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"Nuestro papel es continuar dando guerra. No callar"

"En julio de 1991, pocos días después de viajar por primera vez a los Balcanes", Sandra Balsells encontró "tirado en el arcén" el primer cadáver de su primera e inesperada guerra. Había llegado con sólo 25 años a Yugoslavia para cubrir la desintegración de un país pero le estalló una realidad mucho más insoportable. "Me encontré con la guerra cuando estaba ya sobre el terreno y ¿cómo reaccionas ante eso? Primero, debido al desconocimiento, con cierto temor y muchas dudas. Eso implicó ponerme a prueba". Fue una prueba "dolorosa", pero eligió quedarse. Hoy, sus fotografías de los Balcanes han pasado a formar parte de la historia visual del siglo XX.

-Tan pendientes del presente, ¿de qué nos olvidamos?

-El periodismo es muy injusto porque nos movemos generalmente sólo por impulsos de mera actualidad... Nos olvidamos de la gente que ha protagonizado nuestras historias. El periodismo se olvida de dar continuidad a situaciones que en un momento dado han sido muy dramáticas y que no se resuelven ni mucho menos de un día para otro. Somos incapaces de regresar por ejemplo.

-Es justo lo contrario de lo que hizo volviendo a los Balcanes 14 años después para buscar a las protagonistas de su primera guerra.

-Ese trabajo de retorno para mí, no sólo a nivel profesional sino personal, ha sido uno de los más satisfactorios de mi vida. Porque te permite una inmersión y un conocimiento de una realidad que previamente no has podido tener precisamente por la inmediatez. Para mí fue todo una gran sorpresa porque pude comunicarme y conocer las vidas y los dramas de gente a la que yo había inmortalizado en momentos muy dramáticos de sus vidas, establecer un vínculo personal con ellos, que esto a veces es difícil que se dé. Y todo eso hacerlo arropada por un equipo muy profesional, que es todo el equipo de televisión, que me acompañaba con este proyecto, muy implicado con la realidad que estaban documentando. Fue un lujo periodísticamente poder hacerlo.

-Me dice que fue importante también a nivel personal.

-El involucrarte depende mucho del carácter del informador pero yo creo que es fundamental. Tú no puedes estar cubriendo según qué tipo de situaciones si no existe esta implicación personal. Otra cosa es que la situación te permita crear un vínculo, eso no siempre es posible. Pero en ese proceso de búsqueda que puedes hacer después es cuando llegas a conectar con ellos y a rememorar todas esas vivencias.

-Son a veces la china en los zapatos de los gobiernos en guerra. Objetivos fáciles en las revueltas pero imprescindibles para saber qué ocurre más allá de la información oficial.

-Yo siempre digo que precisamente en la guerra de los Balcanes, el inicio de la década de los 90, constituye un punto de inflexión muy peligroso para la prensa. La guerra de los Balcanes fue un ejemplo de que el periodista y otros colectivos como asociaciones humanitarias se convierten en un objetivo prioritario para todos los bandos en conflicto. En definitiva te conviertes en un testigo incómodo... Prueba de ello es que a lo largo de esta década alrededor de cien informadores han muerto en los Balcanes. Esto se ha ido reproduciendo en otros conflictos. El norte de África desde el año pasado hasta hoy ha sido un ejemplo.

-¿Cómo se vive?

-Se vive mal porque primero te genera mucha frustración y segundo porque te obliga a hacer un ejercicio reflexivo, tienes que decidir hasta qué punto estás dispuesto a arriesgarte tanto para ir a cubrir ciertas situaciones.

-No cambiaremos el mundo pero...

-Yo creo que lo que te tiene que mover es un interés personal que va mucho más allá de la profesión. Creo que es absurdo plantearte el ir a cubrir un conflicto sólo porque quieras obtener algunas historias, te tienen que interesar mucho a nivel personal. Y además lo que creo es que te hace sobrellevar las dificultades, los sacrificios, que implica este trabajo.

-No hay que irse muy lejos para encontrarlas...

-Efectivamente, quien no quiera verlo tiene un problema... Te pondré un ejemplo significativo. En el año 2007 presentamos un proyecto que se llama Latidos de un mundo convulso, era una exposición y un libro que comisarié yo sobre fotoperiodismo español en los últimos 25 años. Cuando hice la selección de fotógrafos una de las cosas que tuve muy claras era que las situaciones convulsas que se mostraran no fueran sólo de territorios lejanos sino de nuestro país. El conflicto en el País Vasco, la llegada de pateras a Canarias o al sur de Andalucía, la memoria histórica... Efectivamente, tenemos situaciones muy próximas que merecen ser documentadas y denunciadas.

-¿Cuánto deben tener de estética y cuánto de moral, de ética?

-Yo siempre digo que el buen fotoperiodismo, tal como lo entiendo yo, tiene que mezclar dos cosas, que son los dos componentes del lenguaje fotográfico. Por una parte, documentar, informar de lo que estás testimoniando, pero a la vez aprovechar los recursos plásticos y estéticos del lenguaje fotográfico. Sería absurdo no hacerlo. Ahora, por encima de todo, creo que tenemos una responsabilidad ética muy importante. Y una responsabilidad que va mucho más allá de lo que puedan dictar los códigos éticos. Tú te mueves por unos principios que responden a una serie de condicionantes y que creo que son los que debemos mantener y preservar por encima de todo.

-Aprendió en Londres y tiene esa referencia. ¿Se hace buen fotoperiodismo en España?

-Desde el punto de vista fotoperiodístico, Londres es un lujo de ciudad. Ha sido una meca para el fotoperiodismo mundial, ha sido cuna de algunas de las mejores publicaciones del mundo. En sí mismo es una escuela. Yo tuve la gran suerte de poder iniciarme profesionalmente en ese ámbito. ¿Hay diferencia?, claro. El fotoperiodismo y la edición gráfica aquí son disciplinas relativamente nuevas. Tuvimos una gran escuela en los años 30, en la Guerra Civil, pero luego tenemos cuarenta años de vacío informativo y fotográfico prácticamente, con algunas muy buenas excepciones, pero no se retoma el oficio hasta los años 80. Entonces, claro, vamos detrás de otros países europeos.

-En una definición que hacía de Gervasio Sánchez ¿podríamos encontrar su ideal del buen periodismo? "Visceral, combativo, tratando de zarandear los cimientos del cinismo, la hipocresía y la indiferencia...".

-Ése sería el objetivo a alcanzar pero hay que ser conscientes de cuál es la capacidad del informador para provocar ese zarandeo. No vamos a cambiar el mundo con según qué tipo de informaciones pero lógicamente crear una cierta incomodidad sí. Incomodar a autoridades, a gobiernos, a bandos enfrentados... En definitiva, conseguir que todo esto no caiga en el olvido y la impunidad.

-¿Somos conscientes del poder de la fotografía?

-La fotografía continúa teniendo un gran valor documental. Tiene esa rémora de credibilidad que es muy importante. El día que ya pensemos que la foto no sirve para nada querrá decir que las cosas están muy mal.

-¿Prefiere sus fotos por lo que cuentan o por lo que callan?

-Yo creo que aquí intervienen dos temas. Primero es qué dejas de mostrar, a veces puede ser más importante que lo que muestras, pero eso ya sería una trampa. Yo procuro que las historias que explico sean completas, tengan una visión panorámica. El tema es qué tipo de fotos utilizas para mostrar. Puede ser más conmovedora o más eficiente una foto de una expresión, de un rostro, que mostrar un plano general con decenas de cadáveres. Ahí interviene un poco el talento del fotógrafo para saber editar la foto que corresponda al mejor momento.

-En estos tiempos convulsos, ¿cuál debería ser el papel del periodismo?

-El papel es ser un testigo incómodo, un testigo valeroso, capaz de mostrar situaciones que muchos preferirían ignorar, que yo creo que es uno de los males de nuestro tiempo. Ese cierto conservadurismo social, en el que todo molesta y lo que debería molestar es la realidad, no las imágenes que lo plasman. Nuestro papel es continuar dando guerra. No callar.

-Hay conflictos de todo tipo en todo el mundo. ¿Cuáles estamos ignorando?

-Posiblemente todas esas realidades que no se están documentando.

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