Feria de Otoño de Madrid

Un arrebatado Emilio de Justo vuelve a conquistar Madrid

  • El salmantino cortó dos orejas, mientras que El Juli sumó un trofeo y Juan Ortega se marchó de vacío

Emilio de Justo da un pase con la muleta al segundo de su lote, al que cortó dos orejas en Madrid.

Emilio de Justo da un pase con la muleta al segundo de su lote, al que cortó dos orejas en Madrid. / Rodrigo Jiménez (Efe)

Emilio de Justo volvió a conquistar Madrid al abrir su segunda Puerta Grande de Las Ventas esta temporada, esta vez gracias a una arrebatada faena ante un gran Farolero, de Domingo Hernández, en una tarde en la que El Juli cortó una oreja de otro toro importante y Juan Ortega dejó su sello. Todo ocurrió en el quinto, un toro bravísimo al que De Justo firmó una faena muy emocionante, al menos eso fue lo que se vivió desde unos tendidos que, a tenor de lo visto, ya lo han adoptado como el nuevo torero de Madrid. Y es que fue una obra muy arrebatada del extremeño, desde el poderoso inicio por abajo hasta el estoconazo final pasando por un grueso de faena en la que, tras unos primeros compases en los que parecía que el toro se iba a hacer el amo del ruedo, De Justo se asentó sobre la arena y, después de una serie al natural, tiró la moneda en lo que fue un emotivo y arrebatado toma y daca.

Y no era fácil hacerlo con esas bravas y codiciosas embestidas que desarrolló Farolero, con el que firmó una faena que, desde ayer, forma ya parte de la historia de la plaza. La plaza era un auténtico manicomio, y es que cuando la entrega de un torero se fusiona con un toro bravo de verdad todo lo que puede surgir de ahí es pura autenticidad, hasta las imperfecciones artísticas, que también las hubo.  Bajo un silencio sepulcral, De Justo se tiró a matar recto como una vela, enterrando la espada en el mismo hoyo de las agujas. La plaza rugió como pocas veces se recuerdan en los últimos años, con gritos de “torero, torero” antes, incluso, de que el de Domingo Hernández doblara sobre la arena.  Las dos orejas fueron de ley, como también lo hubiera sido la vuelta al ruedo para Farolero. Al César lo que es del César. Antes, en cambio, no acabó de verlo con su primero, un toro al que había que hacerle muy bien las cosas para poder sacar el buen fondo que guardaba dentro. Había que tener paciencia, ir ahormándolo poco a poco y no buscar tan rápidamente ese toreo desmayado y, en ocasiones, tan rotundo que caracteriza a este torero, que no acabó de entender que en esta ocasión el “pronto y en la mano” no valía.

El otro toro de la corrida fue el que abrió la tarde, un ejemplar de Domingo Hernández que, pese a mansear de salida, rompió a embestir con temple, clase y una profundidad soberbia en la muleta. Y frente a él surgió un buen Juli, sin más, que lo toreó con suavidad en los primeros compases para acabar apretándolo por abajo, mejor al natural, por donde dibujó muletazos hondos y al ralentí, aunque por el derecho hubo alguna tanda también bien compactada.  La gente se entregó con él y el propio torero se fue creciendo también a medida que comprobaba que su antagonista iba a más, cosa que no ocurrió con la faena, pues, aunque salpicada con momentos buenos, no acabó de ser lo rotunda que demandaba Poeta, al que El Juli cortó una oreja, aunque era de dos. El cuarto, en cambio, fue todo lo contrario, un toro muy ofensivo por delante y muy desagradable en el último tercio por probón y por esa manera de ir dormidito al engaño y tirar la tarascada antes del embroque.

Juan Ortega, que quedó inédito con un primero de su lote sin raza ni clase y con el que no llegó a pasar de las probaturas, dejó en cambio retazos del maravilloso concepto que posee en el que cerró plaza, un toro mansito pero que se dejó mucho en la muleta y al que extrajo muletazos que fueron auténticas caricias. Tenía la oreja cortada, pero su espada, su mala espada, se lo privó, y todo quedaría en una ovación tras un recado presidencial.

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