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Candomblé freudiano

"En la práctica, el candomblé es como Freud". Se te quedan grabadas frases tan inopinadas como ésta al escuchar a la veintena de mujeres que hablan de la mística popular, como la del caso, del dolor, de la esperanza en la maternidad, del horror de perder un hijo, del lesbianismo, de ángeles en mantos azules, de la aventura de ser mujer sin ninguna ayuda de fuera, del sexo o su ausencia, de las lágrimas...

Puede ser esencial la condición de mujeres de las veintitantas protagonistas que se desnudan interiormente ante la cámara, las reales y las actrices que la interpretan, pero no es lo importante. Porque Jogo de Cena, aunque proponga que reflexionemos sobre todos esos fragmentos de vida, se plantea ante todo la gran pregunta que debe hacerse un actor, e indirectamente el cineasta que le dirige: cómo representar ante la cámara o en un escenario toda esa vida evitando que se contamine por la manipulación de las emociones, por la propia técnica del actor o su ego.

El problema es que esa reflexión se la oímos a la tercera mujer que sale a escena, la primera de la que sabemos seguro que es una actriz contándonos una historia ajena, pero al espectador se le exigen 100 minutos más de atención en los que, pese a asistir a historias hermosas, apenas hay cambios en la escena, propia de documental de testimonio sin apenas planos de recurso, y se cae inevitablemente en la redundancia, más aún si se conoce la obra del veterano documentalista Eduardo Coutinho y que un experimento muy similar ya lo había realizado en Edificio Master, su anterior film. Es demasiado pedir y la falta de compasión del director hacia el público se convierte en ese ejercicio de petulancia que pide a sus actrices que eviten.

Salvo por esos excesos, básicamente de metraje y de reiteración, Jogo de cena es una cinta en muchos momentos conmovedora. Cómo no enternecerse con la mujer que llora al ver Buscando a Nemo, cómo no aceptar el reto de averiguar quién es la mujer real y quién la actriz, cómo no abrir el corazón a quien nos abre así el suyo, o cómo no admirar la forma respetuosa e inteligente en que el propio director interviene, con pequeñas preguntas e intervenciones pero sobre todo sabiendo escuchar e invitándonos a que aprendamos a hacerlo.

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