunicaciones, de momento, sigue coja.
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