Actual

'Orfeo y Eurídice': respeto y modernidad

Programa: 'Orfeo ed Eurídice', ópera en tres actos, música de Cristoph Willibald Gluck, libreto de Rainiero de Calzabigi. Intérpretes: Ana Ibarra, mezzosoprano (Orfeo), Maite Alberola, soprano (Eurídice), Marta Ubieta, soprano (Amore); Coro Intermezzo (director: José Luis Basso), Orquesta Sinfónica bandArt. Conjunto: La Fura dels Baus. Director musical: Gordan Nikolic, Dirección de escena: Carlos Padrissa. Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 4 julio de 20013. Aforo: Lleno

El triunfo sin paliativos que tuvo la original -que no rompedora- versión que La Fura dels Baus ha presentado en el Festival de Granada, como lo hizo hace dos años en el de Peralada, se basó en dos premisas fundamentales: El respeto absoluto a la partitura de Gluck y la modernidad innovadora que lleva el sello de la Fura y de uno de sus directores escénicos más admirados, Carlos Padrissa. No me voy a extender hoy sobre la obra y la versión lésbica de un amor universal que no entiende barreras ni sexos, porque ya lo comenté en el análisis previo publicado el pasado jueves. Lo que interesa a un crítico que conoce los antecedentes de la obra, varias veces protagonista de los programas del Festival, como la visión lesbiana -sólo sugerida, como explicaré más adelante- y, por lo tanto, estaba lejos de cualquier sorpresa, es cómo se desarrolló el conjunto del espectáculo.

Como decía, el triunfo empezaba por el absoluto respeto a la totalidad de la música de Gluck, el reformador de la ópera que, en su absoluta desnudez de adherencias, llega, en su cautivadora simplicidad, directamente al público, con su enorme belleza, su acento dramático, su fuerza musical y vocal, donde no sólo las voces se concentran en el trabajo profundo de los protagonistas, sobre todo el dramático Orfeo, sino que se extiende al coro que juega un papel fundamental en la partitura, iluminando caminos nuevos para la renovación operística que seguirían los grandes maestros del género que sucedieron a Gluck.

De esta fórmula de escrupuloso respeto lo que hizo la Fura fue modernizar y vitalizar con su propia personalidad y su indiscutible poder comunicativo música y contenidos. Que los músicos fueran otros figurantes en el escenario no significaría nada especial si no contasen con una formación notabilísima, la Orquesta Sinfónica bandArt, capaz de no perder sus 40 miembros, en ningún momento, la contundencia y calidez del barro musical que tenían que modelar. Tampoco el extraordinario Coro Intermezzo, convertido en reptantes monstruos que representan las furias del infierno que Orfeo, en su apasionada aria, intenta apaciguar, en uno de los diálogos más embriagadores de la ópera de todos los tiempos, o exaltando el triunfo del amor, pierden su importancia, sino todo lo contrario en la versión escénica.

Y, sobre todo, Padrissa ha respetado y cuidado al máximo la magnitud, belleza e intensidad dramática de las voces de los tres protagonistas. Su pareja de enamorados son dos mujeres, símbolo, por otra parte, de la universalidad del amor que no puede estar supeditado a normas ni sexos. En realidad casi siempre han sido mujeres las que han interpretado a Orfeo, en su tesitura de mezzo, aunque originalmente lo cantasen castrados, también tenores y hasta barítonos. Creo que, al fin y al cabo, es más elocuente que sea una mujer, identificada como tal, que no utilizando un traje masculino, la que exprese sus sentimientos a otra mujer. La historia de amor no pierde intensidad, sino todo lo contrario. No cambia siquiera el texto -por cierto totalmente desajustado el que salía en pantalla y hasta con faltas de ortografía, como si fuera uno de esos pies de televisión, incluso saliendo algún símbolo de la entidad patrocinadora-, así que Orfeo sigue siendo Orfeo, en éste caso convertido en una mujer que llora a su amada muerta y baja al infierno a rescatarla, aunque tenga que acatar el mandado de no mirarla si vuelve a la vida.

Un Orfeo que sí sorprende por la belleza y poderío dramático de su voz, interpretado por Ana Ibarra, capaz de llevar el peso prácticamente de casi toda la representación. Su enorme aria frente a las furias, intentando aplacarlas, y conseguir la vuelta de la amada, es subyugante, respondida por el coro que repta amenazador a su alrededor, como seres infernales que, al fin, también son amansadas por su voz y su lira, representada por una orquesta perfecta, repleta de poderío, musicalidad y elocuencia. Las apariciones fugaces de Amor -Marta Ubieta, pendiendo de un brazo metálico o en el escenario inclinado- y, sobre todo, Eurídice -en la cálida y perfecta voz de Maite Abeloa-, resucitada, en uno de los diálogos más conmovedores donde ella explicita su amor y su deseo al ser con el que se reencuentra, están tan cuidadas y llenas de respeto hacia la partitura que parte de ahí los cimientos del triunfo total del espectáculo ofrecido por La Fura dels Baus.

Es verdad que Padrissa ha rebosado originalidad, garra y creatividad. No sólo en integrar a músicos y coros en la escena, sino por sus constantes proyecciones sobre el escenario que si bien en ciertos momentos parecen reiterativas, e incluso ocultan excesivamente a los protagonistas, le da movilidad a la escena, huyendo de convencionales estatismos de la ópera barroca. Pero siempre subrayando el sentido de la música y de los intérpretes y el contenido humanísimo que fluye de la partitura de Gluck Plasticidad en el fúnebre traslado del cadáver de Eurídice, acompañada del coro de encapuchados negros y de antorchas siniestras, bajo los arcos del Palacio, y no menor en la apoteosis final donde todos los actuantes bajan del escenario y desfilan por el pasillo central del recinto entre los aplausos y la emoción, ya no contenida, de los espectadores que asistieron electrizados -los menos advertidos, seguramente sorprendidos también- a una admirable representación, donde clasicismo y modernidad se unieron bajo el sello de la calidad. Un momento que nos hace insistir a los que venimos hace mucho tiempo haciéndolo, en recordar que la ópera -o los espectáculos musicales-escénicos- es un pilar fundamental del Festival y que la falta de un espacio adecuado no nos debe impedir derrochar imaginación, como se hizo en la puesta en escena de Atlántida, de Falla, precisamente por la Fura, ante la Catedral; La flauta mágica, de Mozart, por Els Comediants, en el Generalife, o el oratorio Juana de Arco en la Hoguera, de Honegger, en un 'incendiado' palacio de Carlos V por colorido, y entusiasmo. El entusiasmo del que participamos los que asistimos al triunfo del Amor, en toda su extensión y universalidad del concepto, lésbico o no, presente en la ópera de Gluck y sus magníficos intérpretes, y en la fuerza y originalidad de La Fura dels Baus

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios