Granada pintó un sudario de rosas y claveles a las plantas de la Virgen de las Angustias

‘No cabía ni un alfiler’ en la Carrera de la Virgen, ni en sus aledaños. Desde la Fuente de las Batallas hasta el Puente Romano, o el Realejo hasta la Acera del Darro. Miles de granadinos abarrotando unas calles, esperando una presencia. Abrazos y reencuentros en los puestos callejeros de la Plaza del Campillo. Risas y juegos en el boulevard central de la Carrera. Ventas de última hora en la Plaza del Humilladero para que “ningún granadino se quede sin torta”, la de la Virgen. Porque todo lo que la rodea lleva su nombre. Dulces, calles, plazas o avenidas, con un mismo apellido, ‘de la Virgen’. La que, entre sombras y densas nubes de incienso, todavía aguardaba en el interior de la Basílica Patronal.

Contrastando con la impaciencia exterior, una calma eterna. Remanso de paz que, escoltado por reflejos y luces, era contemplado tan sólo por unos privilegiados. Los más cercanos a la Virgen, los que nunca han fallado a la cita. Era el último rezo antes de que la Patrona volviera a ser de una ciudad, que la esperaba con los brazos abiertos. Súplicas silentes, susurros de oración. Miradas plenas de emoción y lágrimas, que huían de su rostro buscando un reloj que indicara el fin, el comienzo de algo nuevo. La entrega de la Virgen a los suyos, sus granadinos, que esperaban tras los maderos centenarios.

El prólogo eran los tímidos rayos de luz que emanaban de las vidrieras. Mil colores que se fundían en dos, el negro y el dorado. Tras los bordados, siglos de devoción. Nombres propios, algunos ya ausentes. Y bajo ellos una peana, cincelada en plata, sobre la que se erigía la Santísima Virgen. Era portada por dos horquilleros hasta un cancel de roble que, tan sólo un día al año, se transforma en camarín improvisado. Se hace hogar, para acoger a la Madre de Amores que adora a Granada entera.

Unas manos anónimas se aferran a la forja de los pórticos, aguardando una señal que descienda desde las alturas. "Es ahora, es el momento". Son las campanas, férreos vestigios del pasado, las que anuncian con glorioso tañido su llegada. El instante, el momento anhelado en el que Granada vuelva a hacer suya a su Patrona, La Virgen de las Angustias, en una grandiosa Ofrenda Floral y Solidaria que lleva más de cuatro décadas congregando a toda una provincia 'a sus plantas'.

Floral y Solidaria

Quizás es la silueta más reconocida para cualquier granadino. Una excelsa cruz erguida y un negro manto de estrellas. Terciopelo oscuro de noche y tinieblas que cada último domingo de septiembre despide a los fieles que se van, y sueñan con volver. Una efigie sin igual, que permanece en el imaginario colectivo de toda la ciudad. Y también de una provincia, que venera su advociación en decenas de municipios de toda la región. La Virgen de las Angustias, la que vive en la Carrera. Y en la Vega, la Alpujarra o los Montes Orientales. Allá donde los últimos destellos de cada día buscan refugio en el horizonte granadino, que siempre lleva su nombre.

Y ante la Sagrada Imagen, los primeros y los últimos. Aquellas personas que, bajo un rotundo anonimato, 'riegan' una devoción que florece cada septiembre en nuestras calles. Sus cofrades, los de la Hermandad Patronal. Horquilleros, Palieros y Mujeres Cofrades que, uniformados en un mar de blanca pulcritud, inauguran las multitudinarias filas de devotos. Su mayor presente son las cientos de horas que, sin aplausos ni elogios, dedican desinteresadamente a velar por un patrimonio de fervor incalculable. Custodian la esencia de una Granada que yace en su regazo, y emana vida eterna.

"El amor por nuestra Patrona nos convoca a todos los granadinos", exclama el arzobispo de la ciudad, José María Gil Tamayo. En su voz recoge la súplica y el lamento de todos los presentes y, aquellos que desde la distancia, ofrendan a la Virgen de las Angustias su recuerdo. Un pensamiento, una oración. El legado transmitido de padres a hijos, que se materializa en una devoción sin igual. En sus palabras un rezo futuro, pero también presente y actual. Una plegaria por "la paz en el mundo" y la "concordia en nuestra nación", clamando por la desaparición de "todo intento de violencia y polarización". Un acto de memoria a los presentes, los ausentes y los enfermos. Por la "prosperidad en nuestra ciudad, provincia y nación", y ante todo por el "respeto a la dignidad humana". Miles de peticiones fundidas en una, ante la Virgen de las Angustias. "Nuestras son las suyas, suyas son las de Cristo".

Granada 'a sus plantas'

Sobre las manos de la alcaldesa, Marifrán Carazo, un gran centro floral con mil y un detalles. Decenas de rosas blancas que, unidas en un mismo cáñamo, aúnan a todos los barrio de la ciudad. El Zaidín, la Chana o el Albaicín. El Distrito Centro, la Zona Norte o el Sacromonte. Un callejero urbano que recorría, sobre un humilde cesto, una historia ya escrita. Ecos del pasado que germinaron a orillas del río Genil, en una pequeña capilla mozárabe. Los granadinos reconocerían en el siglo XVI la advocación de las 'Angustias de María' sobre un lienzo, sencillo en sus trazos, que algún día ostentaría el patronazgo de la Archidiócesis por aclamación popular.

Nombrar Granada es nombrar a su Madre, la que vive en la Carrera y es de todos los granadinos y granadinas. La que se exalta en el órgano basilical, y se le reza entre susurros. La de los abuelos, que acuden en su busca pidiendo protección por sus nietos. La de los pequeños que, de su mano, heredan su mayor tesoro. La de familiares, amigos y hermanos. La que une a todos, y hace que nuestras miradas se fundan. Desde la distancia, o frente a la Basílica. Los que rezan, rezarán o han rezado algún día. Ante todo, una palabra. Algunos la dicen en alto, otros la susurran. Hay quien la calla, pero la piensa. 'Salud' se le pide a la Virgen. Y hay quien también sueña con "volver a traerle un ramo el año que viene".

Deseos que configuran una excelsa corona, que hace más de un siglo Granada le regaló. Y en sí, fundidas mil y una joyas de cada familia. Hogares que dejaron su trabajo y esfuerzo en una presea, que hiciera gala del reconocimiento pontificio que desde la Santa Sede le concedió a la devoción de la tierra granadina. Hay quien dice que esos valiosos tesoros, objetos personales que configuran opulentes pecherines del rico ajuar patronal, son tan sólo reflejo del "sufrimiento del pueblo". De sus llantos, o gracias concedidas. De una intercesión colmada, o la esperanza de una protección.

Así, la Virgen de las Angustias es el 'Amparo de la Ciudad'. Y también la obra social de la Fundación de la Hermandad Patronal que, bajo esta 'letanía granadina', cobijan a todo el que lo necesita. "Sea quien sea, allí tiene su casa", asegura Antonio González, el máximo representante de la Hermandad Patronal. El mayor hermano, pero uno más entre ellos, que cada día se afana en "solucionar los problemas" de los granadinos que se acercan a esta sede de caridad. Esta Ofrenda Floral, al igual que las inmediaciones de la Basílica, tiene un apellido singular: 'Solidaria'. Porque "la caridad es el pilar que fundamenta cualquier actividad de la Hermandad Patronal".

Amparo de la Ciudad

La fila no tenía fin. Desde la Basílica Patronal hasta donde alcanzaba la vista, más allá del la Sala Zaida. Incluso lllegando a la Acera del Darro, o puede que un poco más. Nadie sabía donde estaba el principio, pero sí el final. "Todo el mundo llora al mirarla", confesaba una de las voluntarias. Recogía con sus manos los ramos y les retiraba los plásticos. Dejaba en ellos la esencia pura, la flor, que después ascendería por la estructura metálica hasta el la portada del Templo Patronal. Los más veteranos abajo, mientras los jóvenes vivían una experiencia sin igual, difícil de entender fuera del argot más genuinamente granadino.

Haciendo suyo el célebre poema de Antonio Machado, los Bomberos de Granada volvieron a cumplir la tradición. Aún estando yacente, y descansando sobre el regazo de la Virgen de las Angustias, los granadinos querían subir al madero, para desenclavar a Jesús el Nazareno. El cantar del pueblo andaluz, que cada mes de septiembre hace que, sobre un corazón traspasado, florezca rosas y claveles. Allí, en el punto más alto de la Basílica Patronal, aguardarán a ser descendidas. Serán fieles testigos de 364 días y sus noches. Y por cada uno de ellos, una salve. La que tañen las campanas cada día, y Granada reza cada septiembre.

La coplas y tanguillos se sucedían ante la Virgen, que aguardaba bajo el dintel de su Basílica. Y entre ellos, el presente más sincero. El de unos estudiantes que, agrupados en una tuna universitaria, ofrendaron Clavelitos a las "más bella flor de Granada". Y sobre el empedrado una guitarra, colmada de claveles y ramilletes de nardos. Sobre sus laúdes, banderas ondeando sin cesar celebraban el final de una jornada, evocando unas hélices que ya se marchaban por la Vega.

Desde la Base Aérea de Armilla, un helicóptero alzaba su vuelo hasta el corazón de Granada. Llovieron pétalos un año más sobre los granadinos, haciendo del cercano otoño una nueva primavera. Ilusiones renovadas en el viento, que traía a la ciudad una fragancia floral difícil de olvidar. Descendieron como lágrimas en el rostro de algunos devotos que, ante las puertas de la Basílica, intentaban secar. Surcos trazados por el tiempo que volvían a tener sentido.

Y así, 43 años más tarde, la devoción de Granada volvió a florecer. Germinando desde los barrios y arrabales hasta el centro de la ciudad, en cuyo corazón reside la Madre de Amores. Un fervor que une, sin diferencias. Fortalece los vínculos que, entre granadinos, se cultivan cada día. Y todo ellos, los anhelos y sueños por cumplir, germinan cada año en el corazón de la ciudad. Son la semilla, que vuelve a florecer año tras año. Brota desde la Vega, a orillas del río Genil, hasta cada uno de los hogares de la ciudad. Allí, donde las viejas fotografías la recuerdan, los azulejos la evocan y las pinturas la rememoran. "Es la Virgen de las angustias, la que más altares tiene, porque no hay granadino que en su pecho no la lleve".