Granada

Amapola escaladora

  • Sólo queda una población de la amapola de Sierra Nevada, una especie que se encuentra en peligro de desaparecer ante la amenaza del cambio climático

Aescasa distancia de la cima más alta de la península Ibérica, la cumbre del Mulhacén, entre las grandes piedras de pizarra, crece una pequeña planta de porte rastrero, hojas pelosas y tallos verdes de la que nace, entre la primera quincena de julio y la primera semana de agosto, una bella flor de pétalos anaranjados y estambres amarillos.

La amapola de Sierra Nevada está incluida en la Lista Roja de la Flora Vascular de Andalucía y catalogada como Especie en Peligro de Extinción por la Ley 8/2003 de flora y fauna silvestre de Andalucía, al quedar solamente una única población con pocos individuos y tener muy restringido su hábitat potencial.

Esta amapola anaranjada vive en los Pirineos y en Sierra Nevada (en las altas cumbres occidentales), aunque los ejemplares de Sierra Nevada, al menos, deberían considerarse como una subespecie propia endémica.

Requiere un clima frío y húmedo, incluso durante el verano. Hace un siglo tenía una distribución más amplia y podía encontrarse en las inmediaciones del Veleta pero en la actualidad, en Sierra Nevada sólo existe una población dividida en varios núcleos, con un número total de ejemplares muy escaso.

Desde el último período glacial, esta especie ha ido ganando altitud, encontrándose en la actualidad sólo en el entorno del Mulhacén, donde ya no le queda suelo por el que ascender, por lo que, como indican los botánicos, es una planta "que se cae por arriba".

Se desarrolla sobre suelos silíceos pobres, procedentes de la meteorización de los micaesquistos. La encontramos en pedregales, tanto en canchales como roquedos. Suelen situarse al abrigo de piedras de mayor tamaño que le sirven de protección.

Forma parte de comunidades vegetales de baja cobertura, pero de enorme interés botánico por su riqueza en plantas endémicas, exclusivas del macizo nevadense. Está acompañada por violeta de Sierra Nevada (Viola crassiuscula), romperrocas (Saxifraga nevadensis), manzanilla real (Artemisia granatensis), zamárraga (Erigeron frigidus), dragoncillos (Chaenorrhinum glareosum), Festuca clementei, Arenaria tetraquetra subsp. amabilis, Galium pyrenaicum, Linaria glacialis, Homathophylla purpurea... Entre los 3.200 y los 3.450 metros de altitud. Es una especie bioindicadora del piso bioclimático denominado crioromediterráneo y del ombroclima húmedo.

Durante el invierno, la cubierta de nieve y las hojas secas del año anterior protegen las yemas que culminan una pequeña cepa leñosa. Después del deshielo empieza la emergencia de los nuevos tallos. En la base de éstos se desarrollan varias hojas con un nervio central muy marcado y un limbo dividido en varios segmentos. De esos mismos tallos surgen los botones florales sobre un elegante escapo.

Toda la superficie de la planta, excepto los pétalos, está cubierta por pelos largos. Durante el mes de agosto abre una flor de pétalos naranjas y bordes sinuosos. Tras la polinización, se forma una cápsula que al madurar levanta su cubierta superior para que el azote del viento favorezca la dispersión de las semillas. En otoño, su parte aérea marchita y queda cubierta de nieve durante el invierno.

La amapola es una especie relicta en Sierra Nevada y los Pirineos, una refugiada de la última glaciación, que se encuentra en vías de extinción por diversas causas. Uno de los principales riesgos es el ramoneo, tanto por el sobrepastoreo del ganado doméstico como por los herbívoros silvestres (cabra montés), que además del consumo directo de la planta provocan una excesiva nitrificación del hábitat.

Otra de las amenazas es la creciente presión del uso público, ya que se encuentra en una de las rutas más frecuentadas por los excursionistas, en las inmediaciones de las veredas que conducen al techo de la Península, la cumbre del Mulhacén, lo que ha llevado al Parque Nacional, a limitar las múltiples veredas que se habían ido generando en los últimos años y a dejarlas reducidas a sólo dos, restaurando la topografía y la vegetación de los múltiples vericuetos anulados, con la colaboración de la Red de Voluntarios Ambientales.

Finalmente, el cambio climático, una causa natural pero de origen antrópico, está empujando a esta especie hasta las cotas más elevadas y está restringiendo su hábitat a unos escasos centenares de metros cuadrados.

Las amapolas forman parte de las Papaveráceas, una familia de plantas que crecen desde el nivel del mar hasta las altas cumbres, de las que en Andalucía hay varios géneros. En Sierra Nevada se han citado doce especies de esta familia, de las que cinco pertenecen al género Papaver.

Aunque siempre asociamos la presencia de amapolas a un gran número de flores de colores llamativos dispersas en extensos campos de cultivo o en los pastizales de nuestros bosques, hay que destacar la belleza y el alto valor ecológico de un pequeño grupo de ellas que aparecen en fisuras de rocas de nuestras cumbres más elevadas. En Andalucía destacan dos: la amapola de Grazalema (Papaver rupifragum) surgiendo de las fisuras de las cumbres calizas de la Sierra de Grazalema y la amapola de Sierra Nevada (Papaver lapeyrousianum), incrustada en la fisuras de paredes verticales o entre las piedras sueltas.

La amapola de Sierra Nevada es una pariente próxima, prima hermana, de las amapolas comunes, (Papaver rhoeas), con su típica tonalidad roja, que habitualmente vemos en bordes de caminos y campos, incluso en las ciudades. También son cada vez menos abundantes, en este caso diezmadas especialmente por el uso de los fitosanitarios. Las amapolas comunes pueden ser tóxicas en dosis altas y fueron utilizadas, hace mucho tiempo ya, como somnífero.

Además hay otras especies de amapolas cuyas flores son de color morado, amarillo o blanco que destierran la teoría de que las amapolas son rojas. Como ejemplo tenemos a la amapola marítima, Glaucium flavum, que tiene la particularidad de ser de color amarillo y que crece en la playa, en la arena o en las rocas del litoral. Esta especie se encuentra también en franca regresión por la disminución drástica de su hábitat en las últimas décadas con la urbanización de las costas y muy especialmente por la desaparición de territorios dunares.

La más famosa de la familia es la adormidera o amapola real (Papaver somniferum). Sus propiedades se conocen desde antiguo, por lo que se ha cultivado ampliamente en muchos lugares. Mediante incisiones en la cápsula inmadura se obtiene un látex blanquecino que, una vez desecado, constituye el opio. Éste contiene numerosos alcaloides, entre los que destaca la morfina, que actúa como depresor del sistema nervioso central y es un analgésico por excelencia; también contiene codeína, que inhibe el centro nervioso de la tos y se puede utilizar como antitusígeno.

Es una planta venenosa que no debe emplearse, porque sus principios son sumamente tóxicos y crean dependencia. Sus semillas son ricas en aceite y se utilizan en repostería; de ellas se extrae el aceite de adormidera que tiene propiedades secantes, por lo que se emplea en la industria de barnices. También se cultiva como ornamental, existiendo variedades y formas de pétalos más o menos numerosos y de diversas tonalidades. (Concha Morales y Rosa Mendoza en Flora Vascular de Andalucía Oriental).

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