Quéntar,donde el agua se queda
La granada del siglo XXI
El pantano es el emblema más conocido de un municipio tan orgulloso de sus paisajes como de sus fiestas tradicionales
La simple contemplación del pantano de Quéntar -inmenso, quieto, imponente- llena la boca y calma el ánimo. Es una de las principales fuentes de las que bebe Granada y, por ende, el emblema más conocido de este municipio, situado a 15 kilómetros de la capital, camino de Sierra Nevada. La presa, entre el cerro de los Bermejales y el cerro del Castillejo, es destino común de visitantes y paseantes. Con una impresionante caída y preparada para contener más de 13 millones de metros cúbicos de agua, se muestra como todo un desafío del ingenio humano al poder de la naturaleza.
Un área de recreo cercana permite disfrutar de un lugar con vistas inigualables al pantano e infinita paz, a escasa distancia del pueblo, donde, de todas formas, también gana el canto de los pájaros al ruido de los coches.
Aprovechando esa tranquilidad lee una joven en una esquina de la plaza, Nabila Martínez. Pero está sólo de visita. Como tantos otros jóvenes, se marchó a vivir a Granada. Quéntar se le quedó algo pequeño. "Faltan fiestas o eventos culturales y no se puede encontrar casi trabajo aquí", argumenta. La media de edad ha ido subiendo en el pueblo irremediablemente en las últimas décadas.
El camino contrario siguió, sin embargo, María del Carmen Gallardo, que al casarse fue cuando vino a formar su familia en Quéntar, donde ya lleva cinco años. Aprecia la tranquilidad y la buena comunicación de autobuses, por ejemplo, aunque señala un inconveniente importante: no hay guardería. "De los 3 a los 14 años no hay problema, pero antes sí. La mayoría acaban dejando a los niños con la familia, si vive en el pueblo, pero realmente haría falta una guardería", apunta esta vecina.
Otro vecino, Antonio Nievas, vuelve de una de las muchas huertas que hay en el municipio. "Aquí casi todo el mundo tiene algo en el campo", cuenta Antonio, que trae en la mano los últimos huevos que ha recogido de sus propias gallinas.
Calles estrechas y empinadas serpentean por los rincones del pueblo, con innumerables fuentes a cada paso y la naturaleza siempre al alcance de la mano. A la entrada de cada casa, sillas, que incluso calladas hablan de las charlas que llenan las calles a cualquier hora del día. "Preguntas a alguien y sabe perfectamente cómo se llama Fulano y dónde vive. Aquí nos conocemos todos", confía Antonio, que se sienta poco después con unos vecinos en un recodo de la calle.
En sus conversaciones, la crisis y principalmente el empleo de los hijos son los temas que les traen de cabeza. Una parte importante de la población vivía de la construcción o de negocios afines y el momento actual ha estrangulado muchas economías familiares. "Está la vida mala", resume Encarnación Medina. "Ya mismo tendremos más hambre que un lagarto en una pita, como esto siga así", teme. Además, advierte que otra fuente de ingresos del municipio, el turismo de Sierra Nevada, también se ha visto resentida: "Estos años atrás se han llenado las casas rurales, pero este invierno ha venido muy poquita gente".
Despreocupados de todos estos asuntos, los niños juegan en la plaza con las bicis y con el balón, y se preocupan por temas menos puntiagudos, como discutir las reglas del juego. Mientras, en el Ayuntamiento se oyen unas clases de baile, una de las actividades organizadas por el municipio, que también ofrece cursos de aromaterapia o de costura, por ejemplo.
Y justo al lado del Consistorio, un castillo casi ficticio, moderno y pequeño, no parece tener mucha historia ni utilidad, pero tiene tanto lo uno como lo otro. Es un punto clave de las fiestas de moros y cristianos, celebradas en septiembre y con gran tradición en el pueblo. "En otros sitios se centran en el desfile. Aquí prima el texto", aclara orgulloso Luis Miguel Heredia, de la Hermandad de Moros y Cristianos de Quéntar, que monta cada año un ritual calculado y cuidado, en el que toman por escenario todo el pueblo y rememoran con una representación teatral la historia de la rebelión de los moriscos y de la conquista de los cristianos.
Una de las peculiaridades de las fiestas es que se nombra a tres vecinos como insignias: pincho, bandera y alabarda. Tienen una responsabilidad especial de lograr que todo funcione bien y son ellos los que pagan el refresco popular que se ofrece el domingo. Supone un importante desembolso de dinero, para el que buscan apoyos y patrocinios. De todos modos, muestra del interés con que el pueblo vive esta tradición es que, según cuenta Luis Miguel, ya están las insignias pedidas nada menos que hasta el año 2026.
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