Actual

El hombre al que le gustaba ver llover

Lugar: Teatro CajaGranada. Fecha: sábado 28 de abril de 2012. Aforo: : lleno (300 personas).

El tiempo meteorológico, primaveral y apacible durante los días previos, se tornó tormentoso el día que José Ignacio Lapido había elegido para presentar sus canciones en un formato más íntimo del que acostumbra con su banda de rock. Como si el cielo descargando su lluvia incesante quisiera sumarse al reverencial respeto que la ciudad profesa a su hijo pródigo y adecuarse así al tono melancólico y desolado de su cancionero, que es una crónica sentimental de la derrota, de la amargura, del desencanto, el fracaso y también de su superación, y de cómo llevar con dignidad tantas sombras.

La actuación formaba parte de una serie de conciertos por teatros en clave acústica. Con la formación reducida a los teclados de Raúl Bernal, la batería sin bombo de Popi González y la sutil y efectiva guitarra eléctrica de Víctor Sánchez, además de la acústica del propio Lapido, la propuesta se plantea más desnuda y recogida que en sus habituales conciertos eléctricos, y aunque se gana en solemnidad también se crea un cierto ambiente frío y constreñido que al menos durante la primera parte de la noche hizo añorar esa fuerza que sí se genera con la tormenta eléctrica. El grupo soslayó el handicap con su mejor activo, las canciones. Y además aprovechó el novedoso formato para hacer un repaso por algunas de las que menos protagonismo obtuvieron en su momento.

Así abrieron fuego con No sé por donde empezar (una pequeña ironía, para que luego digan que este tipo carece de sentido del humor), Nada malo, El carrusel abandonado y Hasta desaparecer, aquel tema escondido en un single de 2006. Continuaron con El más allá, de las pocas de su disco más reciente, y unas cuantas de Ladridos de Perro Mágico, Pájaros, En algún lugar de la medianoche y Cuando las palabras vuelvan del exilio, entre ellas se coló Humo, de Música Celestial, otro de los álbumes a los que más se recurrió. El público se vino arriba con el ritmo irresistible de Nadie sabe, y el cuarteto se contagió del entusiasmo, con el motor funcionando a pleno rendimiento. Entonces José Ignacio, que pretendía un concierto contenido, tiró de las riendas y pidió calma con un gesto similar al de CR7 en el Camp Nou, aunque sin tanta chulería, faltaría más. Llegó el turno de El principio del fin y Por sus heridas, y en ese momento trató de romper el hielo del teatro sugiriendo al respetable que se admitían los cánticos. Lo hizo consciente de que llegarían con La canción del espantapájaros, la primera concesión con una de las más excelsas composiciones que creara en tiempos de 091.

Con el patio de butacas aún soliviantado atacaron Cuando el ángel decida volver antes de retirarse a la espera de los bises, que llegaron generosos con otra de los Cero. A Nubes con forma de pistola le siguieron la magnífica En el ángulo muerto y La hora de los lamentos y La antesala del dolor, ambas de De Sombras y Sueños, para volver a despedirse con La Torre de la Vela, la de más solera que sonó el sábado y también la que hizo atribuirse más protagonismo al público, que impuso la melodía del estribillo por encima de la banda.

De vuelta por última vez al escenario y con la sala entregada, culminó una noche fría y perfecta con tres más de regalo: Con la lluvia del atardecer, Olvidé decirte que te quiero y la última recuperada del repertorio de los Cero, la sensacional Espejismo Nº 7 que terminó de dibujar una sonrisa de satisfacción en los rostros de sus muchos incondicionales.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios