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"Mi madre me recibe cada verano con boquerones en vinagre y salmorejo"

  • Lara bello Después de varios años viviendo en Estados Unidos, la cantante y compositora forma parte esencial de la representación de la cultura española, participando en infinidad de proyectos como La Ruta de Lorca en Nueva York. Cada verano regresa a Granada para disfrutar de su familia y sus raíces.

Lara Bello en La Alpujarra.

Lara Bello en La Alpujarra. / lara bello

Te he preparado boquerones en vinagre y salmorejo, como tanto te gusta" -así me recibe mi madre cada verano, cuando vuelvo a casa-. Hace nueve años que salí de Granada, y los veranos para mí significan volver. Viene a buscarme con su coche a la estación de autobuses. Por el camino abro la ventanilla y mis ojos se llenan con la luz de un cielo abierto y claro. Todos mis músculos están cansados después de un viaje transoceánico, y se van recuperando poco a poco a través de los sentidos. Cruzamos la calle Ancha de Capuchinos y allí al final se distingue un trocito del Albaicín. Se asoma dándome la bienvenida. "¡Ya es mediodía!", me cantan todas las campanas de la ciudad al llegar a casa, y yo sonrío mientras me doy una ducha de agua fría. Me siento en la terraza. Observo los tejados, la Vega, los montes que nos cobijan, la lagartija que baja por las paredes. Granada tiene color de piel, con diferentes tonos de marrones, blancos, ocres, tierras, madera, cerámica… Así siento mi cuerpo mimetizarse con la ciudad.

Mañana saldremos hacia la Alpujarra, a la casa de mis abuelos. Ellos ya no están pero construyeron ese hogar con mucho cariño. Además lo hicieron el mismo año que nací yo, así que tenemos la misma edad. Se rompe y se arregla igual que yo lo voy haciendo con los años. Situada en la ladera de un monte mirando al pueblo de Órgiva, desde allí arriba se divisa todo el valle y, en frente, la Sierra de Lújar. Por detrás de la Contraviesa surge cada noche la luna, seguida de planetas, estrellas y la Vía Láctea. En esa casa pasé mucho tiempo durante mi infancia y está llena de recuerdos. Los veranos pelando almendras con mi abuela. Recogíamos sacos y sacos de ellas y nos sentábamos por las tardes durante horas. Separábamos las marconas de las "picúas", las primeras se venden a mejor precio. También era una buena época para observar los insectos. Cuando era pequeña quería ser bióloga y tenía una extensa colección de libros y vídeos de animales. Espolvoreaba trozos de galletas a las hormigas. Subida en una silla las veía trabajar. A veces intentaba realizar experimentos, quería imitar a David Attenborough e introducía una pajita por el agujero del hormiguero a ver si así conseguía verlo por dentro. No me había dado cuenta de que obviamente el equipo de observación que llevaba este señor era "un poquito" más sofisticado. Perros, gatos, gallinas, conejos, insectos y humanos, todos convivíamos en esa casa.

Ahora está más silenciosa. No la habitamos tantos humanos como antes, aunque las hormigas siguen siendo igual de numerosas. Pero desde la casa se ve el cementerio donde están mis abuelos, en el otro lado del valle. Así que allí seguimos todos en cierto modo. Todos nuestros mejores momentos, también algunos más tristes. Al atardecer nos sentamos mi madre y yo en el porche a contar historias e inundar nuestros ojos del paisaje. " ¿Te acuerdas cuando la abuela…?" Así comienzan nuestros recuerdos mientras con la brisa fresca de la tarde alpujarreña nos comemos el salmorejo y los boquerones en vinagre.

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