Residuos

Estamos dilapidando, desafortunadamente y a pasos agigantados, un precioso legado en forma de Biodiversidad y Geodiversidad

Residuos
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F. Javier Perales Palacios

15 de septiembre 2015 - 01:00

Aunque la prolongada ola de calor que este verano nos ha mortificado a la mayoría de los españoles haya logrado que, hasta los más escépticos, atribuyan su causa al 'cambio climático', en realidad se trata solo una manifestación más de la diabólica capacidad de los humanos para lanzar al medio terrestre unos residuos difícilmente digeribles por este.

El famoso ciclo de la vida que idealizara la película El Rey León ha permitido reintegrar los productos de los procesos físico-químicos que toda actividad terrestre genera (un árbol que se seca, la hoja que cae al suelo, los restos de un tornado, el cadáver de un animal…) nuevamente al proceso de generación de materia (nutrientes para las plantas, repoblación natural de flora y fauna, rocas sedimentarias en forma fósil…). Ello nos ha proporcionado un precioso legado en forma de Biodiversidad y Geodiversidad que, desafortunadamente, estamos dilapidando a pasos agigantados.

A este respecto me gustaría poner el acento en los denominados técnicamente Residuos Sólidos y Urbanos, excluyendo aquellos en forma gaseosa (como los gases generados en la quema de los combustibles fósiles, responsables esencialmente del efecto invernadero y el consiguiente cambio climático) y los que poseen forma líquida (como las aguas fecales). Si uno juega a visualizar el futuro y pudiera observar una excavación arqueológica en cualquier entorno urbano dentro de unos mil años, ¿hallaríamos los mismos valiosos objetos que hoy día permiten a arqueólogos e historiadores recrear y reconstruir el pasado? No hay que jugar a pitonisa para adivinar las abismales diferencias en calidad y cantidad de objetos que hallarían frente a los que en la actualidad nos cedieron involuntariamente nuestros antepasados.

Al margen de los residuos con que podemos literalmente tropezarnos en cualquier rincón de nuestra geografía, incluso los que creíamos más inaccesibles, sea depositados por desaprensivos o arrastrados por el viento y el agua (bolsas, latas, electrodomésticos, escombros…), solo basta con visitar alguna planta de transferencia o de tratamiento de dichos residuos (caso de Alhendín en la provincia de Granada) para barruntar la dimensión del problema. Diariamente se acumulan los más variopintos objetos que, si resulta posible, son separados e incorporados como materia prima para la fabricación de papel reciclado, aluminio, compost… El resto son enterrados en sucesivos estratos ocultos a nuestra mirada. A pesar de ello, este proceso resulta bastante más sostenible que la alternativa manejada hace años (y presente aún en otras localidades) como las incineradoras, donde las basuras se queman (las susceptibles de hacerlo) generando unos productos gaseosos y sólidos de difícil incorporación a los sistemas naturales, cuando no tóxicos. Y estos son los residuos controlados, ¿qué será del resto?

No hace tantos años, las familias compraban en las tiendas llevando sus propias bolsas, las adquisiciones se envolvían en papel, los envases de vidrio eran retornables, otros se empleaban en almacenar conservas para el invierno, los restos de la comida daban para alimentar a los animales domésticos. Hoy día producimos más restos inorgánicos que orgánicos. Basta acercarse a cualquier supermercado para vislumbrar el porcentaje que representan los embalajes frente al contenido que deseamos realmente consumir: envases de poliespán para la carne, tambores de detergente con un importante exceso de capacidad para engañar la vista del consumidor (¿para cuándo una ley de envases que prohíba estas malas prácticas?), dobles protecciones de plástico para las magdalenas… Y si ya rematamos la jornada merendando en un establecimiento de comida rápida (léase, por ejemplo, una hamburguesería), pruebe a poner a un lado de la mesa lo que se va a comer (no entraremos en sus nefastas propiedades nutricionales) frente al acompañamiento del mismo. Creo que, al menos, da que pensar.

Cuando escribo estas líneas paso unos días en las playas de Vera (Almería) bañadas, yo diría, que por un mar plastificado. Almería la asociamos con invernaderos, aquellos que decían que eran contemplados desde el espacio por los astronautas como un gigantesco espejo solar. Pues bien, también fuera de ellos el plástico está permanente presente. El incivismo hispano, el viento casi permanentemente presente, la ineficaz recogida y tratamiento de los plásticos de origen agrícola y doméstico, constituyen un cocktail explosivo para el medio. Si uno, huyendo de la masificación de las playas más accesibles, se interna en algunas de las escasas calas que van quedando para bucear y disfrutar de una quimérica soledad, te das de bruces con toda clase de residuos plásticos que el mar ha arrojado a la orilla pero si te sumerges en las cristalinas aguas, vuelves a toparte con esa especie de medusas no urticantes pero mortificantes para los que aspiramos a ver solo flora y fauna marítima. Esas calas que la publicidad de la Diputación define como paisajes idílicos.

Si a esta visión del problema le unimos la organización de un festival de música electrónica que atrae a decenas de miles de adolescentes con tan escaso espíritu ecologista como la dureza de su oído para la música estridente, imagínense el nuevo foco emisor de residuos. Esa es la forma de entender el medio ambiente de algunos ayuntamientos, y encima tienen la desfachatez de llamarle al festivalito "Dreambeach". Supongo que será por el insomnio generado por la nauseabunda desembocadura de la Rambla del Almanzora, formada por un compacto mar de algas (eutrofización) derivado de la falta de tratamiento de los fertilizantes químicos.

No me gustaría dejar al lector un poco pesimista, por ejemplo, el cobrar por las bolsas de plástico en algunos comercios ha paliado parte del problema, pero su dimensión nos desborda. Yo terminaría parafraseando algunos lemas institucionales y afirmando que "los residuos son cosa de todos".

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