Viajes para el recuerdo

Treinta granadinos en la Cochinchina

  • La ciudad más poblada de allí es Ho Chi Minh, antes conocida como Saigón, y tiene casi diez millones de habitantes y más de cinco millones de motos

  • Los paisajes son excepcionales y merece la pena acceder a todos por complicado que sea su acceso

  • Las zonas castigadas por la guerra de Vietnam y los bombardeos de los B52 estadounidenses no tienen desperdicio

La expedición ante los palacios de Angkor

La expedición ante los palacios de Angkor / A. Cárdenas

Recuerdo que cuando era niño y me peleaba con mi hermano, mi madre, harta del jaleo que promovían nuestras refriegas, solía exclamar: ¡Os voy a mandar a uno a Fernando Poo y al otro a la Cochinchina! Mi hermano prefería Fernando Poo y yo la Cochinchina. Tras la imprecación de mi progenitora, yo siempre me preguntaba dónde narices estaba ese sitio al que ella quería enviarme.

Ahora lo sé. Acabo de regresar de allí, a donde he ido con una expedición de 33 personas, la mayoría médicos, lo que es un garante para los posibles contratiempos de salud, en un viaje organizado por Nautalia. Además de conocer la Cochinchina, cuán era mi deseo desde infante, he tenido la satisfacción de pasar unos días de auténticas emociones con un grupo en el que ha reinado el buen rollo y la camaradería.

El viaje ha sido a Vietnam y Camboya. La Cochinchina (que estuvo ocupada por los franceses y españoles a mediados del siglo XIX) se encuentra en la zona meridional de ambos países. La ciudad más poblada de allí es Ho Chi Minh, que antes se llamaba Saigón y que tiene casi diez millones de habitantes y más de cinco millones de motos. Es considerada la capital de las motos.

La moto es para los vietnamitas algo más que un medio de transporte, es seguramente el bien más preciado de cualquier ciudadano porque no solo les sirve para desplazarse de un sitio a otro, sino para transportar cosas, para ir de paseo e incluso para pelar la pava. La moto en Vietnam es un modo de vida, tal como nos dijo Rosa, la simpática y amable guía vietnamita, una joven que habla estupendamente español sin haber estado nunca en ningún país de habla hispana. Lo aprendió en la Universidad de Hanoi, ciudad en la que vive. Rosa, Rosita para el grupo, nos acompañó en el primer tramo del viaje, el programado para conocer Vietnam.

Partimos para Hanoi el día 16 de septiembre de 2019, a la hora en que nos enterábamos de que España había conseguido ser campeona mundial de baloncesto al vencer en la final a Argentina. Estábamos en la cola del embarque hacia Estambul cuando alguien lo anunció con voz de triunfo: "¡España ha ganado el Mundial!". Pues con ese ánimo de conquista embarcamos. Cuatro horas de vuelo hacia la capital turca y casi diez más para Hanoi.

Llegamos a la capital vietnamita a las cuatro de la tarde (hay cinco horas de diferencia horaria) y pudimos comprobar que el calor de más de 30 grados y la humedad de casi el 90% pueden empapar de sudor cualquier vestimenta cuando se lleva unos cuantos pasos andados. Allí un grupo de chicas con vestidos amarillos y blancos nos saludaron a estilo vietnamita (una pequeña reverencia con las manos juntas y una sonrisa) y nos dieron (a hombres incluidos) un ramo de flores de bienvenida. Ya, desde ese momento, algunos del grupo llegamos a vislumbrar que iba a ser un viaje al menos interesante. Como así fue.

Hanoi es algo menos populosa que Saigón: unos nueve millones de habitantes y cuatro millones de motos. Hanoi también es llamada ciudad de los lagos. Tiene dieciocho. Nuestro hotel, el Pan Pacific, estaba al lado de uno muy grande llamado Hoan Kiem, en el que se funden legendarias tradiciones y en torno al cual los jóvenes suelen pasar la tarde sentados en minúsculas sillas y mesas puestas por cualquier bareto callejero en los que sirven sopas y zumos.

En una de las orillas del lago se emplaza una pagoda, el famoso Templo de la Montaña, uno de los sitios más frecuentados por los habitantes de Hanoi, al que se accede a través de un pintoresco puente de madera pintado de rojo y en el que hay una tortuga disecada. La tortuga, nos explicó Rosa, es un animal muy venerado porque es el símbolo de la longevidad. Tortugas de todos los tamaños -las más grandes atadas con cadenas- se pueden comprar en un mercadillo cercano a la pagoda. Visitamos dos templos sin mayor interés que el que pueda dar la singularidad de un local que no estamos acostumbrados a ver.

Hablando de gastronomía, ha sido del agrado de muchos la sopa de fideos, que llaman pho; los rollitos de primavera y de verano, los fideos de carne y la gran variedad de mariscos

Terminamos la mañana en el famoso Templo de la Literatura. El templo fue edificado en el siglo XI por el rey Ly Thanh Tong en honor a Confucio. Fue la primera universidad de Vietnam, de ahí su importancia y su prestigio. Es en realidad un complejo de cinco edificios (el cinco es el número de la suerte para los vietnamitas) donde templetes y estatuas conviven con sosegados jardines en los que los estudiantes se relajaban. La universidad estuvo abierta durante más de siete siglos y era legendaria por la dificultad de sus pruebas y exámenes.

En unos pilares que hay sobre tortugas de piedra hay escritos muchos nombres, que al parecer son los de los estudiantes que conseguían aprobar. En sus orígenes sólo la nobleza y la alta sociedad tenían acceso a la universidad, pero con el paso de los años los estudiantes brillantes también obtuvieron semejante privilegio. Las enormes tortugas de piedra tienen las cabezas alisadas de millones de manos que se han posado sobre ellas para evocar la suerte. Yo se la pasé, por si acaso. Aunque la mayoría de los vietnamitas son budistas, muchos comparten creencias confucionistas y hacen en el templo sus ofrendas.

Una de las inquietudes que te asaltan al callejear por Hanoi es el temor a ser atropellado por una moto. Antes de hacerlo nos explican que hay un ritual sencillo: tú cruzas a un paso regular y las motos te esquivan. No hay que pararse o echar a correr, sino mantener un paso para que el motorista te esquive sin problemas. Es admirable que sin apenas semáforos y sin rotondas, miles de motos, coches y personas se sorteen sin que nadie ponga mala cara. Es muy raro que alguien insulte a alguien y apenas se ven accidentes. Eso sí, los cláxones no paran de sonar. Rosa nos dice que allí a los niños antes de andar se les enseñan a tocar las bocinas.

La mitad del paseo por el centro de Hanoi lo hicimos en ciclo-pousse, una especie de bicicleta con asiento por delante en el que pueden ir dos personas. El barrio antiguo de Hanoi, conocido como el barrio de las 36 calles, es el más auténtico de la ciudad en donde se mezclan rudimentarios talleres artesanos, casas de comidas en la propia calle y destartalas tiendas (abundan las de ventiladores) que ofrecen de todo al caminante. Hay muchas 'casas tubo' y por encima de las cabezas miles de antiestéticos cables negros 'adornan' el ambiente. Si Hanoi es una ciudad motorizada, también está muy 'cableada'. Demasiado, creo yo. Rosa nos cuenta que allí, si se estropea una conexión, no se sustituye el viejo cable por uno nuevo, sino que se pone otro.

En Hanoi también visitamos el mausoleo de Ho Chi Minh, donde al pasar el control los fumadores se quedaron sin mecheros. Los vigilantes tal vez debían de pensar que alguien podría meterle fuego al mausoleo. Ho Chi Minh es un icono para los vietnamitas, cuya figura está expuesta en miles de sitios. Yo me compré una camiseta en el que está su rostro estampado. Rosa nos explicó que fue un personaje fundamental para la formación de la República Democrática de Vietnam, además de ser un referente político, intelectual e ideológico de la región. Acompañado por otros disidentes vietnamitas, Ho Chi Minh dirigió la Liga para la Independencia de Vietnam. Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, proclamó la independencia de la nación, convirtiéndose en el primer presidente de ese país en 1945.

Pese a que falleció en 1969, seis años antes de que concluyera la guerra de Vietnam, el mandatario dejó un gran legado en la historia mundial y en el pensamiento colectivo de su pueblo. Tras la victoria de los combatientes vietnamitas ante las tropas estadounidenses, sus carros de combate portaban pancartas con el mensaje: "Tú siempre marchas con nosotros, tío Ho". Ho Chi Minh permaneció soltero toda su vida y murió en una humilde cueva de Hanoi.

Durante todo el viaje hemos podido degustar la gastronomía local en los restaurantes (de mucha calidad) a los que nos llevaron. Ha sido del agrado de muchos la sopa de fideos que llaman pho, los rollitos de primavera y de verano, los fideos con carne y el enorme surtido de mariscos (ostras y langostas incluidas) que se exhibían en los buffet libres a los que podíamos acceder sin problema por nuestra situación de 'todo pagado' y porque teníamos fácil el fortasec.

Los vicios allí no son caros. Puedes comprar una lata de cerveza en la calle por un dólar y un paquete de tabaco por un dólar y medio, un poco más de un euro. Una cerveza en un hotel te cuesta de tres a seis dólares, según la categoría. Por un euro también puedes comer en la calle una sopa de fideos o un par de rollitos.

Rosa nos explicó camino del hotel que las 'casas tubo' se debe a la costumbre vietnamita de vivir toda la familia en la misma casa. Si un hijo varón contrae matrimonio, mete a su esposa en la casa del padre. Conforme los hijos varones se van casando, van construyendo una habitación encima de otra. Habitaciones que solo sirven para dormir porque las comidas y las reuniones se hacen en la parte de abajo de la casa.

Hanoi, la ciudad de las motos Hanoi, la ciudad de las motos

Hanoi, la ciudad de las motos / A. C.

En cuanto a la moneda, no hay más remedio que cambiar porque en la calle se paga en dong. Allí te puedes sentir millonario porque por cien euros te dan dos millones y medio de dong. Hay que tener cuidado al hacer los cálculos porque todos los billetes tienen casi el mismo tamaño y en todos se ve el careto de Ho Chi Minh.

Los líos mentales al traducir dong en euros fueron tan frecuentes durante el viaje que hasta un expedicionario -Juan Paredes- dio 500.000 dong de propina al conductor de un ciclo-pousse creyendo que eran 50.000. Le quiso dar alrededor de un euro, pero en realidad le dio veinte. Al beneficiado por la confusión le bailaban sus achinados ojos cuando vio la abultada propina. Sobre todo, teniendo en cuenta que allí un sueldo medio es de 300 o 400 euros mensuales. El conductor del ciclo-pousse echó el día, como aquí se suele decir.

La siguiente jornada la pasamos en Hoa Lu, que fue capital de Vietnam sobre el siglo X. Íbamos a una zona rural donde había verdes arrozales con fondos de deformaciones rocosas kársticas. Allí vimos ruinas de la antigua ciudad y un templo en el que los habitantes depositan presentes, desde racimos de plátanos a latas de cerveza. La guía nos explicó que, pasados un par de días, estos presentes son de nuevo recogidos por los originales depositarios. Ya que Buda y los ancestros no lo pueden comer, que sean los mortales quienes lo hagan.

Una recomendación constante de la guía era que utilizáramos en demasía por nuestro cuerpo los repelentes –'repugnantes' los llamaba Benjamín- contra los mosquitos, pues por allí los hay en demasía y son muy voraces con las carnes descubiertas de los turistas.

Hablando de carnes, algo que también llama mucho la atención es ver como las mujeres de la zona procuran evitar los rayos del sol en la misma proporción que los extranjeros intentamos disfrutar de ellos todo lo que podemos. Desde el punto de vista cultural y sociológico, el moreno no es lo que se lleva entre las mujeres locales y por eso utilizan pañuelos que cubren su cara y guantes que protegen sus manos de los rayos solares. Es indiferente el calor que pueda hacer, siempre van totalmente tapadas. Y si nosotros compramos cremas para ponernos morenos, ellas compran cremas para mantener su blancura.

Uno de los momentos más emocionantes del viaje fue cuando nos dirigimos hacia Tam Coc para dar un paseo por el río Ngo Dong. Lo hicimos en un tipo de embarcación que se llama sampán, que se gobierna con remos situados en la proa. Los remeros (hay algunas mujeres de avanzada edad), manejan la embarcación con una pericia tal que les permite remar con los pies mientras tienen ocupadas las manos en otras cosas, por ejemplo, echando fotos a sus pasajeros. El remero que se ocupó de mi embarcación me dice que se llama Jou -o algo así- y me cuenta en inglés chapurreado que cuando no está remando está trabajando en los campos de arroz. Jou -o algo así- tiene una boca en la que faltan algunos dientes y de vez en cuando coge un micrófono y se pone a cantar.

A medio camino del paseo nos cayó una tormenta tropical de las de que no se ve a unos diez metros de distancia. Al ir bien pertrechados de paraguas y chubasqueros, la lluvia hizo más emocionante el paseo. A Jou -o algo así- no parece importarle el agua que cae del cielo y nos dice que pronto pasará la tormenta. El paisaje es increíblemente bello pues el verde de los arrozales y la exuberante vegetación contrasta con el color marrón oscuro de las formaciones rocosas. Las tres cuevas que atravesamos, con la cabeza agachada para no dar con la piedra, tienen el nombre de Hang Ca, Hang Giua y Hang Cuoi, que se han formado por la erosión del río sobre las rocas. La propina que recibe Jou -o algo así- es de cinco dólares por su atención y simpatía.

Pero las mejores emociones las teníamos reservadas para la visita a la Bahía de Halong. Una emoción que, sin duda, permanecerá siempre en nuestra memoria. Yo, personalmente, me había apuntado a este viaje porque mi amigo Rafael Guillén, el poeta, me había dicho en varias ocasiones que no debería irme de esta vida sin haber visto la Bahía de Halong, que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que ha sido nominada una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo.

Casi dos mil islotes (1.969, nos dijo Rosa) de roca kárstica salpican los 120 kilómetros de costa que se extiende a lo largo del golfo de Tonkin. También conocida como la Bahía de los Descendientes, cuenta la leyenda que cuando los invasores chinos querían apoderarse de Vietnam, el emperador vietnamita pidió ayuda a los dragones de la bahía que lanzaron piedras de jade, las cuales se convirtieron en islas e islotes que permitieron hundir sus barcos a los invasores.

En la calle del tren En la calle del tren

En la calle del tren / A. C.

Las mejores fotos de la Bahía que ofrecen las agencias de viaje muestran unas aguas cristalinas y esmeraldas. Puede que en otra época del año sean así, pero lo que nosotros vimos fueron aguas de color parduzco que, con el ambiente lechoso y las brumas, formaban un paisaje más bien de película de misterio. A pesar de todo, merece mucho la pena ver los atardeceres y amaneceres desde la cubierta de uno de los casi 400 barcos que pululan diariamente por la bahía. Nosotros nos embarcamos en uno de la compañía Indochina, con camarotes modernos y bien equipados, con botellas de cristal en vez de las consabidas de plástico porque desde agosto se ha prohibido a las navieras que utilicen este material que contamina la zona.

El éxito de la bahía ha contribuido a la llegada masiva de turistas que, como nosotros, no quieren perderse estar al menos un día en esta maravilla natural. Algo hay que hacer (tal vez limitar las visitas diarias) para que este lugar siga siendo un sueño que se puede ver y en el que se puede vivir. Cada isla, bien cubierta de vegetación, esboza una forma caprichosa, objeto de cualquier interpretación. Desde un pulgar a dos gallos de pelea enfrentados o a 'las rocas que se besan', como se llama a dos islas que hay una enfrente de la otra. Algo de imaginación hay que echar para dar con el parecido.

En el barco no hay momento para el aburrimiento. Nos ofrecen clases de tai-chi y clases de cocina para hacer rollitos al estilo Halong, hechos con papel de arroz, cocinados al vapor y que se mojan en una salsa de pescado, pimiento, guindilla y ajo. También podemos visionar en el video del camarote la película Indochina, de Régis Wargnier, que está rodada en parte en esa bahía. Aunque yo preferí quedarme tumbado en la cubierta, leyendo un libro y pensando lo que muchas veces pienso cuando estoy en el lugar que quiero y haciendo lo que quiero: ¿Cómo vivirán los que viven mejor que yo en este momento?

Además de no tener nombre, la mayoría de sus islas menores tampoco están habitadas, como si se conformaran con erguirse solitarias sobre esta esquinada bahía oriental por el mero placer de añadir belleza al mundo. Las entrañas de muchas de ellas esconden grutas preciosas, adornadas de vistosas estalactitas y estalagmitas fruto de la erosión de miles de años, con denominaciones en ocasiones también tan singulares como la de las Sorpresas o Sung Sot, que es la que nos llevan a ver. Esta cueva fue descubierta a principios del siglo XX y se caracteriza por sus grandes galerías naturales, que disponen de senderos perfectamente acondicionados. Su única dificultad radica en las escaleras que es necesario ascender para alcanzar la entrada a la cueva, ya que se encuentra algo elevada sobre el nivel del mar. Pero esto a su vez tiene también su parte buena a la hora de abandonar la gruta, porque su situación elevada ofrece grandes vistas sobre la bahía desde la escalera de salida que desciende hasta el embarcadero de la isla. ¿La sorpresa? Pues una enorme piedra que sobresale de las paredes y que se parece a un gigantesco pene. Solo eso.

Durante nuestra estancia en la bahía, pudimos también hacer una excursión a la isla de Tip-Top. La mayoría de las vistas generales que se ven son de fotos tomadas desde la cima de esta isla. Para alcanzar dicha cumbre hay que subir casi 500 escalones. El esfuerzo sin duda merece la pena. La vista de 360 grados es espectacular, y puede pasar una hora o más en lo alto viendo y fotografiando la Bahía de Halong.

También merece la pena subir si después del abundante sudor que desprende tu cuerpo por el esfuerzo y por la humedad, tu mente va rumiando que a la bajada te espera un baño en las refrescantes aguas de la bahía. La playa de la isla es una de las más organizadas para los turistas, con tumbonas, refrescos, souvenirs y duchas de agua fría. Puedes nadar, tomar el sol, o pasar el tiempo relajándose en una tumbona, bebiendo de un coco o viendo simplemente pasar a la gente. A Ti Top, nos explica Rosa, se le puso su nombre tras una visita del famoso cosmonauta ruso Gherman Stepanovich Titov. Una enorme estatua con su figura preside la isla.

Fue allí, en la Bahía de Halong, en donde supimos que en España Pedro Sánchez había adelantado las elecciones al 10 de noviembre. Cuando sales de viaje la realidad es otra, apenas te interesa lo que pasa en el país que has dejado, pero hay noticias que no tienes más remedio que comentar. Como cuando ese sábado mismo el Granada le ganó al Barcelona por dos cero en el Nuevo Estadio Los Cármenes.

Antes de irnos de Hanoi, Rosa nos llevó a conocer la famosa 'Calle del Tren', son railes de ferrocarril centenarios que atraviesan una calle muy estrecha a cuyos lados hay centenares de cafeterías y negocios. En algún tiempo aquella calle pudo tener sus días normales, pero hoy es visitada por miles de turistas que quieren hacerse una foto en ella, sobre todo cuando el tren pasa, que es a partir de las 7:30 de la tarde.

El tren callejero de Hanoi atraviesa el casco antiguo de Hanoi. Y su popularidad no ha dejado de crecer en estos tiempos de redes sociales y fotos "alucinantes". Esa famosa calle del tren en Hanoi (Hanoi Train Street), una de las atracciones más populares de la capital vietnamita, puede tener los días contados, según nos enteramos después. Las autoridades han prohibido a los visitantes acceder a la sección del ferrocarril que cruza el centro de la ciudad por temor a un accidente cuando los trenes circulan en lugares muy cercanos a las casas. Y los cafés que han surgido en los últimos tiempos deberán cerrar por tema de seguridad.

Construido en 1902 bajo los gobernantes coloniales franceses, el ferrocarril que conduce a las provincias del norte de Vietnam lleva pasajeros y carga principalmente entre Hanoi y la ciudad oriental de Haiphong y las ciudades remotas de Lang Son y Lao Cai, en la frontera montañosa con China. Cuando pasa el tren por Hanoi, roza la parte trasera de las casas y las tiendas a medida que los vagones atraviesan el denso centro de la ciudad. Los vendedores pasean por las vías, venden aperitivos en brochetas, mientras que algunos visitantes se sientan en las vías del tren y se sumergen en el ambiente. Una pasada. Los amantes de los selfies se hinchan de echar fotos con el tren de fondo.

Esa misma tarde volamos desde Hanoi a Ho chi Min, la antigua Saigón. Saigón es más de lo mismo en cuanto a motos y vida en la calle. Tal vez un poco menos auténtica que Hanoi porque no hay que olvidad que aquello fue una zona que quiso ser capitalista. Allí se ven los McDonals y los Burger Kings y hay urbanizaciones de lujo. Vietnam está en la conciencia de todos aquellos que fuimos universitarios en los años setenta: la icónica niña corriendo desnuda tras el ataque con napalm, boinas verdes haciendo esquí acuático y surfeando en la isla de Phu Quoc, la batalla de Drang, el Tet, McNamara, las chicas de los bares de Saigón ("No money, no honey")…

En la guerra de Vietnam, librada entre 1955 y 1975, se calcula que murieron entre 3,8 y 5,7 millones de personas. Estados Unidos contabilizó 60.000 bajas

La guerra de Vietnam fue uno de los errores de la historia. Un conflicto bélico librado entre 1955 y 1975 para impedir la reunificación de Vietnam bajo un gobierno comunista. En esta guerra participó la República de Vietnam (Vietnam del Sur, capitalista) con el apoyo de los Estados Unidos y otras naciones aliadas de los Estados Unidos contra la guerrilla local del Frente Nacional de Liberación de Vietnam (Vietcong) y el Ejército de la República Democrática de Vietnam (Vietnam del Norte), respaldados por China y la Unión Soviética.

Se calcula que murieron en total entre 3,8 y 5,7 millones de personas. Estados Unidos contabilizó casi 60.000 bajas, constituyendo la contienda más larga de dicho país hasta la guerra civil de Afganistán. Todo esto nos lo explican mientras vamos a ver los túneles de Cu chi, que están a 70 kilómetros de Saigón. Los túneles de Cu Chi se han convertido en reclamo para muchos turistas que visitan este país.

Ya han pasado casi 45 años desde la Guerra de Vietnam y la mayoría de vietnamitas no la vivieron o eran muy jóvenes. Por tanto, los túneles de Cu Chi son como una especie de parque temático de la lucha del Vietcong contra los invasores norteamericanos. Estos túneles fueron una de las causas de la victoria del Vietcong en la guerra, pues les permitió aguantar mucho tiempo escondidos a muy pocos metros de las bases norteamericanas y practicar una guerra de guerrilla.

Con una arquitectura única, este complejo de túneles se extiende como una tela de araña en una red de refugios subterráneos de más de 200 kilómetros de largo, que consta de muchas capas y recovecos donde vivían los guerrilleros mientras luchaban. La visita al complejo empieza en una especie de covacha con el visionado de un vídeo en el que se ensalzan los valores patrióticos de Vietnam y el estilo de vida del guerrillero. Los guionistas son vietnamitas, por supuesto.

El siguiente punto de la visita a los túneles de Cu Chi consiste en un paseo por la selva vietnamita en la que se pueden ver los cráteres que dejaron los bombarderos B-52 estadounidenses. También se pueden ver réplicas de cómo eran los edificios y talleres utilizados por los guerrilleros del Vietcong, así como las trampas que se utilizaban para matar soldados. Todo un poco cutre y patético. Para entrar en los túneles se utilizaban unas trampillas de agujero camufladas en el suelo que ahora prueban los turistas que se atreven y no están demasiado gordos. A continuación, toca arrastrarse por los túneles. A pesar de que los han ensanchado bastante para los turistas, puede llegar a ser una experiencia muy claustrofóbica.

El que se atreva puede adentrarse con escasa luz y gatear por túneles de 20, 40 y 60 metros. Nada recomendable para los que tengan problemas de sobrepeso o que padezcan claustrofobia. De todo el grupo sólo el doctor González Ríos se atrevió a meterse en la trampilla y a recorrer los 60 metros de los túneles. A partir de entonces lo llamábamos cariñosamente 'Rambo'. Yo solo me atreví con los 20 metros. Y la verdad, tampoco se trata de una experiencia inolvidable. Por cierto, las películas de 'Rambo' no las quieren los vietnamitas ni en pintura. Todo mentira, dicen.

Los túneles de Cu Chi son un paseo por la selva vietnamita en los que se pueden ver los cráteres que dejaron los bombarderos B-52 estadounidenses

Para los turistas amantes de las armas hay un campo de tiro cerca en el que se pueden disparar con fuego real los M16 americanos y los AK-47. Todo sea porque el turista se vaya contento. Ninguno de nuestra expedición quiso pasarse por el campo de tiro. En realidad, aquello no deja de ser un parque de atracciones para los amantes de las películas de guerra.

A la vuelta de los túneles, hubo un diálogo interesante en el autobús. Roberto el americano quiso romper una lanza por su país, que fue el gran derrotado en esa guerra, diciendo que Estados Unidos siempre había estado en contra de los dictadores del mundo y que su nación intervino en esa guerra para evitar la dictadura comunista. Uno de los expedicionarios dijo que si algo había servido la Guerra del Vietnam en la Medicina es que a partir de ella se hicieron muchos avances en la cirugía cardiaca. Menos mal.

El octavo día de viaje lo dedicamos a conocer el Delta del Mekong, conocido en Vietnam como la región de los nueve dragones. Llamado así por la fractura del río Mekong en nueve brazos antes de llegar al Mar de China y después de haber cruzado por varios países del Sudeste Asiático. Tiene una superficie de 40.000 kilómetros cuadrados, donde viven más de 18 millones de personas repartidas entre las trece provincias que forman esta región del sur.

Desde su nacimiento en el Tibet, el río Mekong recorre 4.880 kilómetros hasta desembocar en el Mar de China Meridional. En su travesía pasa por los países de China, Myanmar, Tailandia, Laos, Camboya hasta su final en Vietnam. La verdad es que yo, personalmente, había oído hablar tanto del Delta del Mekong, que sufrí cierta desilusión al conocerlo, más que nada al ver la suciedad y contaminación que allí hay. Nos montaron en una barcaza en la que recorrimos viarias aldeas, cuyos habitantes viven en gran parte de los turistas que les llevan allí los guías de las expediciones.

De todas maneras, fue agradable la mañana. En un sitio nos invitaron a té con miel, en otro a café vietnamita y vino de arroz y en otros caramelos de coco. Invitaciones que entran dentro del ritual trivial de yo te dejo probar un producto para que tú me lo compres. Algunas mujeres se pudieron fotografiar con una serpiente pitón como de bufanda y hasta cantaron con las nativas canciones granadinas. También pudimos dar un corto paseo en una especie de carro tirado por un caballo y otro paseo en barca de remos (siempre rema otro u otra a cambio de un dólar) por los canales densos de vegetación. Allí la vida se desarrolla alrededor del río.

A la vuelta el motor de la barcaza no funcionaba por culpa de las algas que se habían liado en las hélices y vimos como el conductor se tiraba al agua turbia con el machete en la boca para deshacerse de las citadas algas. Operación que vimos todos bebiendo agua de coco con una pajita. Cuando el conductor emergió, le dimos un aplauso. "Estos son gilipollas", pensaría tal vez el hombre, acostumbrado sin duda a hacer esto habitualmente.

No nos íbamos a ir de Vietnam sin soportar un gran aguacero. En Vietnam, se dice, no hay estaciones. Están la época seca y la época húmeda. Hasta ese momento del viaje, la lluvia nos había respetado, pero en la última tarde en Saigón cayó tal cantidad de agua que pudimos comprobar qué hace allí la gente cuando llueve tanto. Por lo pronto la vida no se paraliza.

La gente aprovecha para meterse en uno de los cinco grandes mercados que hay en la ciudad o bien espera a que escampe en locales donde sirven café vietnamita, que además de muy fuerte te lo sirven sin azúcar. La tienes que pedir aparte. Es curioso comprobar que mucha gente ni se inmuta por la lluvia y las motos no dejan de circular con personas impermeabilizadas conduciéndolas.

El vuelo hacia la ciudad camboyana de Siem Reap fue corto y tranquilo. Allí nos esperaba Ron, el guía que estaría con nosotros hasta el final del viaje. De nuevo nos recibieron con flores. Ron nos cuenta que aprendió español a base de ver la televisión y por internet. Lo habla bastante bien, suficiente para contarle a los turistas lo que quieren saber de su país. Su rostro casi siempre estaba sonriendo y algunas veces terminaba con una pequeña risotada las frases, aunque fuera para anunciarnos que nos iba a repartir las llaves de la habitación. A Ron se le veía buena persona y llegamos a congeniar con él. Tanto que Rafa Peñafiel llegó a llamarle Ron Gran Reserva.

El templo Angkor Thom, en Camboya, cuenta con 54 torres decoradas con 200 caras, unas sonrientes y otras con signos de malafollá, que diríamos los granadinos

Pensamos que en este viaje hemos tenido suerte con los guías. En uno de los trayectos en autobús, Ron nos contó que en Camboya rara era la familia que no había perdido uno o dos familiares en la guerra de Camboya. Él perdió a su padre, a su abuelo y tiene dos tíos desaparecidos. La guerra civil camboyana fue un conflicto armado que se produjo en ese país del sureste de Asia entre 1967 y 1975. La guerra estuvo muy influida por la guerra de Vietnam y el enfrentamiento entre la Unión Soviética, China y los Estados Unidos durante la Guerra Fría.

Ron nos dice que hubo más de dos millones de muertos, la mayoría asesinados por los llamados jemeres rojos y Pol Pot, que instauraron un régimen de terror cuyo legado sería el genocidio más grande de la Historia en términos porcentuales. Nos cuenta Ron que uno de cada tres hombres camboyanos murió a manos de los jemeres rojos.

La ruralización forzosa se materializó en campos de trabajo donde se trabajaba 20 horas de 24, con un día de descanso cada diez, y donde un gran número de personas murieron de inanición o de puro agotamiento. En las ciudades abandonadas, el régimen creó prisiones y centros de exterminio como la famosa prisión-museo de Tuol Sleng, donde se dice que murieron aproximadamente 20.000 prisioneros, y de la que sólo escaparon doce personas con vida. La verdad es que Ron nos estremecemos con su relato personal. También nos cuenta que se ven en Camboya muchas personas mutiladas, sin brazos y sin piernas, debido a las llamadas minas antipersonas.

Cuando acabó la guerra, se firmó el tratado de eliminación de minas antipersona (en Ottawa en 1997). Sin embargo, y pesar de los esfuerzos por limpiar la zona, continúan activas y sin explotar millones de minas. Entre las víctimas se encuentran muchas mujeres y niños que, en búsqueda de nuevas tierras de cultivo o de pasto para los animales, quedan muertos o físicamente discapacitados al pisar una mina. Muchos de estos últimos se convierten en mendigos con el fin de sobrevivir.

La capital de Camboya en Phnom Penh, pero nosotros fuimos a Siemp Reap porque nuestra intención era ver los famosos templos de Angkor. Unos tuk-tuk nos esperaban a la puerta del Courtyard by Marriott, un impresionante hotel donde íbamos a pasar los tres días camboyanos. Además de constatar la simpatía y la buena disposición de los empleados del hotel, pudimos contar con la atención casi personalizada de Hugo, un joven de Ciudad Real que trabaja allí y que nos ayudó bastante a la hora de enterarnos de cosas sobre la ciudad. Él lleva allí seis años y creo recordar que dijo que estaba en Siemp Read porque había conocido a una chica francesa que se había establecido en esta ciudad. Una vez más el refrán de tiran más dos tetas que dos carretas se hacía real en la persona de Hugo.

Después de hacernos con nuestras entradas a los templos -entrada con fotografía incluida- nos dirigimos en tuk-tuk al templo Angkor Thom, único por sus 54 torres decoradas con 200 caras, unas sonrientes y otras con signos de malafollá, que diríamos los granadinos. La gran ciudad amurallada de Angkor Thom es de un tamaño abarcable (10 kilómetros cuadrados) y contiene algunos de los templos más espectaculares de la región, sombreados bajo el bosque que los cubre.

Para algunos, para mí también, Angkor Thom es más bello que Angkor Wat. Fue la última gran capital del imperio jemer y su construcción elevó el listón de complejidad de los monumentos. En el centro de su recinto amurallado se encuentra los enclaves imprescindibles: Bayón, Baphuon, Phimeanakas y la terraza de los Elefantes. Lo llaman el templo de las caras y es único por su osadía arquitectónica. Estas enormes cabezas observan desde todos los ángulos al visitante, que durante su paseo contempla en todo momento al menos doce cabezas a la vez, de cara o de perfil, algunas veces a la altura de los ojos y otros mirando desde arriba. Eso sí, a diferencia de Angkor Wat, que impresiona desde todos los ángulos, algunos enclaves como Bayon parecen una pila de escombros vistos en la distancia. Solo al entrar al templo y subir al tercer nivel se hace visible su magia.

Después, siempre en tuk tuk, fuimos a ver el templo de Ta Prohm, que se ha ganado la fama no sólo por su espectacularidad, sino por el éxito cinematográfico logrado al haber sido escenario de películas de gran éxito comercial. Fue Lara Croft, encarnada por Angelina Jolie en Tom Rider, quien lo hizo saltar a la fama. Tanto que su árbol ha pasado a ser directamente 'The Tom Rider tree'.

Este templo es el mejor ejemplo de cómo la selva se hizo con Angkor y sus ruinas, los árboles y sus enormes raíces tomaron el control y en Ta Prohm han quedado como una buena muestra de ello. En él nos podemos hacer la mejor idea de cómo lucían los templos de Angkor cuando los europeos los redescubrieron y los sacaron a la luz, y aunque ahora sólo se mantengan los árboles de mayor tamaño Ta Prohm está en la lista de las visitas imprescindibles de cualquier viajero.

Por la tarde teníamos previsto ir a Angkor Wat, pero las previsiones de lluvia hicieron cambiar de planes. Dedicaríamos la tarde a ver un centro que ayuda a los jóvenes camboyanos a mantener la artesanía tradicional y dos templos sin más interés que rellenar las horas de la tarde. Resulta interesante nadar en la enorme piscina mientras te cae la lluvia.

Reservaríamos nuestras energías para el día siguiente en que iríamos al templo de Angkor Wat, considerado el alma y símbolo de Camboya, núcleo de la civilización jemer y una fuente de orgullo nacional, como la Alhambra para los granadinos. Hace falta a menos dos horas para visitarlo. La sensación que uno tiene al ver por primera vez Angkor Wat, la máxima expresión del ingenio jemer, solo es comparable a la que producen lugares muy escogidos en el mundo. Construido por Suryavarman II (1112-1150) es uno de los monumentos más brillantes concebidos por la mente humana. Tiene 800 metros de bajorrelieves y una torre de 55 metros, que otorga al conjunto una unidad sublime.

Angkor es famoso por sus seductoras ninfas que pueblan parte del recinto. Hay casi 2000 talladas en las paredes, cada una con un motivo únicio y con 37 estilos diferentes de peinado

Angkor es famoso por sus seductoras ninfas que pueblan gran parte del recinto. Hay casi 2000 talladas en las paredes, cada una con un motivo único y con 37 estilos diferentes de peinado. La mezcla de espiritualidad y simetría es asombrosa. Todo dispuesto para grabarse bien en nuestra memoria, como el calor y la humedad que tuvimos que soportar. Menos mal que a la vuelta siempre teníamos agua fresca y toallitas mojadas en el autobús.

Ese día aún tendríamos tiempo para ver el llamado Tempo de las Mujeres porque, según Ron y la historia, fue realizado exclusivamente de mujeres. Una de las curiosidades de este lugar es que está compuesto por edificios que son miniaturas, es decir, están dimensionados a una escala mucho menor que el resto de construcciones del complejo. Esto unido al nivel de detalle y el estado de conservación del labrado de la piedra hace que sea conocida como la joya del arte jemer. El templo, llamado en realidad Bantey Srei, está compuesto por tres recintos rectangulares y en el exterior hay una especie de foso. Ron nos explicó dónde está la biblioteca y el santuario.

Esa noche tuvimos una cena donde pudimos degustar de nuevo la cocina vietnamita a la vez que presenciar un espectáculo de danza para turistas, como si a Granada a los de fueran los llevan a una cueva del Sacromonte.

La mañana antes de coger el primer avión de regreso, la dedicamos a visitar Wat Domnak, una de las pagodas más importante en el pueblo. Asistimos a una ceremonia budista presentada por los monjes, con la cual pudimos aprender algo más de la religión, cultura, creencia que practiquen los camboyanos. Nos dejaron hacernos fotos con los monjes y respondieron a nuestras preguntas. Ron nos contó que el budismo en Vietnam funciona de distinta manera al budismo en otros países asiáticos. Los monjes vietnamitas, por ejemplo, tienen que llevar una dieta vegetariana, evitar el consumo de cualquier producto alcohólico o tabaco y sólo cuando dejan de ser monjes, ya no pueden volver a serlo. Por lo visto, los de otros países asiáticos pueden dejarlo y volverlo unas cuantas veces, y no tienen tanta restricción con respecto a comidas y bebidas.

Y pare usted de contar. El regreso se hizo un tanto incómodo, con tres a aviones que coger, pues de Siemp Reap fuimos a Bangkok y de ahí a Estambul y luego Málaga. En la vuelta reinaba la camaradería y el buen rollo. Todos de acuerdo: ha sido un viaje de los de enmarcar. Cuando se lo he contado a mi hermano me ha dicho que ya que he ido yo a la Cochinchina ahora él quiere ir a Fernando Poo.

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