Granada

Una cocinera de Ferrán Adriá, en Gualchos

  • Paloma Pérez ha trabajado en uno de los restaurantes del exitoso chef Ahora es edil en su pueblo

La Costa Tropical tiene tantos lugares evidentes por recorrer como rincones desconocidos por la mayoría de los turistas. En Gualchos, una encantadora población situada a pocos minutos del mar, se encuentra una chef que convierte cada plato que toca en un lujo. No es de extrañar, cuando se sabe que ha sido cocinera del mismísimo Ferrán Adriá, pero no de los becarios de todo el mundo que han viajado durante años a sus restaurantes simplemente para aprender, sino que Paloma Pérez se encontraba en la plantilla del que ha sido considerado tantas veces como el propietario del mejor restaurante del mundo.

Además, da la casualidad que esta joven es actualmente concejala del Ayuntamiento de Gualchos-Castell de Ferro, un municipio por el que siente devoción, según confiesa. "Mi ilusión siempre ha sido quedarme en mi pueblo", confiesa. De ahí que el sueño de El Bulli (que ella pronuncia 'buli') tuviera un principio y un final.

El inicio de la historia, según relata Paloma, fue una cena que le hizo a un ex novio de Barcelona. "La comida que me salió era tan mala que en aquel momento decidí ser cocinera". Aquella 'pócima' llevaba arroz, salchichas y paté, una mezcla que ahora jamás combinaría, a pesar de que con Adriá ha aprendido que muchos productos casan de manera inesperada. Desde luego, aquél no fue el caso y ni siquiera ella misma se atrevió a degustar su primera creación culinaria.

Una vez tomada la decisión de familiarizarse con los fogones, se formó en la Escuela de Hostelería de Granada, ubicada en Hurtado de Amézaga. Un par de años de aprendizaje en Ibiza "donde pelé más patatas que en toda mi vida" hicieron el resto. "En la isla aprendí a trabajar de verdad, porque había que darle el desayuno, el almuerzo y la cena a 1.800 personas a la vez", cuenta. Aquella experiencia le curtió de manera que ya estaba preparada para subir un escalón más.

Un hermano suyo le comentó que pedían cocineros para trabajar en El Bulli, por lo que ni corta ni perezosa envió su currículum. Con el carácter alegre que la caracteriza, Paloma dice que la escogieron por su sinceridad. "En el apartado de hobbies, yo puse que me gustaba salir de fiesta, tomar alguna copa, aparte de dibujar o pasear". Lo que cualquiera hubiera pensado, pero nadie se atrevió a decir por escrito, le valió un puesto con Ferrán Adriá.

La actual edil, a los dos días de haber mandado su carta, se incorporó a El Bulli Hotel Hacienda Benazuza (Sevilla), un establecimiento de 5 estrellas en el que se encontraba el restaurante la Alquería, propiedad de Ferrán Adriá. En este local de restauración se servían los mismos menús que en El Bulli de Rosas (Gerona), unos meses después.

Su experiencia, según rememora Paloma, fue extraordinaria: "Allí aprendí muchas cosas como crear y usar la imaginación". Junto al mejor cocinero del mundo adquirió una base para poder desarrollar texturas, innovar sabores ..." Alimentos que, en principio, pensó que nunca podían combinar, finalmente este alquimista de la cocina le demostró que resultaban una delicia juntos.

Pérez estuvo fundamentalmente en la partida del desayuno, el cual fue galardonado como el mejor del mundo, aunque pasó por todas las demás (noche y mediodía), formando parte de un equipo de 47 cocineros. La concejala recuerda cuándo utilizó por primera vez el nitrógeno líquido, con guantes, "la que lié: estaba haciendo una tortilla de espuma que no subía".

También vienen a su mente platos sorprendentes como el ajoblanco con sifón o ingredientes como la flor de Sechuán, "con las que se elaboraban unas palomitas que daban electricidad, en la Ventera (su restaurante) he hecho yo piruletas con este producto". O destaca su bollería casera (la cual ella hace ahora por encargo), chupitos de fruta como papaya con café, o bocadillitos salados como el hecho a base de mascarpone, albahaca y jamón ibérico.

Sin embargo, se apresura a puntualizar que los platos que se hacen en El Bulli no se pueden reproducir en un restaurante "de aquí", por lo caro que es, porque el público local no lo aprecia y, sobre todo, porque las herramientas que Adriá utiliza son especiales para él. "Por ejemplo, para usar el nitrógeno se necesita un mantenimiento muy costoso".

"Otra de las cosas que recuerdo es la decoración, como un fin de año en el que estaba todo el comedor inspirado en un circo y los camareros con la cara pintada, o una mujer portando una serpiente de verdad moviéndose por todo el restaurante", señala. Para poder disfrutar de una experiencia así era preciso estar alojado en el hotel de lujo un mínimo de días (entre 2 y 3) y tener una buena cartera. Durante esta etapa de su vida tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Adriá y a su mujer, de los cuales dice que son "buena gente".

Tras dos meses como ayudante de cocina, enseguida ascendió a cocinera profesional, puesto que ocupó durante dos años (de 2004 a 2006), para envidia de todos los que venían de Argentina o Brasil para trabajar sin cobrar. Sin embargo, su abuela -que aún vive- se puso enferma y, de manera impetuosa dejó la que seguramente habría sido una carrera prometedora por estar junto a ella. "Y lo volvería a hacer", insiste. El amor a su familia y a su pueblo tiraron más de ella que el propio Ferrán Adriá, pero sus enseñanzas quedaron en ella para disfrute de los que se acercan hasta la Ventera de Gualchos en verano o a La Lola, en la plaza de Castell, cada fin de semana.

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