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La entrevista sobreactuada de 'La matemática del espejo'

Jorge Javier Vázquez en 'La matemática del espejo'

Jorge Javier Vázquez en 'La matemática del espejo'

“La vida me parece muy complicada”, dijo Jorge Javier mediada su conversación con Carlos del Amor hace dos semanas en La matemática del espejo. Enseguida se insertó en pantalla un rótulo grande con el aserto, simulando que había dicho algo importante. Es el sino de los tiempos. Llenar las pantallas de cartelas que aparentemente transmiten mensajes con poso, que a poco que los pienses dos veces son superados con amplitud por todo lo que te pueda contar en fondo y forma tu sabia cajera del supermercado.

Ocurre igual en los espacios públicos, que de un tiempo a esta parte gustan lucir grandes lemas, si te descuidas con alguna que otra falta gramatical, que no son más que superchería barata. Sucede en todo tipo de eventos culturales, ciclos, exposiciones, festivales y charlas que venden la cultura a base de marketing como nunca hubiéramos sospechado hace pocas décadas. Es el peaje que toca pagar en este siglo XXI, donde prima la fachada. Vales el número de ‘me gustas’ que tienes.

El encuentro entre Carlos del Amor y Jorge Javier Vázquez en La matemática del espejo fue, todo él, una especie de conversación impostada en la que los espectadores nos mostramos pacientes esperando que se deslizara una idea interesante, una apostilla graciosa, una enseñanza que llevarnos a la cama. Finalizando la experiencia frustrados.

Además, no es comprensible, se mire por donde se mire, que la cadena pública tenga que encargar a una productora privada un espacio de estas características cuando, como quedó demostrado el pasado trimestre en las entrevistas de Encuentros, todo está inventado.

TVE tiene suficiente infraestructura para llevar a cabo un programa de estas características, en donde sobra la camarita de 360 grados, sobra el regimiento de técnicos en la trastienda de los entrevistados, y sobra toda la puesta en escena, ese teatrillo que se monta frente al invitado.

Hablando de teatrillo, permítanme que me refiera a la entrega mucho más reciente de La matemática del espejo con Ana Belén. Cuánto artificio. Cuánta pose. Si no fuera porque la queremos tanto... ¿Dónde acaba el personaje y empieza la persona? ¿Acaso existe frontera entre Ana y María Pilar? Fue interesante observar el encuentro como representación a dos bandas. De un lado, el entrevistador, Carlos del Amor. Del otro, Ana Belén. Ambos con su mejor rictus. Ninguno de los dos fue capaz de quitarse la coraza del personaje que estaba representando.

Frente a frente, ambos encantadores. Pero incapaces de comunicarse, a la manera en que lo hacían Joaquín Soler Serrano, Iñaki Gabilondo, hasta Pedro Ruiz. Aunque en este caso, podían haber dejado a ella sola, y hubiese llenado la hora de televisión sin necesidad de pregunta alguna. Ana Belén llena por sí misma. Pero prefirieron derrochar decenas de esas frases para enmarcar, rotular y, descontextualizadas, servir de título de un libro, unas memorias o una película.

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