El parqué
Rojo generalizado
Corpus 2022
La ilusión que tienen los niños es única, y ayer volví a sentirme una en Almanjáyar. Las luces, las bocinas y el olor a algodón de azúcar me devolvieron a una época en la que mi única preocupación era si mis padres me dejarían montarme en una atracción más. En Maella, mi pueblo zaragozano, la primera semana de agosto se celebran las fiestas mayores, y recuerdo cuando me emocionaba el día que montaban las ferias. Allí o en Granada, parece que con los años se nos olvida esa sensación, pero cuando descubrí el día de los columpios, no dudé ni un segundo en recuperarla.
Con mi grupo de amigos, nos subimos a un Metro más vacío que el día del alumbrado. En el vagón había familias enteras con carritos de bebé y niñas pequeñas vestidas de flamenca, con brillo en los ojos por la emoción. Como yo, los mayores tampoco se lo querían perder, y se podían ver desde grupos de adolescentes hasta abuelos acompañando a sus nietos.
Al llegar, la sorpresa fue mía cuando el puesto que nos recibió se llamaba Los Tres Maños, con baturros vestidos con cachirulo pisando uvas y detrás, barriles con vino de Cariñena. Ni hecho a propósito. Mi amigo Fran me dijo que es típico echarse un chato, así que eso hicimos, un vasito con barquillo para cada uno. Nunca un trago me había sabido tanto a casa.
Avanzamos por el ferial hasta la zona de los columpios, con un sol que bajaba poco a poco y hacía brillar con intensidad las luces de neón. Las bocinas le decían a la gente que se tenían que bajar, distintas canciones se mezclaban en el ambiente y la máquina de algodón de azúcar no paraba de girar. Me sorprendió la cantidad de atracciones que había, algo que solo había visto en Pilares cuando iba a Valdespartera. Las calles se fueron llenando de gente, unos paseando y comiendo, otros comprando tickets y riendo en las atracciones.
Decidir donde subir fue difícil, porque había para todos los gustos. Para los más pequeños, un tren de la bruja donde los personajes eran los protagonistas de mi infancia, para los calurosos, atracciones de agua y para los temerarios el martillo, la olla o el barco. Debo decir que a mi me gusta la adrenalina, así que me decanté por estas últimas. Para cerrar esta quinta tarde de feria, nos montamos en los columpios giratorios y dijimos adiós al sol con una vista privilegiada. La guinda del pastel para una tarde donde conseguí, por unas horas, volver a ser pequeña en Granada.
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