Vivir

"Recuerdo a mi abuela persiguiéndonos con la manguera de agua en la mano"

  • eva maría JIMÉNEZ (Granada, 1970) es la directora gerente del nuevo Hospital Universitario San Cecilio de Granada (PTS). Apenas lleva tres meses en el cargo de una de las instituciones más importantes de la provincia. Ahora le aguardan unas vacaciones en Estados Unidos.

No tengo un verano maravilloso. Reflexionar acerca de ello para escribir estas líneas me ha costado más de lo que hubiera imaginado, y finalmente esa es la conclusión a la que he llegado. Porque no conservo en mi memoria un verano intrépido o aventurero, digno de ser destacado por encima de otros. Todos mis veranos son estupendos. Tal vez porque mi ocio sea sencillo, huidizo de grandes pretensiones, o porque los viajes más exóticos que he hecho han sido en modo pandilla o familia, en ese intento continuo de encajar todas las parcelas que elegimos para articular nuestra vida y fluir con ellas.

En este discurrir de la memoria, he ido secuenciando los veranos de mi vida y me quedo con tres grupos: aquellos de la infancia, con mis primos, al abrigo de mi abuela; los de adolescencia y juventud, de descubrir y compartir en pandilla; y los más recientes, esos que comparto con mi marido, mis dos hijas y los amigos.

No conservo en mi memoria un verano intrépido o aventurero, digno de ser destacado. Todos son estupendos"

Mi prototipo de verano infantil hunde sus raíces en Huétor Santillán, con mi abuela materna, en una casa espaciosa, donde aterrizábamos los siete primos cada verano, deseosos de piscina y de esa especie de 'hermandad' que juntos formábamos.

La abuela Lola era a menudo un 'dolor' para nosotros (aunque ni un cuarto de la mitad, seguro, de los siete dolores que suponíamos nosotros para ella). La recuerdo persiguiéndonos a la manera sargenta, con la manguera de agua en la mano, para llamarnos al orden y a la concordia. Quién sabe si de esas lindezas, y de su matriarcado con dotes de mando, modelé algunas cualidades que luego he tenido que poner en práctica en la gestión. Ella había sido la más traviesa de una docena de hermanos y creo que nos entendía también en nuestras pequeñas locuras, urdidas al sol de aquella casa veraniega del pueblo, donde mis tías y mi madre, para poder seguir trabajando, nos entregaban en prenda, cada mes de julio, al amparo de la bendita abuela. Mi infancia está inexorablemente ligada a todo ello.

Diezma y Almuñécar eran el escenario de fondo en los veranos de adolescencia y juveniles. Recuerdo sobre todo el sentimiento de pertenencia a la pandilla; la timidez de la época, las amistades intensas, las risas, las confidencias, las pelis de miedo, y las múltiples fiestas... Todo lo que confluía en ese tiempo de descubrir, de cambio en la mirada hacia todo lo que te rodea, hacia ti misma.

¡Qué compleja y sobredimensionada a la vez, con las gafas de la adolescencia, esa etapa de la vida!

Y me paro en el levante almeriense, en Huércal Overa, porque mis últimos veinte veranos -ahí es nada- antes de regresar a mi tierra, han transcurrido allí, con mi marido y mis dos hijas. Las dos (que ahora tienen 13 y 12 años, divina adolescencia de nuevo) nacieron en esa tierra. Imagino que son más de costa que de interior y, de todas formas, a la cercanía del mar uno se acostumbra pronto. Hemos viajado y hemos compartido comidas y cenas con aquellos amigos, los mejores amigos, con los que hemos pasado estos años juntos, para romper la rutina de nuestros quehaceres diarios del resto del año, para encontrarnos en ese ocio estival de paseos y planes de verano inventados sobre la marcha. En estos veranos permanece Diezma y La Herradura, y ahora son mis niñas las que pasan los días con sus abuelas, con los primos y los amigos, y esta sencilla historia se repite en otras personitas.

Espero en breve poder generar recuerdos nuevos, y quién sabe si recordar el de este 2018 como un verano maravilloso y memorable, con nuestro próximo viaje a la costa este de Estados Unidos, también en pandilla, en esta ocasión con mis hermanas y sus familias. Feliz verano.

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