Vivir

"Hay muchos recuerdos de varios veranos que convirtieron mi infancia en algo inolvidable"

  • Manuel olivares El portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Granada no podría quedarse con un verano en concreto, pero sí con recuerdos y experiencias memorables marcados en la memoria que le ponen en la pista de la persona, el padre y el político que quiere ser hoy.

Tuve la mala suerte de volver a Granada tras cerca de 7 años viviendo en Madrid. No fue por volver a la ciudad más bonita, sino porque las circunstancias hicieron que mis padres se separaran y, con ellas, sus caminos también. Uno a Almería y otro a Granada. Sin embargo, aquellos momentos difíciles para un niño de 8 años hicieron que cada fin de semana fuese mágico, pues sabía que iba a tener un Ford Fiesta con techo negro tocando el claxon, la señal inequívoca de que mi padre había llegado. Sonrisa en boca, mi hermano y yo nos íbamos al Albaicín y unos días a Almería. En Almería, la de Mónsul era nuestra playa preferida. Las vueltas siempre en aquel Ford las ventanillas abiertas, la sal pegada al cuerpo y más rojos que algunos extranjeros me dejaron el recuerdo de ver cómo mi piel se bebía el aloe vera como un niño su primer biberón. En el Albaicín la piscina de plástico en un pequeño patio nos esperaba. Aún recuerdo el olor al agua y el plástico azul, cuyas juntas nos provocaban arañazos en el pecho. Pero claro, al menos teníamos piscina, porque en Bruselas, que era donde pasábamos el resto del verano, el calor era insoportable, tanto que tirarse al mármol era la única manera de combatirlo. Y sí, Bruselas, calle Bruselas, un cuarto piso sin toldos y con el sol derritiendo los ladrillos de la fachada y donde lo más parecido a una piscina era la bañera.

Años más tarde los caminos de mis padres se unieron y fruto de ello, y con 13 años de diferencia con mi hermano mayor y 10 conmigo, vino al mundo mi hermana. En aquellos tiempos de reencuentro, recuerdo una semana de verano en la que nos íbamos mi hermano y yo. Supongo que para mis padres era un poco de descanso eso de quedarse solos con la pequeña. Nos íbamos a un chalé de mis tíos donde todos los primos nos juntábamos; una auténtica jauría de leones que mis tíos sobrellevaban como podían a base de consentirnos todo. Y cuando digo todo, es todo. Mi hermano y yo nos sumábamos a mis 5 primos. Eran veranos de sandías enormes y de Tours de Francia, donde mi primo Raúl nunca dormía siesta (y aún hoy sigue sin tal privilegio español) y todos nos tragábamos aquellas arrancadas del zorro segoviano. Aquello marcó la que más tarde sería mi pasión por el ciclismo y que remató un navarro gigante llamando Miguel Indurain.

Mi tío nos hacía locuras con un Mazda que aguantaba todo; cosas que ya no se podrían hacer y quizás tampoco contar, pero el maletero formaba parte de los asientos. La paciencia era una de las cualidades de mi primo Raúl, que se esforzó más de diez días en enseñarme a tirarme de cabeza a la piscina y lo logró. Puedo asegurar que cualquier otro se habría rendido porque parece que yo debería pensar que la cabeza estaba en el ombligo.

Años más tarde, y ya con más consciencia, con unos 13 o 14 años, la bicicleta era la mejor manera de soportar el calor de Bruselas y escaparse a Colinas Bermejas en busca de un baño era la forma de que mis padres no se enterasen de que molestábamos a mis tíos, quienes (imagino) debían guardar silencio para que aquello se repitiese, porque les encantaba ver la casa llena de saltos, juegos de mesa de noches de verano inolvidables con mi tío Miguel Ángel. Hombre rico hombre pobre era mi preferido, pero también estaban La Bolsa, Jumbo Jet y veinte más...

Los Scouts, en el grupo Poseidón, fue sin duda otra etapa inolvidable de viajes y experiencias en la retina y que me permitió conocer a compañeros con grandes habilidades.

Todos estos recuerdos forman parte de mi verano memorable porque, en aquellos años, todos los veranos tenían algo; aunque si algo me marcó fue ver cómo mi padre no falló ni un solo fin de semana para venir a recogernos durante los años de separación. No existió sentencia, sino una mirada entre dos adultos que no iban a sacrificar a sus hijos, sino a sacrificarse ellos, y eso suponía que todos los fines de semana nos fuésemos con mi padre. Un padre duro en la educación que comprendí demasiado tarde. Me formó y enseñó que la responsabilidad es de uno mismo y de nadie más, y él eso era algo que llevaba a rajatabla con mi madre como apoyo a todo lo que necesitaba y que aún hoy me presta como una madre que todo lo soporta. Estos recuerdos, experiencias memorables o no, me recuerdan que hoy soy yo quien tiene que hacer memorables cada verano con mi mujer y mis hijas para que los de ellas sean también inolvidables. Hoy, mientras escribo estas líneas, tengo a la más pequeña recostada en mi hombro y el calor que desprende su cuerpo no molesta pese a ser agosto, sino que satisface enormemente el recordarte y hacerte sentir que eres y ejerces de padre. Eso sí que es lo más memorable.

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